DEL NORTE DE ÁFRICA AL ÁFRICA OCCIDENTAL: SAHARA, 1958-1975

ANÉCDOTAS DE LA ÉPOCA DEL SAHARA (1ª PARTE)

Los borregos y el Credo Legionario (Cte. Cruz)

La comida en el desierto del sahara era como la lotería y para subsanar en parte este problema, el Teniente Coronel Mayor del recién incorporado Tercio Sahariano Don Juan de Austria compró un rebaño, que puso a cargo de un legionario. Todos los días el interfecto, con sus luengas barbas, mosquetón, munición, rancho frío en la bolsa de costado y cantimplora, salía con su manada para llevarla a pastar a las inmediaciones del acuartelamiento, preferiblemente al cauce seco de la Sahia el Hamra.

Lo que no sabíamos es que el pastor, medio monje medio soldado, en su forzada soledad, estaba dando diariamente a sus ovejas y borregos teórica de formación moral y militar, y menos aún, que cierto día advirtió a sus educandos: ya llevo dos semanas dándoos teórica, mañana pregunto. Y tal como les había prometido, así lo hizo. A ver, tú, dime el Espíritu de Amistad. Como a pesar de su insistencia el borrego no contestaba nada, le pegó un tiro. Aquél de allí, el Espíritu de Unión y Socorro. Como observaba la misma conducta que el del Espíritu de Amistad, recibió el mismo tratamiento. Otro tiro. Y así, hasta la urgente llegada del refuerzo de guardia al lugar de las lecciones, momento en el que las bajas contabilizadas ya iban por doce.

Cuando el Teniente Coronel Mayor antes de enviarlo al Pelotón le preguntó el motivo de esa carnicería, el legionario contestó: Toda mi expedición se aprendió el Credo en menos de una semana a pesar de que los Cabos decían que éramos unos borregos, y éstos, que también lo son, ya llevan dos, sin haber aprendido ni un espíritu. Gracias a su celo en la educación del ganado, los legionarios del Tercer Tercio disfrutaron al día siguiente de una comida extraordinaria de chuletas de cordero.

Los antialcohólicos y el cuba-floïd (Cte. Cruz)

Cuando esto sucedió el Tte. Acón era plantilla del 3º, y marchó a Bir Enzaran con nuestros bolingas. Tan fastidiado como el reinado de Witiza se le presentaba el porvenir al Teniente Acón. El Mando del Sector del Sahara había decidido concentrar a todos los bolingas (borrachos habituales) del Sector en Bir Enzaran (pozo profundo y cristalino del cristiano), con la finalidad de convertirlos a ser posible en personas sobrias y moderadas, como los del ejército de salvación.

Resultaba irónico que el encargado de una misión tan enojosa fuera precisamente el Teniente Acón, hombre reflexivo, introvertido, con ribetes de poeta, dado a la meditación transcendental y que despreciaba profundamente las juergas etílicas. Con su cargamento humano, compuesto principalmente de legionarios y corrigendos, desembarcó de los camiones en el destacamento de Bir Enzaran, lugar desolado en el interior, donde sólo existía el pozo antes citado.

Para derivar por otros derroteros la vitalidad agresiva de su tropa, el Teniente decidió organizar partidos de fútbol en plan intensivo, pero hubo de desistir antes las lesiones, tumultos y peleas que se producían por un quítame allá esas pajas. En consecuencia, decidió aumentar las teóricas, o lo que es lo mismo: comerles el coco a sus subordinados acerca de los peligros latentes en el alcohol, y observó complacido que le oían no sólo contentos, sino hasta absortos. La respuesta a tanta solicitud la encontró por casualidad revisando los suministros de masaje para el afeitado, que resultaban ser anormalmente elevados.

Sus bolingas habían inventado el cuba floïd, que según ellos no sólo proporcionaba una euforia muy agradable, sino que además, les olía el aliento a colonia y dejaba el cutis como a los artistas de cine. Cuando limitó las compras líquidas de coca-cola creyó haber acabado con el problema, hasta que al mes cayó en la cuenta de que el desaprensivo vendedor de tal bebida llevaba al destacamento dos tipos de ella una para él, al estilo tradicional, y otra con ginebra incorporada para sus subordinados, que la dosificaban para no llamar la atención.

Así no es de extrañar que los alcohólicos estuvieran cada vez más contentos y el Teniente progresivamente mas deprimido. Cuando al fin fue relevado y el Coronel lo encontró en el bar, bebiendo cubatas como un camello bebe agua al llegar a un oasis, no pudo por menos de preguntarle: ¿Desde cuando bebes, Acón? Desde que estuve curando a los borrachos, mi Coronel. En vez de convencerlos yo a ellos, ellos me han convencido a mí.

El muerto es un vivo ( Cte. Cruz)

Eran las doce de la noche. Un grupo de Tenientes de la VIII Bandera se encontraban reunidos en el bar de la Residencia de Oficiales de Aaiún, en compañía del Capitán interventor Belda y del Teniente Díaz, de la oficina del Gobierno del Sahara, tomando unas copas y armando el alboroto normal entre Oficiales solteros, en paz con su conciencia y sin nada mejor que hacer. En esa tesitura al Capitán Belda, gran bromista, se le ocurrió algo que todos se apresuraron a poner en práctica.

El Teniente Díaz, hombre alto, pálido y delgado, se tumbó en el suelo con las gafas al lado, se le echó un poco de vino tinto por la cabeza, con las luces apagadas en la sala (se apagaban los generadores a las 24 horas) y un par de velas en el mostrador, ya estaba el escenario preparado para el drama. Belda fue entonces a la habitación del Capitán Feijoo y despertándolo le espetó a bocajarro: oye, Feijoo ¿tú tienes en tu Compañía un tal Teniente Tembleque? Sí, si ¿qué es lo que ha hecho? Pues nada, que acaba de pegarle un tiro a un Teniente del Gobierno.

Feijoo, despertado a media noche con tan infausta noticia, se arrojó de la cama y se presentó en pijama en el lugar del duelo, donde el Teniente Tembleque, en un rincón, lloraba e imitaba un ataque de nervios a la perfección. El más sereno era el Interventor, que a la pregunta de Feijoo ¿y que hacemos ahora?, contestó imperturbable, yo creo que lo procedente es poner prisión preventiva al encartado. Y con las mismas encerró al presunto criminal en la despensa. Después de hacer que el Capitán Feijoo llamara al Juez y al Capellán, Belda, como hombre versado en leyes, opinó: creo que antes de seguir podíamos tomar una copa a la salud del muerto. Yo quiero una, y yo, y yo también, opinaron los Oficiales presentes. Y yo también quiero, dijo el muerto levantando un brazo para llamar la atención.

Ante tan inesperada resurrección, Feijoo se puso blanco, luego rojo y por fin salió corriendo a su cuarto para volver con una pistola, dispuesto a vaciar un cargador sobre su Teniente. Te has pasado, mi Capitán, aseguró Limiñana cuando se calmó un poco el tumulto. De ninguna manera, contestó Belda imperturbable, el que se ha ido de caña ha sido el muerto pidiendo una copa, en vez de pedir otras dos velas.

Las batallitas del Teniente «Catarro» (Cte. Cruz)

De todos los Tenientes pintorescos que hayan pasado por la Legión, y ha habido muchos, uno de los más notables es El Catarro, que tuvo su destino en el Tercio Duque de Alba (Ceuta). Dotado de unas condiciones físicas por encima de lo normal, resultaba un espectáculo verlo en la salida de los 5.000 metros fumando un celta, tosiendo como si fuera a partirse en dos y con cara de no haber dormido; claro que llegaba a la meta el primero y le había sacado más de cien metros de ventaja al siguiente.

Marchó una vez de permiso a Galicia y cogió en Algeciras el expreso. Para causar buena impresión llevaba sobre el uniforme de paseo todas las chapas de camellos que le dejaron los demás Oficiales. Para desgracia suya en el mismo departamento viajaba de paisano el Comandante D. José Barrientos López, que mandaba la Séptima Bandera del Tercio 3 y que no lo conocía de nada.

No es extraño que la conversación girara, al cabo de un rato, alrededor de la Legión ¿Y está usted en el Sáhara?, le preguntó el Comandante. ¡Si, estoy hace tiempo!, contándole al Comandante las mil y una historietas y hazañas que le habían ocurrido en el desierto. ¿Y en qué Tercio está Vd.? En el Tercero, contestó El Catarro tirándose el rollo. ¿Y en qué Bandera? En la VII, contestó nuestro Teniente, pensando que lo mismo daba una que otra. Pues es muy raro, sí, un caso muy raro. ¿Por qué es un caso tan raro?. Preguntó, el Catarro algo mosqueado. Porque yo mando la VII Bandera, y no le conozca de nada. En este punto de la conversación, nuestro hombre decidió que era urgente e imprescindible cambiar de vagón.

La bondad del Cetme- B (Cte. Cruz)

El Acuartelamiento de Sidi Buya estaba en ebullición. Nada menos que el Ministro del Ejército, el Jefe del Estado Mayor Central y el Capitán General de Canarias se habían dejado caer por allí. Terminada la formación los dos últimos discutían acerca de la efectividad del Fusa Cetme modelo B, que según el General Héctor Vázquez, cuando estaba sucio de polvo o arena se interrumpía, mientras que el general Mansilla opinaba lo contrario.

Para salir de dudas llamaron al Capitán de la 6ª Compañía (D. Carlos Sánchez-Tembleque y Guardiola) que pasaba por allí: Capitán, mande a buscar un fusil de asalto. El Capitán requirió al Cabo Sima: Sima, vete a la Compañía y trae un Cetme. Al momento estaba de vuelta el Cabo, que con el arma terciada, el cuerpo en tensión y los talones juntos contestaba a las preguntas de los dos Generales. ¿Qué tal el fusil de asalto?. Estupendo, mi General. ¿Y qué tal dispara?. Muy bien, mi General. Pero vamos a ver, terció el General Héctor Vázquez, cuando en los convoyes o patrullas se llena de polvo ¿qué pasa?. Que lo limpiamos, mi General, contestó el Cabo, con la satisfacción del deber cumplido. Capitán, mándenos otro Cabo menos optimista.

Marcha forzada. (Cte. Cruz)

El General Bulnes (Segundo Jefe del Sector del Sáhara) había inventado muchas cosas raras como esquiar en las dunas, carreras de camellos y otras por el estilo. El último descubrimiento fue una marcha forzada por Patrullas de Oficial, en la que debían tomar parte todas las unidades del Subsector Río Rojo, con un recorrido de 25 kilómetros desde la Cabeza de Playa hasta el Aaiún y con equipo de campaña. Bueno es recordar que entre los dos puntos citados se interpone una cadena de dunas de unos 15 Km de ancho, imposible de sortear ya que tiene una longitud de más de 200 Km y que la línea que une Aaiún con su Playa viene a caer como a 100 de cada uno de los extremos.

Desde el principio estaban claras dos cosas, que para quedar bien había que hacer toda la marcha corriendo y que el asunto se iba a ventilar entre paracaidistas y legionarios. Los primeros escogieron buenos atletas, gente sana y de buenas costumbres y los entrenaron concienzudamente. La VIII Bandera, ubicada entonces en el Aaiún, sacó a sus figuras: el Calé, el Guaje, el Malaguita y demás gente de mal vivir y buen funcionar y los puso a correr por la carretera de las dunas. Nos van a quitar hasta la bebida, decía el Guaje sudando la gota gorda.

El día de la competición la entrada al pueblo parecía una verbena. El Coronel del Tercio había hecho subir la música, y si llegaba, por ejemplo, la Patrulla de Nómadas, le tocaban el Mustafá por la cosa del ambiente. Los hados no le eran propicios al Tercio, pues el Teniente hubo de ser sustituido porque tenía guardia y su relevo no se había entrenado, y el Cabo Primero, que no se dejó sustituir, había salido cojeando, pero cuando los legionarios llegaron a la meta remolcando al Teniente y al Cabo Primero, estalló el entusiasmo popular, pues habían sacado once minutos de ventaja a los paracaidistas, que se colocaban en segundo lugar.

Mientras los enfermeros resucitaban a los difuntos a fuerza de masajes el Malaguita, sentándose en la cuneta y mirando significativamente al Coronel del Tercio, le espetó. ¿Pero qué pasa aquí, no invita nadie a un cubata?. Que le den una botella de ginebra y una caja de coca-cola! – ordenó el abuelo entusiasmado.

Cubos por codos (Tcol. F. Barberá)

¡Enlace!, llamó el Coronel del Tercio D. Juan de Austria al gastador que se encontraba con él en la playa del Aaiún: nos hemos dejado los codos de unión del armazón de la tienda de campaña, que el chofer vuelva con el land-rover al almacén y que le den los codos.

Dice el Coronel que vayas al Tercio y te traigas los codos, explicó el enlace al conductor. Mi Teniente, informó el conductor al Oficial de Guardia, de orden del Sr. Coronel que me dé los cubos. ¿Qué cubos?, no lo sé mi Teniente. El Teniente Sánchez Verdegay reflexionó brevemente. Si el Coronel quería cubos, había que mandarle cubos, así que hizo llenar el land-rover de mando del Coronel con todos los cubos contra incendios que encontró y se los remitió a la playa. Había que ver la cara de cabreo que puso Su Señoría y de asombro de todos los presentes en la playa cuando vieron aparecer el vehículo del Coronel a tope de cubos.

El Belloto se lo pasa muy de buten (Tcol. F. Barberá)

El Belloto se encontraba sentado en un taburete del mesón y en la barra ante él tenía una caja de coca-cola y una botella de ginebra. Como es preceptivo, al terminar de cumplir arresto en el hotel tenía un día libre y había cumplido con el ritual de costumbre, una buena ducha, lavar y planchar la ropa y dejar las botas matizadas.

A la sazón, cumplidos sus deberes militares, se estaba poniendo morado. ¿qué pasa belloto?, ¿ya has salido de la sección de trabajos?. Sí mi Capitán, y con su permiso me voy a gastar unas libras en invitarme. ¿Usted quiere un cubata?. No muchas gracias, continua con tu rollo. Y allí continuo el buen Belloto confeccionándose cuba libres y bebiéndoselos con la satisfacción que produce estar en paz con la sociedad y consigo mismo. Tres horas después se desplomaba, con banqueta incluida, y era llevado a su Compañía y dejado en su cama por dos buenos samaritanos. Cuando por la mañana lo encontré formado para instrucción no pude resistir la tentación de preguntarle: ¿Qué tal lo pasaste ayer, Belloto?. Muy de buten, mi Capitán.

En el mesón de Fort Trinquet (Tcol. F. Barberá)

El radio del General Gobernador llegó a Guelta Zemmur. Se trataba de enviar a Fort Trinquet (Legión Extranjera francesa) al Chej de Erguibat Hatri uld Yumani, acompañado por dos legionarios, y regresar al destacamento. El Teniente Jefe de la Sección convocó al Cabo Monterrubio y al Majara para explicarles su misión: Y sobre todo hay que dejar bien alto el pabellón de la Legión ante el Coronel y la guarnición francesa. Os lleváis un buen conductor y un jeep. Buen viaje. A los dos días regresaban los turistas acompañados de un suave olor a cerveza francesa. ¡A la orden de usted, mi Teniente!, se presenta sin novedad la conducción de Fortrinqué.

Bien Monterrubio, que tal ha ido todo. ¿Habéis quedado bien con los franceses?. Como los ángeles, mi Teniente, terció el Majara. El Coronel de los guiris nos dijo que en el mesón estaba todo pagao y nos hemos puesto tibios de cerveza. ¿Quiere Vd. una latita? preguntó el lejía, sacando dos botes de los bolsillos. Cállate cuando esté hablando un superior, metió baza el Cabo, mosqueado por la interrupción. Nos hemos bebido ciento treinta latas de cerveza y los franchutes se han quedao de piedra. ¿Y que ha dicho el Coronel?. No nos hemos quedao pa saberlo, no sea que nos fuese a pasar cargo, mi Teniente.

Camiones para la Batería del 3º (Tcol. F. Barberá)

Se había incorporado al Tercio D. Juan de Austria una Batería de Artillería, de nueva creación, y el Teniente Delegado de autos de la VIII Bandera recibió la orden de entregarle dos camiones Ford-K de la unidad para su nueva plantilla. ¡Les damos esos dos que están averiados y que los arreglen ellos!, insinuó al Teniente el Cabo Navarro Cano. ¡De ninguna manera, les das el 38 y el 42 que funcionan bien y yo firmaré el acta con el Teniente de Artillería. Encárgate personalmente que estén en revista!. Como Vd. mande, mi Teniente, dijo el Cabo. Dos horas después, los dos Oficiales contemplaban satisfechos los camiones, que con los motores en marcha relucían de puro limpios en la explanada.

¡Bien, dijo el Teniente de la Bandera, quédate con ellos y vamos a mi oficina a firmar las actas!. Había terminado la entrega, y no había transcurrido cuando un sulfurado Teniente de Artillería entraba hecho una fiera en Mantenimiento de la VIII Bandera y dijo: a los camiones que me has dado les falta la batería. Bromeas, estaban en marcha cuando te los entregué. Alguien les ha robado la batería. Eso es asunto tuyo, desde el momento en que firmaste son tus camiones. ¡Esto no tiene nombre!. Cierra la puerta cuando salgas, cortó por lo sano el Teniente de la Bandera. Les damos los mejores camiones y encima los quieren con batería comentó a media voz el Cabo Navarro Cano.

Educación Militar (del Tcol. F. Barberá)

El Capellán de la VII Bandera, además de ser Teniente (ya se sabe que los Tenientes y los chinos no hacen más que desatinos), bajito y delgadito, era un pejiguera. Por ello cuando un día un legionario entreabrió la puerta de su cuarto en Smara preguntando, ¿se puede?, le endosó una bronca de mucho cuidado: ¿Es esa la manera de presentarte a un Teniente?, ya no sabéis ni saludar, aquí hace falta mano dura, sal y pide permiso como es debido. El legionario salió abochornado y desde el otro lado de la puerta vociferó. ¿ Da Vd. su permiso mi Teniente?. Pasa, pasa, concedió el Capellán un poco abrumado por los gritos. ¡A la orden de Vd. mi Teniente, se presenta el legionario de 2ª Antonio Fernández López, perteneciente a la 1ª Compañía de la Bandera! Está bien, ¿qué quieres? Nada mi Teniente venía buscando al Pater, pero ya veo que aquí no es, aseguró el legionario despidiéndose con un fuerte taconazo que hizo retemblar el vaso de agua de la mesilla de noche del cura.

Cuatro clavos prohibiendo clavar clavos (Tcol. F. Barberá)

«…Y en este Barracón no se puede clavar ningún clavo», terminó su discurso el Capitán de Ingenieros mientras echaba una última ojeada al M-32 recién montado. Ya lo has oído, remachó el Teniente, dirigiéndose al Cabo Furriel de la Compañía, que se hacía cargo del local. Plenamente consciente de la prohibición, el Cabo dibujó un letrero, con su mejor letra gótica, que decía: Prohibido clavar clavos en las paredes y luego, cogiendo un martillo, lo fijo a la pared del fondo con cuatro clavos.

Limpieza a base de bofetadas (Tcol. F. Barberá)

Altos mandos de nuestro Ejército visitaban con sus esposas el acuartelamiento de la VII Bandera en Smara que brillaba de puro limpio y blanqueado. El comedor de tropa, especialmente, magnífica obra hecha por los legionarios, que podía ser de un hotel de muchas estrellas, estaba impecable, desde el suelo hasta las cocinas, fogones y perolas. Una de las damas presentes, verdadera señora y mujer piadosa, admirada de tanta limpieza en medio del desierto, se acercó al Cabo de comedor y le preguntó: oiga, ¿cómo consiguen ustedes mantener esto tan limpio y tan cuidado?. A fuerza de bofetadas, señora, le respondió el Cabo con ese acento de sinceridad que proporciona la verdad.

El autoestopista

El convoy rodaba por el desierto con un calor insoportable, cuando el coche de cabeza se detuvo junto a un moro que se encontraba al lado de la pista. Tras hablar en árabe con él, explicó el guía al Capitán de la Legión. Dice que si podemos llevarle. ¡Está bien, dile que se suba!. Treinta kilómetros más allá el autoestopista habló de nuevo con el guía. ¡Y ahora que dice!. Que si podemos parar, que se queda aquí. Desembarcado el pasajero, el Capitán se extrañó de no ver jaimas ni camellos, ni rastro de vida por allí y le preguntó al guía: ¿ Dónde tiene la familia? Cerca de dónde le cogimos. Ahora se vuelve andando hacia allí. Dice que le apetecía subir en un vehículo, pues no lo había hecho nunca.

En un campo de minas (Tcol. F. Barberá)

El Teniente volvía del Aaiún en un jeep conducido por el legionario Cruellas. El sol se estaba ocultando tras las dunas y se respiraba un ambiente de paz que bruscamente se vio alterado por los gritos y aspavientos de los legionarios, que vieron el vehículo acercarse a la posición por el borde de la Saguia el Hamra. ¡Para Cruellas, a ver que quieren esos!. ¿Qué ocurre? Mi Teniente se ha metido Vd. en un campo de minas. Mientras un sudor frío le corría por la espalda, el Teniente vio como Cruellas sacaba su pipa, la llenaba de tabaco de una bolsa y le aplicaba el fuego de una cerilla ¿Qué haces Cruellas?. Estoy gastando el tabaco mi Teniente, por si la palmamos. ¿Y ahora que hacemos?. Lo que Vd. mande mi Teniente, aseguró el conductor, recalcando la diferencia entre el mando que tiene que pensar y la tropa que obedece órdenes. ¡Bueno, pues cuando acabes de fumar le das marcha atrás, sobre las mismas rodadas que hemos traído y procura no salirte de ellas, que nos jugamos el cocido!. A la orden mi Teniente, y me alegro de haberlo conocido, contestó el legionario poniéndose en lo peor de los casos, tras lo que pudiera acontecer después. En noches sucesivas saltaron por los aires un camello, un burro, y dos perros, gracias a las dichosas minas, colocadas por los zapadores.

Cambio de nombres

Formados todos en una fila, Jefes y Oficiales del Tercio D. Juan de Austria, esperaban firmes la presentación al General Bulnes, 2º Jefe del Sector del Sahara, que se hacía cargo de su mando. Al lado del Teniente Sánchez Tembleque se encontraba el Teniente Bercés. Cuando el General llegó a la altura del primero de los dos, el Teniente Tembleque con cara de póker saludó muy correcto y se presentó: Teniente Bercés, mi General. Teniente… Teniente Tembleque, mi General, se presentó Bercés cogido por sorpresa con la inesperada usurpación de su nombre.

Lo que debe haber

El Teniente Comandante de la 8ª Cía de la VIII Bandera explicaba al nuevo Capitán de la Compañía. Esta es la libreta de los caudales con el Debe, Haber,… No me digas lo que debe haber, cortó el Capitán por lo sano. A mí dime sólo lo que realmente hay.

10.000 Ptas. de champán

Allá por los tiempos en que existía la Bandera de Descanso, como relax de los legionarios de Sahara, ocurrió que un Teniente de la VIIIª Bandera estaba sentado en el Taoro de Las Palmas tomándose una copa. En esto acertó a entrar el Cabo 1º Baena, conocido como el rey del póker, de la ruleta, del cané y de todos los juegos que utilizaban cartas y requiriesen dinero en abundancia. Por si las moscas, el Oficial aposentado en un discreto rincón, se abstuvo de llamar la atención del Primero y esperó acontecimientos.

Estos no tardaron en producirse. Llegó el camarero con la consabida pregunta. ¿Qué va a tomar el señor?. Póngame 10.000 pesetas (¡ojo de la época!) de champán, solicitó Baena con la misma tranquilidad que si pidiera un tinto. ¿Ha dicho el señor 10 botellas de champán?. No. No. He dicho 10.000 pesetas de champán, aseguró de nuevo el Cabo 1º Rockefeller, que tal parecía en aquel momento. Profundamente conmocionado, el camarero desapareció para volver al rato y llenar la mesa de botellas, lo cual atrajo acto seguido a un montón de buenas samaritanas dispuestas para ayudar al Primero y beberse aquello.

Inevitablemente la atención de la sala se centró en Baena, que vestido de uniforme parecía no darle importancia al caso y bailaba cada vez con una de aquellas mozas. Al poco, llamó de nuevo al camarero y dándole mil pesetas le dijo algo confidencialmente. Este se dirigió a la orquesta, que terminó la pieza que interpretaba y se puso a tocar La Madelón oída en la posición de firmes por el Cabo 1º y con una mezcla de expectación y respeto por la concurrencia.

A la segunda vez el Teniente decidió meter baza y tras los saludos correspondientes interpeló a Baena ¿Piensas pagar o me vas a hacer una póliza?. Tranquilo, mi Teniente, les he ganado 50 lechugas a los señorones del Casino y vengo montao. Sólo me falta el Novio de la Muerte. Ya lo he pedido, pero estos bellotos no saben tocarlo. Menos mal, pensó el Teniente, que ya se veía en un Castillo (prisión militar).

Un magnífico Coronel (Cor. F. Tenreiro)

En la transformación del Tercio en sahariano no hacía mucho que el Coronel D. Francisco de Asúa y Sejournat había tomado el mando del Tercio y a él le correspondió la última época de Larache y Alcazarquivir y la primera sahariana. Hago esta salvedad, pues, para mí , de todos los Coroneles que ostentaron el mando, éste fue el mejor. Un detalle de su comportamiento como cumplidor con el Credo y que le costó el mando, fue que al llegar al Aaiún, se encontró que sus mandos no tenían donde alojarse y después de hacer las gestiones pertinentes y no lograr solución alguna, ordenó ocupar los pequeños chalets que tenía el Gobierno Militar, para disfrute de sus Oficiales durante el verano.

Aún recuerdo el día que, todos los componentes del Tercio, como un solo hombre, se fue al aeropuerto a despedirse de su Coronel, cesado en el mando por luchar a favor de los intereses de sus subordinados y de sus familiares. Allí antes de subir al avión, se acercó al Cabo más antiguo como representante de todo el Tercio, dándole el verdadero abrazo legionario (sin comentarios, nuestros ojos brillaban como nunca). Fue el 19 de agosto de 1.959, todos, menos los de servicio, acudimos al aeropuerto para despedirle, pese al calor y a la falta de medios de transporte para desplazarnos. De seguro que jamás un Coronel habrá tenido ni tendrá mejor despedida.

Blindados amarillos (Cor. F. Tenreiro)

Estando ya el Tercio recién llegado al Sahara un día recibió la orden de entregar en Aaiún todos los vehículos que tenía en Smara, alrededor de unos 20, pintados con el clásico color caqui habitual de todos los vehículos del Ejército. Desconocía exactamente cuál era el motivo. Organicé el convoy y emprendí la marcha. Casi a medio camino divisé una columna de vehículos blindados pintados de amarillo color desierto, pensando que debían ser marroquíes o argelinos. Observé con los prismáticos y ante el desconocimiento de informes, ni noticias de movimientos propios, como cada camión Ford-K llevaba un legionario de escolta, los reuní y les dije que preparasen sus armas, deseándoles suerte y recordando, una vez más, cómo muere un Caballero Legionario. Pero aquella columna no desplegó ante nuestra aproximación, sino que salió un Oficial, observó con sus prismáticos, y a continuación vi que me hacía señas. Me acerqué hasta reconocer al Oficial que no era más que uno del Grupo Ligero de Caballería. Resultó que el motivo de llevar los camiones al Aaiún era, sencillamente, para pintarlos de amarillo, como estaban ya el resto de vehículos del Tercio.

Consultorio legionario

La Revista Legión de 1.960 tenía diversas secciones como chistes, artículos de legionarios, fotos de mujeres (vestidas pudorosamente, pero para que la imaginación trabajara), entrevistas con la artista de moda que dedicaba su foto a la Legión, artículos sanitarios, históricos, noticias sociales y de política internacional, relación de amigos de la Legión, etc. Nos encontramos con una, al menos pintoresca, titulada Consultorio Legionario, que intentaba resolver dudas legales a los mismos. Para que el lector se sorprenda, le transcribimos uno de entre otros que aparecieron:

«Cabo de banda Nicolás Ligero Frías. De la IX Bandera. Tengo el empleo de Cabo de Banda y he estado en el Sahara casi un año (desde el 5 de enero de 1.959 hasta finales de diciembre del mismo año), y habiéndome incorporado nuevamente a este territorio el 5 de septiembre del año en curso, quiero saber si tengo derecho a que el tiempo anterior me sea válido para poder solicitar destino para otra vacante de otro Tercio».

«Querido amigo, a usted, como es Cabo de Banda, se le tienen que haber subido las notas de música a la cabeza. Porque, en primer lugar, no estuvo usted un año, como dice. Para nosotros – si a usted no le molesta -, el año lo hubiera usted cumplido el 5 de enero de 1959 y no a finales de diciembre de 1958. ¿Qué pretende? ¿Saltarse un mes a la torera?. Déjese de música y vayamos al grano. En primer lugar, usted no estuvo antes un año. Estuvo once meses. Y, para colmo de desdichas, nos enteramos de que esos dos años que se exigen de permanencia para tener derecho a optar a nuevo destino son dos años sin interrupción. Redoble con su tambor o toque silencio floreado, pero no se haga ilusiones sobre la solicitud de esa vacante. Y conste que lo sentimos, porque parece usted un chico despreocupado. «

Como el lector puede imaginarse, dicha sección de la revista duró poco.

«Caraperro» se convierte en marinero

Corría 1959, en el Hospital Militar de Gran Canaria, el legionario Caraperro estaba a punto de ser dado de alta, cuando en su habitación fue ingresado un marinero. Ni corto ni perezoso no se le ocurrió otra cosa que vestirse con la ropa del recién ingresado y decidió recorrer las calles de la ciudad. Estando por el Puerto de la Luz, se encontró con un Suboficial de la Armada del mismo barco del marino que estaba en el hospital, y le preguntó por su nombre y apellidos. Con serenidad Caraperro dijo los suyos. El Suboficial le respondió que no le conocía, cosa un tanto rara estando en el mismo barco, a lo que nuestro personaje le respondió que no era extraño toda vez que llevaba poco tiempo embarcado, quedando así la cosa.

Como había salido para divertirse, decidió tomarse unas copitas, y cuando ya iba algo contento se encontró con el triciclo de un repartidor de leche. Sin pensárselo decidió emular a los héroes de la bicicleta y a golpe de pedal se dirigió a una casa. A la dueña de la misma le preguntó cuantos hijos tenía, dándole tantas botellas como le respondió. Y así de vivienda en vivienda, hasta que acabó con las existencias. Después de empinar el codo primero y realizar una acción humanitaria después volvió al hospital donde nadie se había percatado de su falta., se cambió de nuevo y a dormir la mona feliz y contento.

Veneno contra la plaga de Langosta

Allá por tierra africana, en las épocas de los calores, las arenas y las zonas desérticas, se combatía a sangre y fuego una tremenda plaga de langosta. El huerto y la granja del Tercio corrían grave peligro de ser devorados y en el acuartelamiento, desde el Coronel hasta el último legionario, meditaban la forma mejor de combatir la terrible amenaza. Se corrió la voz tan rápido como comían los animalitos, que otro animal, en este caso un legionario de tremendas dimensiones y pícara mirada, que con un soplo de su aliento destrozaba a los pequeños animales.

A la vista de tan providencial acontecimiento, se reunieron en el despacho del Coronel los Tenientes Coroneles, el Mayor, el Médico, el Capellán y demás representación del mando de la Unidad para comprobar, estudiar y verificar la hazaña que podía solucionar aquel grave mal. Presentado el susodicho legionario con las formalidades correspondientes y ante tales interlocutores, fue preguntado por el Coronel si era verdad que poseía aquel Don de transformar en furibundo veneno un aliento de aparente normalidad. A lo que el legionario, rotundamente, dijo que sí. No obstante y con grandes dudas del Coronel, que había pedido de antemano le trajeran un cubo lleno de las más grandes y musculosas langostas para tal evento, le entregó una al legionario conminándole a que le hiciera una demostración. A lo que el legionario, con mucha tranquilidad y con una mano de exageradas dimensiones, se la acercó a la boca y echándole un poco de aliento la postró cadáver sobre la mesa del Coronel.

La admiración fue general, el médico se acercó a reconocer el aliento del individuo sin encontrar en él nada anormal. Repitió el legionario varias veces su proeza, incluso lo intentó el Coronel sin obtener resultado. De este modo se le preguntó al legionario cuál era a su juicio el motivo por el cual las langostas caían fulminadas. Este contestó: muy sencillo, mi Coronel, al mismo tiempo que les echo el aliento les doy un apretoncito, y ya ve el resultado. Después de la quedada general el Coronel no sabía que hacer si arrestarlo un mes en la Pelota o darle un mes de permiso, optando por este último.

El que avisa no es traidor

En septiembre de 1958, un Oficial debía dejar su destino en el Krimda para marchar a El Aaiún. El Sevilla, su enlace, le rogaba desde hacía días que le llevase con él al desierto. Si no me lleva con Vd., mi Teniente, será mi perdición; se lo aseguro, mi Teniente, lo presiento. Lo cierto es que el Teniente, de muy buena gana se lo hubiera llevado, pues apreciaba de verdad al legionario, pero por más que se movió no fue posible hacerlo así. En el momento de la partida, delante del mismo autobús, el leal legionario seguía insistiendo: Mi Teniente, no se fíe de la gente, que usted es muy bueno y aquí hay mucho sinvergüenza…, lléveme con usted… se lo ruego… que sin usted yo me perderé.

El autobús salió para El Aaiún y esa misma noche El Sevilla, tentado por el diablo, fue sorprendido subastando entre dos pastores (un hebreo y un moro), las cosas que su Teniente le había dejado, para que las mandara por Transportes Militares al nuevo destino. Los augurios de El Sevilla respecto a su perdición, estuvieron a punto de cumplirse y digo a punto porque el Oficial, al enterarse, no quiso proceder contra él, por comprender que la carne es débil y que El Sevilla había tenido la gentileza de avisarle, y ya se sabe: el que avisa no es traidor.

Épocas anteriores siempre fueron mejores

A los veteranos siempre les ha gustado recordar las durezas de la milicia pasada, frases como estos legionarios son flojillos, los de Tahuima, el Krimda, Smara, Villa Cisneros… eran más duros, estaban mejor instruidos,… el lector puede poner el acuartelamiento y los adjetivos que crea conveniente. En cierta ocasión estaban cuatro jóvenes Tenientes en la Residencia de Oficiales de El Aaiún parodiando estas frases: esta sopa no está caliente, ¡te acuerdas en el Krimda, allí si que estaba caliente, metías la cuchara y se derretía!. Los antiguos del lugar escuchaban malhumorados. Este filete que pequeño es, ¡en el Krimda si que eran grandes hasta sobresalían del plato!.

Así estuvieron durante varios días hasta que en cierta ocasión dijo uno de los cuatro Tenientes que quería hablar con el cocinero. Este era de origen cubano y se temió lo peor. Esperando la bronca por algún desacierto en el guiso se presentó al Teniente, quien ante la atenta mirada de toda la concurrencia le dio un fuerte abrazo y dijo: hoy sí que la comida es como la del Krimda. Los presentes soltaron una fuerte carcajada y desde entonces los Oficiales del Tercero procedentes de Larache dejaron de presumir de que en el Krimda se comía mejor que en el Aaiún.

Con el uniforme de Gala por Smara (Cor. García-Mauriño)

La mesa que ocupaba el Tcol Lago, conde de Smara, era la ultima del fondo del comedor de Oficiales, antes del bar que estaba separado del comedor solo por un arco, se sentaba el Teniente Coronel mirando hacia la puerta de entrada al comedor que se encontraba al principio del local y a la izquierda vista desde el bar, la nave era alargada, por lo que desde su mesa se dominaba todo el comedor de una sola mirada. Un buen día, a la hora de comer, hizo su entrada en el comedor de Oficiales un Capitán de Estado Mayor, con el fajín azul puesto y luciendo numerosas condecoraciones, cosa insólita en Smara donde nadie las llevaba, ni se utilizaba otro uniforme que el de campaña.

Al parecer había llegado en unos vehículos de nómadas, donde se alojaba, y supongo que algún gracioso le había dicho que vistiera sus galas para presentarse al jefe de zona. Después de recorrer todo el comedor, ante el silencio y expectación de los comensales, llego a la mesa del Teniente Coronel y se cuadró, antes de que pudiese decir nada, Lago le pregunto: Es usted representante de Flándria (que era entonces una conocida casa de Madrid, de artículos militares). Las carcajadas por poco echan abajo el techo del edificio, y el atribulado Capitán se trabuco del desconcierto que le produjo el recibimiento.

Un pater con estupidómetro (Cor. García-Mauriño)

Llego destinado a la Bandera un Teniente Capellán, muy apuesto y presumido, que, a diferencia de otros anteriores y posteriores, no usaba la sotana, y se paseaba por Smara llevando en su mano izquierda un estupidómetro, muy bien tallado, rematada en pomo y cantonera de plata, una obra de arte. Los jueves venia a Smara la estafeta, un avión del Ejercito del aire DC-3, que volaba directamente desde Gando, traía las provisiones y encargos que durante la semana se habían solicitada a la Representación del 3º Tercio en Las Palmas, cada dos jueves hacía doble viaje, esto es una vez descargada la mercancía y embarcado el personal y envases que se devolvían volaba de nuevo a la base de Gando y regresaba a Smara con una nueva carga.

Los diversos Capellanes destinados en la Bandera, cada cierto tiempo pedían permiso al Teniente Coronel para ir con la estafeta a Gando y confesarse con el cura de la base. El pater al que nos referimos usaba con mucha frecuencia este servicio, hasta que llegaron a la Bandera rumores sobre que aprovechaba su privilegio para ir a fardar a la terminal civil del aéreo puerto de Las Palmas, con su uniforme legionario y su estupidómetro. Un miércoles a la hora de la cena le pidió permiso a Lago por ir al día siguiente en la estafeta a confesarse, el Teniente Coronel le negó el permiso, y mirándole fijamente a los ojos y le dijo: Peque menos, pater, peque menos. El Capellán se puso rojo como un tomate, y no alego nada en contra de la decisión.

Raciones autocalentables

El Sargento M. era un hombre que practicaba la disciplina con convencimiento; él estaba seguro que si sus superiores le ordenaban algo, tendría alguna razón para ello y con ese mismo convencimiento exigía la disciplina a sus subordinados. Por otra parte, alguna mente pensante del Servicio de Intendencia ideó las raciones autocalentables; consistían éstas en dos latas de las cuales una contenía la ración propiamente dicha, consistente en unas exquisitas judías con chorizo y la otra estaba llena de carburo de calcio; de tal forma que, abierta la primera y practicados unos orificios en la segunda, bastaba verter un poco de agua de la cantimplora sobre ésta, colocar aquella encima y con el calor generado por la conocida reacción del carburo de calcio y el agua se obtendría la perfecta y rápida cocción de las referidas judías. Pero los conocimientos químicos del Sargento M., no eran tan amplios como férrea era su disciplina; por lo que, estando de patrulla con su autoametralladora del Grupo Ligero Sahariano, no dudó en unir el contenido de las dos latas pensando que la segunda contenía un condimento adecuado para las judías y ante la reticencia de alguno de los miembros de su dotación a imitar a su Sargento, por el mal sabor del carburo, sentenció: ¡Si la Patria nos proporciona este alimento, es que es bueno para nosotros! El resultado final fue la evacuación urgente de todos los sirvientes de la autoametralladora en estado grave por ingestión de carburo.

El Teniente Vicario

Hay apellidos que se prestan a confusión y eso le pasaba al Teniente Vicario de Sande, con el suyo. Como era muy moderno, enfermedad que se cura con los años, formaba a la cola de los Oficiales lo cual le daba cierta singularidad, aumentada por el equívoco a que se prestaba su apellido.

Formando en una fila con los Jefes y Oficiales, que recibían al nuevo Coronel, al llegar este a su altura saludó y dijo su nombre: Teniente Vicario. ¡Encantado de conocerle, páter!, respondió el Jefe mientras trataba de besarle la mano.

El Teniente Dandy

El convoy del General Gobernador del Sáhara, atravesaba la zona de Mauritania donde la antigua frontera hacía un ángulo recto. Se había escogido este camino para ahorrar tiempo y nadie esperaba que en aquel desolado lugar hubiera alguna unidad militar, no obstante detrás del land-rover del General ondeaba una bandera española como signo de identificación.

Era mediodía y el sol calentaba de firme. El polvo que levantaban los vehículos volvía a caer en parte sobre los miembros del safari, que se protegían la cara con pañuelos, cogoteras o turbantes. En estas condiciones el Teniente de la Legión que mandaba la escolta vio correr gente armada que le hacía señas de que detuviera el convoy. Sin prestarles mayor atención continuó marchando para detenerse, donde parecía estar el puesto de mando de aquella gente, rodeando el coche del General con los legionarios por lo que pudiera pasar.

Mi General, explicó el Teniente, parece que hemos encontrado nómadas armados que pueden ser del Ejército francés. Está bien, replicó el General, quitándose de la cara el turbante negro que usaba en los nomadeos, esperemos saber quien manda a ese personal. En ese preciso momento, ambos quedaron estupefactos ante una aparición que bien podía calificarse de sobrenatural. Un Teniente francés bajaba de la loma uniformado con quepi de las unidades coloniales, camisa garbanzo, zaragüelles blancos y sandalias. Llevaba bajo el brazo, estilo inglés, un debús para montar en camello y en el ojo derecho un monóculo. Y lo más extraordinario del caso era que tanto el uniforme como el personaje, se presentaban tan inmaculados como si acabaran de salir de la tintorería las prendas y de la ducha el Teniente.

Cuadrándose marcialmente dio novedades al General y este le preguntó, cuando tiempo llevaba la Compañía de nomadeo. Un mes, mon General, contestó el francés. ¡Aguanta!, dijo por lo bajo el Cabo Palau, empolvado de la cabeza a los pies, lleva un mes de campo y el tipo está niquelado. Porque no es un guarro como tú, apuntó el 1º Guaje. Los guiris van muy matizaos, explicó El Majara, que había estado en Francia. Vámonos, cortó el General, que también sentía ganas de darse una ducha.

El Tabardo de Cantinflas

Era raro que Cantinflas no debiera dinero a alguien de la Compañía, y no solo a los de la suya. Debía a Oficiales, Suboficiales y Tropa, para él eso de los débitos no admitía categorías militares. Una tarde vio que el Cabo 1º Gervás tenía colgado detrás de la puerta del Juzgado donde trabajaba un tabardo de paño, que ya no eran reglamentarios pero que le venía muy bien cuando tenía que hacer convoyes, pues eso de que en el Sahara hace mucho calor es a medias, ya que ciertos meses del año por la noche hacía un frío que pelaba, sobre todo porque iban vestidos únicamente con un pantalón, una camisa y unas sandalias.

Contó que había un individuo que le daba por dicho tabardo 500 Ptas. pero el Cabo 1º contestó que si salía el tabardo del Juzgado no iba a ver en la vida ni la pasta, ni el tabardo. Respondió que cómo podía pensar eso de él con el trato de amistad que les unía y que dentro de una hora estaría el dinero en su poder. Al fin le convenció, se lo llevó y no volvió a verlo ni a él, ni al tabardo, ni a la pasta en mucho tiempo.

El Cabo 1º Gervás recuperó las 500 Ptas., de una forma accidental, a los dos o tres meses de los hechos. Tuvo que ir a la Oficina de la unidad cuando le estaban pagando al Cantinflas las sobras del mes. No le vio llegar, ya que estaba de espaldas a la puerta, le cogió un billete de 500 Ptas. de los que tenía en la mano, entonces se volvió y sin inmutarse dijo: «Mi primero, ahora mismo iba yo al Juzgado a llevarle el dinero». «Bueno, ahora ya no hace falta que te molestes». La caradura que tenía era impresionante y no se cortaba ante nadie.

Al poco rato fue al Juzgado y después de decirle que le había fastidiado, le convenció para que fueran a tomarse unas copas que como es lógico se pagaron con las 500 Ptas.

Cantinflas y su rutina

En el Aaiún y, dado lo poco que se cobraba, era muy corriente que algún legionario con ansias de negociante pusiese lo que se llamaba una rutina. Consistía el asunto en que el legionario comprase una botella de anís, coñac y unos paquetes de tabaco y los despachara al por menor en los servicios de la Compañía, claro que al fiado hasta las próximas sobras. Los precios eran bastante altos, una copa de 5 ptas. cuando la botella costaba 25, un cigarrillo rubio 1 pta. y un negro 0’5 ptas.

Cantinflas decidió poner uno de estos negocios y para ello como no contaba con capital se dirigió a un chiringuito que llevaba un saharaui y entablaron un diálogo parecido al siguiente: Jai, ¿a cómo vendes el tabaco? El nigro a 3 ptas. el paquete, il rubio a 5 y el emboquillado a 6. El legionario le dijo: mira Jai, yo voy a poner una rutina y como vendo el pitillo a 1 pta. pues me gano bastante dinero. Así qué te parece si me das fiado hasta fin de mes, que es cuando se cobran las sobras, y te pago el paquete rubio emboquillado que es el más se vende a 10 ptas. el paquete. El nativo abrió unos ojos como platos y pensaría ¡Vaya chollo, ganar cuatro pesetas más en cada paquete de tabaco!. Al fin cerraron el trato y Cantiflas aquel día se llevó 3 cartones, al día siguiente 5 y así sucesivamente hasta que tuvo una cuenta de cinco o seis mil pesetas. Ni que decir tiene que ya no volvió por el chiringuito.