CREACIÓN DEL TERCIO Y PRIMEROS AÑOS: LARACHE, 1940 – 58

COMPAÑÍAS DE LA VIEJA ESCUELA

En la primera época de Larache muchos de los Capitanes que mandaban Compañía eran de los que entonces se denominaban de Transformación, es decir, que habiendo participado en la guerra civil como Oficiales, finalizada esta contienda realizaron un curso de transformación de Oficiales Provisionales a Oficiales de la escala activa. A su vez, empezaron a llegar los Tenientes procedentes ya de las primeras promociones de la Academia General Militar. En cualquier caso, el estilo de mando que por la formación eminentemente práctica de unos y académica de los otros, era el de la vieja escuela. Seguidamente y a modo de ejemplo vamos a citar hechos o curiosidades de tres de estas Compañías, la 5ª, 7ª y 10ª más una Cía. de retén antidisturbios. Que nadie se ofenda si por desconocimiento no resalto la actuación de otras Compañías o de otros cuadros de mando de los años 40 – 50 pues seguro que los hubo con grandes virtudes. Espero la colaboración de los lectores más veteranos para ir completando este capítulo.

La 5ª Cía de máquinas y el Capitán Andrade

La 5ª Compañía, la de ametralladoras, mandada por el Capitán José Ramón Noval Andrade, era una verdadera leyenda en la Legión. Todo el mundo, no sólo en el 3er Tercio, sino en toda la Legión, había escuchado hablar de la famosa y modélica Compañía de máquinas de la VII Bandera, más conocida como la 5ª del Capitán Andrade. Antiguo jugador de fútbol de 1ª división del Atlético de Madrid (entonces llamado equipo de Aviación), se preocupaba mucho de elegir entre los reclutas (sus predilectos al parecer eran los vascos y los alemanes) a los más fuertes, precisamente para llevar con soltura las ametralladoras y morteros de la Compañía debido al considerable peso de estas armas.

Sus legionarios presentaban un aspecto físico impecable. La unidad era como un reloj en su funcionamiento. Todo estaba, calculado y milimetrado; por un lado la disciplina era férrea, por otro destacaba la atención, el cuidado y la defensa de los derechos del legionario. Aquel que hacía bien los servicios, sabía sus cometidos y su comportamiento era el adecuado, lo tenía todo conseguido; después y en el entretanto, que cada uno hiciera y viviera su vida. Pero el servicio era el servicio. Así nos lo cuenta el Teniente Girona el día de su incorporación a la citada Cía:

 

«Nada más presentarme al Capitán, después de saludarme y acogerme con total corrección, no exenta de delicadeza, me dijo, de momento no le voy a dar a Vd. cometido alguno. Observe la acción, vida y modos de la Compañía; asista y acuda a todo lo que le apetezca, sin obligación alguna y cuando crea que está en condiciones de comenzar a trabajar en esta Compañía me lo dice. Durante un par de días lo único que hice fue tener los ojos muy abiertos, los oídos listos y la mente despejada. Tan pronto acompañaba al Oficial como al Sargento de Semana, o me pasaba por las cuadras. Entraba en el local de la Compañía y me fijaba en el orden y distribución de enseres, utensilios, disposición de las camas, mantas, sábanas, el armamento, etc. Me sentaba, callado, en la oficina y escuchaba lo que se decía y lo que se solucionaba.

Acudía a la cuadra a observar la distribución del pienso, me acercaba cuando llevaban los acemileros a los mulos, bien al agua, bien al paseo de ganado por las tardes. Presenciaba las teóricas y la instrucción. Allí todo el mundo sabía lo que le correspondía y más. En una de las paredes de la cuadra, siempre limpia e higiénica, estaba pintado un mulo con la expresión de cada una de las partes de su anatomía y más adelante lo mismo con los atalajes. Era como la pizarra de la clase en la escuela; con un puntero, el Cabo de cuadra iba indicando una parte o una pieza y el legionario sin dudar (la duda ya era considerada como pecado mortal y la ignorancia era anatema), respondía siempre en voz alta y fuerte lo que se le indicaba.

Lo mismo ocurría con la instrucción táctica o técnica; todo lo descrito en el manual de la ametralladora Alfa o en el mortero Valero de 81 mm era sabido y repetido de carrerilla por cada legionario; igualmente lo que decía el reglamento táctico sobre el empleo de tales armas era conocido, las misiones de los sirvientes, los cometidos de los Cabos y, hasta los Jefes de Pelotón, los Sargentos o Cabos 1ºs, actuaban de igual manera.

Los sábados, con anterioridad a la formación de toda la Bandera, el Capitán realizaba una especie de examen semanal. Se ponía a la cabeza de la formación, a su lado el Oficial de Semana y con potente voz empezaba: ¡legionario Fulano!, muy fuerte se oía presente y a la orden de Vd., mi Capitán, la ceremonia seguía describe el cañón de la ametralladora… El legionario interrogado comenzaba, de carrerilla y por orden de parte anterior o boca de fuego a parte posterior, o boca de carga, con la descripción, datos de peso y demás tecnicismos……. en un momento dado, el Capitán interrumpía y decía... ¡sigue legionario Zutano!, el nombrado, sin pestañear continuaba como si se hubiera pasado página; la detención era la similar a la realizada al pasar la hoja. Y así en todo. Cuando el Capitán Andrade se mostraba satisfecho, le decía al Oficial de Semana ¡Bien, pero se puede lograr más!.

Como en todo también en el pago de las sobras se atenía a lo reglamentario. Quien realizaba el pago era el Oficial de Semana, el Capitán no presidía, solamente presenciaba. El Auxiliar de la Cía, preparaba la relación, extendía sobre una mesa de la oficina una manta, se colocaban en montones o columnas según fueran billetes o monedas, las cantidades a entregar; el Oficial de Semana se sentaba, a su derecha el Auxiliar; en un costado el Capitán. En el local de la Cía esperaban los legionarios, arreglados y limpios que iban diciendo «¡A la orden de Vd., mi Capitán! con su permiso puedo dirigirme al Sr. Oficial. El Capitán inclinaba la cabeza y el legionario giraba y se situaba delante de la mesa del Oficial de Semana.

Se escuchaba la estentórea exclamación ¡A la orden de Vd., mi Teniente! se presenta el legionario ……tal y tal……que viene a percibir sus sobras. ¿Cuánto debes percibir?, Decía el Teniente; me corresponde: tanto por prima …..tanto por reenganche…..tanto por sobras …. que con los descuentos reglamentarios hacen….tantas pesetas, respondía cada legionario. El Auxiliar ratificaba o rectificaba, el Teniente pagaba lo que indicaba el Auxiliar e inquiría: ¿legionario fulanito, ¡estás conforme?. El susodicho respondía o ¡sí, mi Teniente! o realizaba la reclamación reglamentaria.

Había veces que en este punto se oía la voz del Capitán que decía que se le había descontado tanto y cuanto por esto o por lo otro. Siempre se terminaba aceptando el pago que se realizaba, dando la conformidad, incluso en aquella ocasión en que un acemilero reclamó un descuento del que desconocía el motivo y la respuesta fue: ¿de dónde crees que sale la sobrealimentación de la mula Rubia a la que con tanta frecuencia te estás beneficiando sexualmente?. Como es natural, no hubo disconformidad, sino agradecimiento hacia el Capitán quien en lugar de castigar al legionario con el Pelotón por cometer actos deshonestos con la mula optó por aumentarle la ración de comida del animal invitada por su amante».

Por su parte, así nos describe el Cte. Cruz, que fue Cabo 1º Auxiliar en la 5ª Cía, al Capitán Andrade.

 

«Recibía a los Oficiales con suma corrección, pero desde el primer momento les exigía como al más antiguo de su empleo. Hablo con conocimiento de causa porque desde mi incorporación a la Compañía en junio de 1952 gocé de su confianza y en noviembre de 1953 me convertí en su factótum y ahí anduve hasta que los dos ascendimos en 1958, él a Comandante y yo a Sargento. Era el Capitán más antiguo de la Bandera, así que cuando se ausentaba el Comandante se hacía cargo del mando de la misma. La instrucción táctica, técnica, la moral y todas ramas de la instrucción eran su obsesión.

Todos los sábados nos hacía un examen exhaustivo, empezaba a las 08:00 cuando él llegaba de Larache y duraba hasta las 10:45 para incorporarnos a la Bandera y formar para el Sábado Legionario con el resto de Tercio. Huía de los formulismos, así que el gesto más cariñoso era señalar al interesado con el dedo y decirle tú, cajón de los mecanismos (pongamos por caso). El sigue era constante, lo que obligaba a la Escuadra e incluso a la Sección de pertenencia a tener las orejas tiesas. Lo malo del caso es que casi siempre la pregunta de turno era algo desconocido para la víctima, precisamente por eso se la hacía.

Sabía al dedillo el nivel de la formación de su gente. El desconocimiento o titubeo le proporcionaba al examinado, de manera automática, ocho días de gimnasia educativa. Esta se desarrollaba todas las tardes a partir del toque de marcha, dirigida por el Sargento o Cabo 1º de Semana y consistía en 15 minutos de paso ligero, 10 minutos de paso ordinario y 5 de descanso. Todo esto con el material (ametralladora o trípode), es decir, 27 ó 28 Kg. al hombro. Los 5 minutos de descanso no eran de discreción sino de giros a pie firme, rodilla en tierra, etc. Así cuatro series consecutivas hasta completar las dos horas, amén para los legionarios arrestados de tener prioridad, como era de rigor, para limpiar todas las dependencias de la Cía a cualquier hora.

La instrucción táctica consistía, principalmente, en la ocupación y cambio de posiciones de las armas para apoyo a las propias Compañías. Un cambio de posición no era cualquier cosa en aquella Compañía, era una reválida diaria y constante de la fortaleza física de sus hombres. Se dedicaba una media hora o tres cuartos a la solución de problemas de tiro, tanto para ametralladoras como para morteros, sobre una pizarra que transportaba al campo su Plana Mayor. Era su manera de permitirnos fumar un cigarrillo a lo largo de la mañana sin perder un segundo. En la instrucción de orden cerrado, como en todo, tenía la manía de la perfección, de ahí que en las filas sólo se podía ver un hombre y en las hileras lo mismo. Marchábamos en diagonal casi mejor que de frente. Se apoderaba de la plaza de armas y arrollábamos a quien se pusiera delante.

Rara vez salía a su gusto así que proclamaba a voz en grito que no nos enterábamos hasta la 71 vuelta. El toque de alto, dado según horario por el corneta de la guardia de prevención era para él una nana, seguía la instrucción de orden cerrado hasta que consideraba que la cosa salía bien, en caso contrario, hasta 5 minutos antes del toque de fagina (rancho), nadie le llamó seriamente la atención, al menos que sus subordinados supiéramos. Nunca se daban órdenes de viva voz, salvo los datos de tiro, solo se oía el silbato. Se producía una comunicación la mar de chusca entre el Capitán y sus hombres. Así, cuando estábamos hasta las narices de marcar el caqui en orden cerrado, que eran las más de las veces, los más descarados al tiempo que marchaban iban llamándolo de todo, con voz perfectamente audible, sin olvidar calificativos denigrantes para su señora madre. El no se daba por enterado, gritando de vez en cuando: ¡menos hablar y más ganas, arriba y atrás los brazos!.

Esa parte dura de la instrucción agravada por el peso de las armas, ya que utilizábamos la ametralladora Hotchkins modelo 1914, de 55 kilos, 27 el arma y 28 el trípode, así como el mortero Valero de 1931, con tubo de 20 Kg y placa cuadrangular con reja de 20, estaba ampliamente compensada por su dedicación a los hombres de la unidad. A los que cometían alguna falta los tenía numerados. Como ejemplo de ello estaba el chorizo número 1, pongamos por caso, y así hasta donde llegarán, los cacos, el grifota número 2, etc. Era comprensivo con todas sus flaquezas (excepto con el desconocimiento del programa de la unidad) y a sus legionarios los defendía contra todo y contra todos. Se enfrentaba con quien fuera y habitualmente ganaba porque, pese a su carácter fuerte y un tanto atrabiliario, siempre se apoyaba en la razón. En resumen una figura digna de estudio y a mi modesto entender, modelo de Capitanes. Para mí, desde luego, es el mejor Oficial que he conocido. Como curiosidad, durante la guerra civil estuvo también en la VII Bandera en la Compañía el Capitán Milán del Bosch, que recordemos ganó una Medalla Militar Individual.

Las revistas de prendas se realizaban con frecuencia sin previo aviso, por orden personal del Coronel y en cualquier momento del día. La falta injustificada de cualquier prenda estaba castigada con dos meses de arresto en la Sección de Trabajos, vulgo Pelota. La Compañía, como es natural, montaba su revista y el Capitán examinaba de conocimientos teóricos. Cuando acababa con cada uno le echaba una mirada a la exposición de prendas del examinado. Si creía que le faltaba algo, antes de ordenar que se lo proporcionaran, se interesaba por el estado del ahorro de su masita (no soportaba endeudamiento de sus hombres) y a la vista de la situación decidía.

En cualquier caso, si el examinado no respondía a su gusto le pasaba una revista exhaustiva de prendas con dos posibles soluciones. Una, tirón de orejas, arresto de 14 días en la Compañía y seria advertencia de ingreso en la Pelota en fecha próxima. La otra era el ingreso directo en la Sección de Trabajos, pero eso sólo ocurría cuando el examinado había mostrado desgana en el aprendizaje, lo que se llamaba falta de celo, pero nunca corrigió a aquellos que él veía esforzarse sin conseguir asimilar las enseñanzas. Digamos que era amable con los tontos, no de solemnidad (solo conocí uno en el Tercio), pero sí simplones que en los primeros años 50 aparecían por la Legión, creo que al reclamo de la cocina.

La plantilla cubierta en los años 50 de las Cías de ametralladoras, esto es, la 5ª Cía de la VII, la 10ª de la VIII y la 15 de la IX, era de dos Secciones a cuatro máquinas y una Sección de morteros de 81 con cuatro armas. Los transportes en las marchas se hacían sobre acémilas y en los ejercicios y maniobras a hombro. Teníamos 4 caballos y 30 mulos. Cada una de las armas (ametralladora o mortero) disponía de dos mulos: uno para la carga de arma y otro para munición. Los seis restantes eran para el Pelotón de Servicios. La ametralladoras Hochkins modelo 1914 la tuvimos de dotación hasta abril-mayo de 1955 que nos dieron la Alfa. El calibre de la Hochkins siempre fue de 7 mm y el de la Alfa fue en principio de 7,92, al igual que los nuevos fusiles y mosquetones que nos dieron también en 1955, y que eran básicamente los antiguos de 7 mm. recalibrados. La munición de 7,62 se empezó a usar con el Cetme modelo A del que yo he hecho uso.

En la Compañía de Andrade se solían cantar al Capellán, con gran regocijo del Capitán, que por otra parte era íntimo del cura, tres canciones que hacían referencia a los atributos sexuales del cura de Villalpando y a la generalidad de los hombres».

Según nos cuenta el Coronel Miranda Calvo (estuvo de Tte entre 1944 –50) como nota festiva y curiosa cabe destacar el asalto al autobús regular que realizaba el trayecto Tetuán-Larache, de la línea La Valenciana, por un grupo legionario, debidamente autorizado interiormente el día de los Inocentes de 1947 al mando de los Capitanes Andrade y Cuenca Segovia, disfrazados de bandoleros marroquíes que, tras parar a dicho autobús al estilo del oeste, les condujeron maniatados al campamento de T’Zenin, desvalijándoles de todo cuanto llevaban. Tras el susto correspondiente, se deshizo la pesada broma siendo restituidos de todo y agasajados en el campamento. La acción pudo ser zanjada, ya que las protestas posteriores, debidas al susto de algunos pasajeros, llegaron a la superioridad.

Se dice que de entre el ganado que la Cía tenía en plantilla había una mula muy especial, de nombre la Rubia, (la del abuso sexual mencionado durante el pago de las sobras) a la que la resultaba totalmente imposible ponerle el baste de carga. Se la trataba de todas las maneras imaginables, se la mantenía arrestada a media ración porque no trabajaba, se la daban carreras enormes; se le dejaban caer sacos con arena para ablandarla, etc, etc, y el resultado era el mismo: en el momento de ir a ponerle el baste, se encabritaba, coceaba, ¡ no había manera!. Tanto a la hora de instrucción como en las marchas, la mula salía, no llevaba carga, realizaba lo mismo que el resto del ganado, pero……..¡ sin peso!. En una cierta ocasión se determinó una marcha de la Bandera al completo; el día anterior, al dar sus instrucciones, el Capitán le dijo al Cabo encargado del tren de víveres y municiones: ¡ Verdad que mañana la Rubia, se va a caer por un barranco!, La respuesta fue, sí, mi Capitán, la Rubia se caerá por un barranco; no lo podremos evitar. Se dio de baja a la Rubia cumpliéndose todos los requisitos ante mandos, veterinario e interventor en su momento, y así concluyeron los problemas que originaba la Rubia.

La Cía. antidisturbios de la Representación

Al comenzar el mes de marzo de 1956, Francia, sin contar para nada con España, reconoció solemnemente la independencia de toda la zona de su Protectorado en Marruecos con la interpretación simultánea de interdependencia y el anuncio de que organizará su cooperación a base de la libertad y la igualdad. Este hecho arrastró a España a adoptar una resolución similar y así, a las seis de la madrugada del 7 de abril de 1956, se firmó una declaración conjunta por la que España reconocía la independencia de Marruecos. Con anterioridad a ello y, también, durante un tiempo con posterioridad y en previsión de poder actuar con toda rapidez ante posibles disturbios en la población de Larache, se preparó una Compañía especial formada por legionarios y constituida por aquellos que tenían su destino en la plaza y su cuartel en la Representación.

Esta unidad tenía como Capitán a Eduardo Rodríguez Moreno y como Tenientes a Luis Martín Benito, Antonio Camacho Huelin y a Carlos Brunete Ballarena (sustituido luego por el Tte. D. Rafael Girona Olmos). Por las tardes, en principio, se procedió a instruir a estos legionarios y a ejercitarles en el tiro, lanzamiento de granadas, etc. así como a realizar las acciones propias de combate en localidades. La misión consistía en acudir, con toda rapidez, a cortar cualquier acto de subversión y, en su caso, la ocupación y defensa de puntos importantes de la plaza y mantener su seguridad hasta la llegada del resto de unidades legionarias procedentes del Krimda. La Compañía permanecía continuamente de retén. Por las mañanas en la Representación había una Sección siempre dispuesta y fácilmente localizables el resto.

Para mantener el estatus quo y atender a la población española, una Bandera se estableció en Alcazarquivir y un Tabor de Regulares de esta localidad pasó a Krimda, junto a la Legión. Llegado el momento del relevo del Tabor de Krimda, el que debía hacerlo desde Alcazarquivir, se negó; ahí está el origen de la razón de la escapada que hizo el citado Tabor del Krimda y que a continuación relato.

La situación se puso muy tensa; no por disturbios civiles, sino a causa de la negativa del Tabor de Alcazarquivir, para ir a relevar a los de Krimda. Se había hecho una labor de zapa por elementos clandestinos que convencieron a los Regulares de que en Krimda los legionarios habían eliminado a varios de los del Tabor que allí fue. Tal fue el lío que se armó con estas noticias que para desmentirlo la superioridad organizó una expedición para que las mujeres mismas pudieran comprobar que nada de ello era cierto. Salieron varios autobuses de Alcazarquivir repletos de moras, llegaron al Krimda y al bajar se encontraron con unos enfurecidos maridos que las esperaban, garrota en mano, y las volvían a meter a empujones en los autobuses acusándolas de malgastar la muna (la paga que percibían) al dejarse llevar por embustes. Regresaron sonriendo, pero los del otro Tabor continuaron en sus trece de no acudir a Krimda.

Pasaron algunos días de la fecha prevista para el relevo y como este no se efectuaba, una tarde toda la tropa del Tabor de Regulares que se encontraba en el Krimda, sin equipo ni armamento, se largó del acuartelamiento, tomó la carretera y se encaminaron hacia Alcazarquivir, pero primero tenían que pasar por Larache. Solamente quedaron en sus puestos en Krimda, los Suboficiales, los Caids de Mia, los Oficiales y el Comandante de Tabor. Tanto el Capitán de Cuartel como el Jefe de Cuartel del Tercio no intervinieron, no tenían orden de hacerlo; solo se limitaron a comunicarlo.

El mando ordenó que salieran del Grupo de Regulares de Caballería a detenerles de modo que bajo ningún concepto llegaran a penetrar en Larache. Los de Caballería pudieron reunir algo así con una Sección entre Oficiales, Suboficiales y tropa española, ya que no pretendieron que intervinieran a los indígenas ante su posible negativa, dado que entonces, aparecería la figura del delito de sedición como mínimo. Los de Caballería cargaron al llegar a la altura de las salinas del Lixus, pero dado el escaso número no pudieron detenerlos, pero si dispersarlos. Bien por tenerlo previsto, bien por iniciativa del momento, el caso es que todos los Regulares escapados se dirigieron al cementerio musulmán de Lal-La-Menana. Allí se detuvieron y concentraron. En aquel recinto no les era posible entrar a los infieles, por eso allí se sabían y encontraban seguros. Con todo lo ocurrido anteriormente, es decir, el recorrido desde Krimda hasta Larache, la carga, la dispersión, etc. ya había anochecido cuando se concentraron en el cementerio. Así nos lo cuenta el entonces Tte Girona:

 

 

«Ese día yo me constituí, como siempre, de retén en La Representación. Acababa de cenar cuando apareció el Capitán Rodríguez Moreno y poco después los dos Tenientes Martín Benito, al que acababa de relevar, y Camacho. Acto seguido apareció el Teniente Coronel Jefe Accidental y el Comandante Ayudante, portadores de la orden de la salida de la Compañía especial a una misión. Formamos a toda la Compañía comprobamos el estado del personal, armamento y munición y una vez recibida la misión, salimos. Ibamos a pie y al ir atravesando las calles, con dirección al cementerio de Lal-La-Menana, los españoles nos miraban y callaban, mientras que los moros que nos encontrábamos al paso iban susurrando, … .no es preciso; la Legión no; no es preciso ni necesario…..

Al llegar a las proximidades del cementerio, uno de sus laterales daba precisamente a la carretera en la Cuesta de Aguardiente. Nos detuvimos y el Comandante de Artillería que era el designado como Jefe de toda la fuerza actuante, formada por la Compañía de la Legión, un Escuadrón de españoles del Grupo de Regulares de Caballería y una Batería de Artillería, se dirigió a todos los Oficiales y nos concretó la misión:

Debíamos rodear por completo la parte exterior del cementerio de Lal-La-Menana. Para ello íbamos a desplegar las unidades participantes, a excepción de una Sección de la Compañía de la Legión que se constituiría en reserva, situándose en una determinada zona con los vehículos. Al cementerio podría entrar todo aquel musulmán que lo deseara, sin impedimento. A los que salieran no se les detendría ni molestaría, excepto si iban con el uniforme de Regulares, en ese caso había que detenerles y escoltados conducirles al lugar donde estaba Martín Benito con su Sección de reserva y los camiones; cuando hubiera un numeroso grupo de detenidos se les llevaría al cuartel de Artillería.

Procedimos a desplegar nuestras Secciones formando un cordón. Parecía que estábamos en el día del Corpus y nos habría correspondido cubrir carrera, los legionarios uno al costado del otro, con el arma en la mano y en posición de descanso. Precisamente casi en el centro del despliegue de mi Sección se encontraba la puerta por la que accedían y salían del cementerio todos los moros y moras, grandes y chicos que con las manos vacías o llevando cosas, presumiblemente comidas, acudían a visitar, charlar, enterarse, transmitir, recibir cualquier cosa o lo que fuese.

Durante la madrugada, serían hacia las cuatro de la mañana, llegó hasta mi zona un jeep. En él iban el Comandante que mandaba la línea, el de Artillería, el Comandante Vilches que tenía a su cargo la segunda sección bis, información de la Circunscripción, con el Capitán Ron de Francos, también del Estado Mayor de la Circunscripción. Se detuvieron, acto seguido me dijo: se ha llegado a un acuerdo con El Melal-Li; todo se va a solucionar. A las seis de la mañana, cuando ya haya amanecido, vendrán los camiones y se detendrán en la carretera. Una vez que los camiones estén ya situados, saldrán por esa puerta todos los del Tabor y se les conducirá a Krimda. Así concluirá todo. Pero una media hora antes de que lleguen estos camiones, tu retiras a tu Sección, quedando la puerta y todo lo que cubres completamente libre; no se quiere que cuando salgan puedan ver a los legionarios. Te sitúas oculto en las proximidades.

Con lo anterior no se acabó el problema del relevo del Tabor. Se había solucionado lo de Larache y, según decían gracias a la intervención y buenos oficios de El Melal-Li; éste era el Bajá de Alcazarquivir, persona muy querida y respetada por todos los moros no sólo por su buen gobierno sino porque era de lo más religioso, tanto que casi era temido como Santón, además de ser hach por haber estado en al Meca. También fue apreciada y notable su intervención del día de los graves disturbios en Larache, cuando persiguieron a El Raisuni, asaltaron su casa, maltrataron a la Mejaznía, se mofaron de su Capitán y acabó todo quemando algunos de los servidores de El Raisuni en la Plaza de España, en el centro de Larache, después de colgarlos y abrirles el vientre para después rociarlos de gasolina y, prenderles fuego. En esto último, como simple público, estuve presente.

Pero en Alcazarquivir los del otro Tabor seguían en sus trece y decían que a Krimda no iban. Tan dura se puso la cosa y peligrosa la situación que el Alto Comisario, en su calidad de General Jefe del Ejército de Marruecos, y por tratarse de tropa que formaba parte orgánica del Ejército español, dió orden de que llegaran al Krimda, que fuesen conducidos como fuera y que en previsión de posibles disturbios, se tuviera preparado el declarar el Estado de Guerra en Larache y Alcazarquivir.

Al día siguiente en la Representación, bien de mañana, nos encontramos todos los Oficiales de la Compañía. El Capitán nos transmitió la orden de que comenzáramos a municionar y dotar de granadas de mano a la Compañía; de ello me encargué yo y es aquí donde me encontré al legionario de mi antigua Compañía, la 8ª, el que quiso suicidarse y que, al proporcionarle su correspondiente dotación de munición y granadas me dijo aquello de que se reenganchaba ahora que iba a comenzar el jaleillo.

Pasada la media mañana se presentaron el Teniente Coronel Jefe de Instrucción y el Comandante Ayudante. Nos reunió Quesada y nos transmitió la orden de que se está a la espera de lo que suceda en Alcazarquivir; si hay jaleo a causa del Tabor tanto allí como aquí se declarará el Estado de Guerra; entonces saldremos y ocuparemos los lugares asignados, se patrullaran las calles, no se permitirán grupos de más de cuatro personas y si se forman hay que disolverlos. A todos nos parecía que las cosas y las órdenes que nos daban no estaban nada claras, por ello comenzaron las preguntas sobre ……..y si ….;que hacer si ….; ¿hay que dar las tres voces….?…. etc. El Comandante Ayudante, Fernández Pose, dijo… si una vez advertidos de que se disuelvan, no hacen caso ¡los disolvéis!, usando primero las culatas y si hay resistencia y os veis en la necesidad de tirar ¡se tira!. No hubo necesidad de salir. Se realizó el relevo (según veremos a continuación)».

La 7ª Cía y la rebelión de los Regulares

Solucionado lo del Tabor de Krimda había que llevar al Tabor de Alcazarquivir hasta allí. Primero visitó el cuartel del Grupo el Comandante General de Ceuta, continuó la negativa. A partir de ahí comenzó la labor combinada, por una parte se ordenó al Grupo de Regulares que el Tabor partiera al día siguiente; por otra, se alertó a la Plana Mayor del Tercio en Larache y se preparó todo. El papel más importante se le encomendó a la VIII Bandera, la destacada en Alcazarquivir. Los hechos tal y como se los narraron al Tte. Girona el entonces Teniente Ayudante de la Bandera, José Luis Puig Terrero, así como el Teniente Jaime Martorell Castellví, el Teniente Antolín Heriz y el más directo protagonista, el Capitán Ernesto Fernández Tenreiro, fueron así desarrollándose:

El Comandante Furundarena, Jefe de la Bandera, recibió una orden más que confidencial, secreta; tanto es así que solamente la comunicó al Tte. Ayudante y a los Capitanes. Consistía establecer las ametralladoras cubriendo todo el cuartel de Regulares; para ello entre otras posiciones se ocuparían los torreones; el Capitán de la Cía, Agustín Santos Novoa, dió las órdenes oportunas. Por su parte, la 7ª Cía del Capitán Fdez. Tenreiro estaría dispuesta para asaltar el cuartel y para ello se situaría tras la tapia posterior, lindante con el cuartel de la Bandera.

El resto de la Bandera permanecería alertada por si era preciso intervenir caso de que se produjera el plante del Tabor. Antes del amanecer, tanto el Comandante como los Capitanes y el Tte. Ayudante despertaron uno a uno al resto de los Oficiales y Suboficiales, se les puso al corriente y en completo silencio del mismo modo se fue despertando, uno a uno, a los legionarios. Se municionó y cada unidad ocupó su lugar.

A las ocho de la mañana y ante la entrada del cuartel del Grupo se concentraron los Regulares del Tabor; sentados en el suelo, esperaban la orden de marcha para negarse; uno de los regulares alzó la vista y vió en lo alto del torreón de la entrada una camisa verde y el cañón de una ametralladora, lo comunicó y se fueron enterando todos; la reacción fue inmediata: al ordenar formar así se hizo, en silencio y con orden.

El Tabor con su Jefe al frente, el Comandante Montero Romero, Medalla Militar Individual, los Oficiales y la tropa – ésta totalmente desarmada – emprendieron la marcha hacia la estación del ferrocarril de Alcazarquivir. Detrás de la formación marchaba la 7ª Compañía de la VIII Bandera. Al llegar a la estación embarcaron los Regulares. Mientras el tren estaba detenido se encontraba rodeado por la Compañía legionaria; así se llegó a Larache. El trayecto hasta Krimda se realizó a pie; durante los altos horarios, desplegaba la 7ª Cía y en todo momento estuvo asegurado el orden.

Simultáneamente a las disposiciones descritas en Larache y en el Krimda se actuó en un doble sentido: la IX Bandera, presente en el acuartelamiento, estaba alertada y lista para la acción; una Cía de la misma se adelantó hasta el poblado del Jemis del Sahel cubriendo los accesos desde la carretera. Legionarios a caballo cercaron tanto el poblado del Jemis como sus cercanías, con lo que se aseguraba e impedía la acción desde el poblado a la columna en marcha o deserciones desde la columna hacia el poblado. Sin incidente alguno llegó el Tabor a Krimda; se efectuó el relevo y el Tabor relevado fue embarcado en camiones hasta la estación de ferrocarril en Larache y desde allí a Alcazarquivir.

Así nos cuenta el Capitán Fernández Tenreiro su experiencia al mando de la 7ª Cía:

 

«A los dos días me dieron la orden de volver a salir con la Cía para escoltar un Tabor del Grupo de Regulares que se negaba a ser trasladado desde Alcazarquivir hasta el Krimda. Parece que vivo aquella madrugada (a las 4 h.), en que me incorporaba al acuartelamiento y nos veíamos el enlace y yo rodeados de una masa de chilabas blancas. Las moras daban sus gritos de ritual, amenazando a mi mujer e hijos en el caso de que yo llevase el Tabor. Cuando me presenté con mi Cía al Comandante que se había hecho cargo del Tabor, me encontré que era D. Jesús Montero Romero (Medalla Militar Individual), antiguo profesor mío en la Academia (AGM). Me dijo: hay que ver Tenreiro hace poco yo le arrestaba a Vd. y hoy me lleva preso a mí. Aquí, si me dieron la orden por escrito de abrir fuego en el momento que viese algún movimiento sospechoso. Sin embargo, a continuación se me dijo: cuidado pues cuando se oiga el primer tiro, las poblaciones españolas de Larache y Alcazarquivir las quemarán.

Los legionarios iban con unas ganas locas de darle al gatillo y, aunque a mí no me faltaban, veía la situación francamente comprometida. Cuando llegamos a Larache para tomar la carretera hacia el Krimda se me acercó el Cte. Montero y me dijo: Tenreiro se me queda una Sección entera en la estación que se niega a seguir. Entonces ordené al Teniente más antiguo que tomara el mando de la Compañía y a continuación llamé al mejor Sargento que tenía, Palmero, (llegó a Comandante Legionario) para que mandase desplegar la Escuadra del fusil ametrallador por el flanco izquierdo y la de granaderos, por el derecho, mientras él y yo marchamos por el centro. Felizmente, la Sección de Regulares tan pronto nos vió avanzar, como si alguien diese la orden y como si todos fueran un solo hombre, se puso a paso ligero, incorporándose a su unidad sin otro percance.

Una vez en el destacamento me dieron otra orden similar, llevar otro Tabor que había desertado y se había metido en el cementerio. Con éste no tuve tanta complicación, solamente hubo un soldado que echó a correr, pero ante el temor que a alguien se le ocurriera hacer fuego, salí corriendo detrás de él, logrando que entrase otra vez en filas. La verdad es que la disciplina de fuego se cumplió, como corresponde entre nuestros legionarios. A pesar de que los ánimos estaban bastante exaltados, su comportamiento fue excelente».

La 10 Cía: un Banderín con el ojo del Fundador

Muchos y buenos mandos ha tenido esta Compañía. Según testimonio recogido durante mi pertenencia a la misma, los viejos legionarios, así como los Cabos con paga de la misma y los Suboficiales, mantenían vivo el recuerdo del que consideraban como el mejor Capitán que hasta entonces había tenido jamás esta Cía., D. Julio Cuenca Segovia.

Cuando perdió su ojo Millán Astray, fue atendido por legionarios de la 32 Cía (actual 10ª Cía) dándose el caso de que, al menos en los primeros años de Larache (Marruecos), la 32 Cía llevaba en su Banderín dibujado un ojo. La revista Legionarios, editada en los años 40 por el 3er Tercio, nos explica que el motivo de este curioso hecho ocurrió cuando la VIII Bandera recibió su bautismo de fuego. Luchaba la Colón en el mes de marzo en Loma Redonda,… cuando recibió la visita de su Coronel, Millán Astray, que en ese momento ya le faltaba el brazo perdido en el Fondak de Beni-Gorfet, si bien, a pesar de ello, mandaba una Columna formada por las V, VI, VII y VIII Banderas.

La joven VIII Bandera, tras un asalto durísimo en el que demostró una alta potencia de fuego gracias a la Compañía de ametralladoras y morteros (la 32 Cía.), logró conquistar el objetivo. Tras distribuir los puestos de las máquinas, empezó o fortificar la posición con sacos terreros. Millán Astray al enterarse de este éxito en los primeros combates de la VIII, quiso ir personalmente a felicitar a los legionarios de esta Bandera en su bautismo de fuego, que aclamaron su presencia. En vano el Teniente Coronel Valcazar y el Teniente legionario Tiede, que se encontraban junto al Coronel, intentaron que disistiera de su empeño de visitar los puestos.

La 32 Cía había distribuido sus armas de la siguiente forma: en las dos fortificaciones extremas se colocaron 6 ametralladoras, 4 morteros y 40 legionarios en cada una, mientras que en el centro quedaban un Sargento y 8 legionarios. La loma recién conquistada recibía continuamente fuego (paqueo) del enemigo desalojado, pero el Coronel quiso visitar precisamente el asentamiento de ametralladoras situado en unos peñascos encima de Beni-Aisa, con la mala suerte que fue alcanzado por un proyectil. Cayó al suelo sangrando mucho por la boca, pero como era costumbre de la época en los legionarios que resultaban heridos, aún le dio tiempo a gritar ¡Viva España, Viva la Legión!. Lógicamente fue atendido por los legionarios de la 32 Cía que se encontraban más cerca, practicándole un Cabo, la primera cura. Desde entonces su Banderín ostentó una pupila abierta en recuerdo de la que perdió aquel día su fundador y el lugar donde ocurrieron estos hechos fue conocido por los legionarios como las Peñas de Millán Astray. Este ojo de Millán Astray grabado en el Banderín se debió mantener al menos hasta los años 50 pues recuerda haberlo visto en el Banderín de la 10ª el entonces Tte. Girona.

En definitiva, la 32 Compañía de Ametralladoras convertida en la actual 10ª Cía de Mando y Apoyo de la VIII Bandera, que fue testigo de la herida del ojo de nuestro fundador, adoptó una pupila abierta en su Banderín en recuerdo de aquel hecho histórico. Este acontecimiento no pasó desapercibido en España, de modo que las Damas Sevillanas donaron un Banderín de Gala a la 32 Compañía, en un acto celebrado el 27 de enero de1927 en Sevilla presidido por Sus Altezas Reales los Serenísimos Señores Infantes de Borbón (la Infanta Doña Luisa y su esposo) al que asistió, en representación de la Legión, el Coronel Millán Astray, pronunciando el discurso, como Madrina, la Excma. Sra. Dña. Manuela Tenorio, viuda de Urcola. Entre otras palabras (publicadas en la Orden de la Legión del 9 de febrero de 1927 en Ceuta), dijo lo siguiente:

«No ha mucho, allá en las Peñas Millán Astray, como se cita en ese Banderín, pierde un ojo, tiene un nuevo sacrificio, deja otro despojo, como mártir de la Patria, que cual los mártires de la religión parece que le van pidiendo, nuevas gotas de sangre, para aumentar los florones de su corona, para formar el nimbo esplendente de su aureola y allá esas Peñas conservarán su nombre, como recuerdo imborrable, del que supo llevar el de nuestra España, saltando fronteras, como en los tiempos de nuestros gloriosos Tercios, que él ha tenido la feliz intuición, de hacer recordar, cristalizados hoy en sus Banderas y en sus Legiones.

Hemos querido personificar, el recuerdo en ese Banderín, para que cuando ondee al frente de la 32 Compañía, sea recordatorio para todos, de unas Señoras que aquí en Sevilla, ante Vuestras Altezas, y ante la primera de las sevillanas, nuestra Infanta, admirada del Cervantes de nuestros tiempos, rinden un tributo al heroico mutilado y piden a Dios mitigue su divina prueba, seguras que cuantas Él pidiera, serían nuevos motivos para soportarlas con toda la resignación y entereza, del que tiene su vida al servicio de su Dios, de su Patria y de su Rey».

El día 19 de septiembre formó la Bandera y con toda la solemnidad se hizo entrega a la 32 Cía del Banderín regalado al Coronel y Primer Jefe del Cuerpo D. José Millán Astray, con el ojo del fundador en el paño del mismo.

En ese momento la 32 Cía de máquinas tenía en plantilla 3 Secciones de ametralladoras medias (primero fueron Hotchkiss de 7 mm y luego Alfa de 7,62) con tres máquinas cada una (total 9) y una Sección con tres morteros de 81mm. Además contaba con 5 caballos (para el Capitán y los 4 Oficiales) y 38 mulos (no disponían de vehículos) para transportar la impedimenta y la munición. La actual 10ª Cía de Mando y Apoyo en el 2003 se compone de una Sección de Mando y Observación, una Sección de Transmisiones, una Sección Reconocimiento, una Sección de Morteros Pesados, una Sección de Defensa Contracarro y una Sección de Defensa Antiaérea.

Su armamento actual (año 2003) es de 4 puestos de tiro de misiles TOW contracarro (largo alcance), 4 puestos de tiro de misiles Milán contracarro (medio alcance), 6 morteros de 120 mm (pesados), 2 lanzagranadas LAG-40, 6 cañones antiaéreos 20/120 Oerlikon, 2 ametralladoras ligeras 5,56 mm Ameli, 2 fusiles de precisión 12,70 mm Barret, y 2 fusiles de precisión 7,62 mm Accuracy estando totalmente motorizada y en parte protegida con vehículos blindados sobre ruedas (BMR) y vehículos Vamtac.