LA 3 CÍA Y IX BRA EN EL CONFLICTO DE IFNI-SAHARA, 1956-1958

CURIOSIDADES DE LA IX EN EL SAHARA

Por suerte el libro Sahara 1958 de José Falcó Rotger trata de la vida y acciones de combate de la IX Bandera en base al diario personal que elaboró el entonces Teniente Franco, del que extraemos algunas curiosidades:

Los Cabos Frías y Silva (José Falcó)

Sería hasta injusto no dedicar un capítulo a este singular personaje de la IX Bandera Frías, borracho, sinvergüenza y simpático donde los haya. Hombre inteligente, capaz de embaucar a los guardianes de un campo de concentración, diciéndoles que había salido – no fugado- y convenciéndoles de que les estaba haciendo un favor. Frías tenía soluciones para todo, lo mismo servía para ranchero –gozaban fama sus empedrados- que para escribir poesías. Válido para cualquier situación, nadie sensato le hubiese dado un destino de confianza. Quien le conocía sabía que tarde o temprano se la iba a jugar. Se contaba de él que estando de permiso en Cádiz y no teniendo con que pagar la pensión donde se hospedaba, le prendió fuego al colchón, tiró la maleta por la ventana y salió corriendo, gritando: ¡fuego, fuego!.

Era como el niño bonito del Capitán Nicomedes, no quería tenerlo cerca pero con las muchas faenas que le había gastado lo mantenía en la Compañía y lo pasaba de una a otra Sección, según se cansaban de él los Oficiales. Y así llegó a la Sección de Franco con todas las recomendaciones de sus compañeros más veteranos. Es sabido que en la Legión no se pregunta a nadie por su pasado, y si alguien se atreve encontrará la respuesta de que nada importa la vida anterior. Pero a Frías le encantaba contar su vida, y sus relatos eran tan interesantes que muchas veces acaparaban la atención de las tertulias de los Oficiales. Por su imaginación y su amenidad nunca se sabrá donde acababa la verdad y empezaba la ficción.

Decía que tenía cuarenta y cinco años, aunque aparentaba menos, como efectivamente aparecía en su filiación. Había luchado en España con el bando republicano como Teniente de Ingenieros, y daba pelos y señales de las operaciones en que había intervenido, entre ellas la batalla del Ebro. Desde el primer momento parecía una buena persona, era paternal con los legionarios jóvenes y bonachón con todo el mundo, para luego sacarles las perras y ponerse ciego de vino. Lo mismo le pedía veinte duros al Teniente que al legionario recién incorporado; con el único que mantenía las distancias era con Nicomedes, al que llamaba cariñosamente el Chivani (viejo). Así lo relata el Tte. Franco:

«Cuando me tocó en turno el Cabo Frías no lo acogí como un desecho de tienta, me caía bien aquel sinvergüenza, tanto que me acompañaría por todas mis correrías durante mis años en África. Y a pesar de sus antecedentes y de los consejos de mi Capitán, fui lo suficientemente insensato, no sólo para llevar conmigo al Cabo Frías, sino para darle puestos de confianza, aún a sabiendas de que me la iba a jugar, como así ocurrió una y otra vez.»

No era el clásico producto del Tercio, se diría que de legionario solo tenía la estampa: bien parecido, con larga barba y descuidado en su atuendo. Solamente se aseaba cuando pretendía sacar algún partido de la situación. Uno de sus talentos era la escritura, tenía muy buena letra y se escribía con las que llamaba madrinas de guerra – a saber que les contaría – y que, según él, la mayoría eran viudas que seleccionaba para, en su día, casarse con una de ellas. Las viudas, junto a la guerra del treinta y seis y el campo de concentración eran sus temas favoritos cuando estaba sereno.

Silva, otro Cabo veterano de la IX Bra. Del Tercero, también buena persona, pero el reverso de Frías contaba chascarrilos y anécdotas de la División Azul, a la que había pertenecido. Impecable en su porte, siempre perfectamente aseado y con un pasador lleno de medallas que lucía siempre, ya sobre la guerrera, ya sobre la camisa. ¡Anda, Silva, cuéntanos cuando te encontraste al ruso en un embudo de artillería comiendo una lata de sardinas!. Y por centésima vez, Nicomedes que también era divisionario, se deleitaba escuchando a Silva el mismo relato que, en definitiva, era que cuando puso la bayoneta al vientre del ruso, éste le alargó la lata y acabaron los dos comiendo sardinas. Silva, con el lago Ilmen, el Wolchof y las heladas estepas rusas y Frías, con el paso del Ebro en una balsa sin saber nadar, jamás se enzarzaron en discusiones. Cada uno con su tema y como denominador común el espíritu de la Legión, que aúna sentimientos e ideologías.

Cavando cuerpo a tierra

En una de las ocasiones en que hubo que organizar una posición defensiva el paqueo era continuo pero sostenido. Se diría que disparaban a unos 500 m, pero el fuego se intensificaba cuando alguno se incorporaba más de lo prudente lo que hacía suponer que no se estaba a cubierto de las vistas, pese a encontrarse en una posición dominante. Cuerpo a tierra, los legionarios seguían cavando, y esta posición tan incómoda bien pronto les hizo olvidar los disparos y se pusieron a cavar de pie como si el fuego no fuera con ellos. La despreocupación de aquellos hombres rozaba la temeridad, hasta el punto que el Oficial estaba más atento a sus hombres que a los trabajos y constantemente les gritaba: ¡Delfino agáchate!, ¡Zorrilla túmbate!. Y así hasta quedar afónico, porque se agachaban y al momento volvían a incorporarse.

Con ligero cabreo pero sin ánimo de acertar, el Tte. Franco lanzó una pedrada a Zorrilla, con tan mala fortuna que le dio en la cabeza. El enfermero le curó la herida con un aparatoso vendaje que no podía disimularse y cuando al atardecer se hizo un recuento de bajas, el Teniente tuvo que confesar que tenía un herido, pero de una pedrada que no procedía del bando contrario. Curiosa fue también la contestación del Cabo 1º Delfino Lorenzo Gobella, un portugués de edad indefinida y rasgos orientales que hablaba poco y mal: mi Teniente si yo me agacho la bala que viene dirigida al culo me dará en la cabeza.

Tapas en el desierto

La ración de etapa que los legionarios decían la tapa, estaba compuesta por carne de Mérida, sardinas en aceite, una tableta de chocolate y un paquete de pan galleta. Desde el desembarco en la playa del Aaiún no habían efectuado una comida en caliente y el 11 de febrero de 1958 continuaron con el mismo menú. El Teniente Franco empezaba a notar que el espíritu legionario calaba hondo. Curiosa la mentalidad de aquella gente. Rudos donde los hubiera, con la austeridad de un trapense y a la primera de cambio se cocían de vino, orgullosos, valientes infatigables, pendencieros, leales, informales, sinvergüenzas, disciplinados, alegres, trágicos. Como un saco de virtudes lleno de defectos los definirá. ¡Que estupenda tropa!, pensaba mientras compartía con Blanco, su enlace, la ración de etapa. ¡Que bueno estaba el chusco!.

Galope de Caballería

Por la noche volvieron a sonar algunos disparos provocados por las dichosas latas de conserva movidas por el viento. Y al amanecer, entre dos luces, el Cabo 1º Delfino comunicó a su Teniente que oía galope de caballería y efectivamente eran cascos de equino al chocar contra el duro suelo de Edchera. ¿Qué si era duro?, que se lo pregunten a los legionarios que estuvieron todo el día cavando. Que se tratase de ganado parecía acertado, pero ¿acaso los saharauis tenían caballería?. No, aquello eran unas elucubraciones de alguien con demasiada imaginación. Entre galgos o podencos un centinela nervioso efectuó el primer disparo en dirección a la carga de la caballería y el fuego corrió a lo largo del Pelotón de Delfino que parecía impávido ante el ataque enemigo. ¡Alto el fuego, ¿a quién coño disparáis ¡. Pronto se perdieron las pisadas y cuando fue clareando el día comprobaron que unos inofensivos borricos yacían muertos o malheridos. Franco los remató a tiro de pistola y aquel día la Bandera comió judías con burro y los legionarios pasaron parte de la tarde rebuznando, una forma divertida de alegrar la dura vida en el desierto.

Los monos del Sahara

Llegó un cargamento con gafas antisiroco y monos, también llamados traje de buzo por ser de cuerpo entero. Vestimenta utilizada generalmente por los mecánicos y para las faenas de cuartel. Todos se apresuraron a recoger sus gafas de motorista, tan necesarias el día anterior y cuya utilidad no ponían en duda, otra cosa era la necesidad de los monos. A los legionarios les bastaba con la ropa puesta y la que tenían en el petate para meses de campaña. Pero la lógica del mando no siempre se interpreta correctamente por los subordinados. Ocurría que el porcentaje de bajas de Oficiales era alarmante, porque los moros, hábiles tiradores y ahorradores de munición, elegían cuidadosamente los objetivos entre los cuadros de mando que a lo lejos se distinguían por su uniforme distinto.

Sin embargo, el maldito mono era un engorro, sobre todo a la hora de plantar un pino, que obligaba a desnudarse al menos de medio cuerpo. Ahora Oficiales, Suboficiales y legionarios vestían igual, los rebeldes no sabrían dónde afinar su puntería ya que hasta de las divisas se vieron obligados a despojarse.

Todo lo contrario ocurrió con los pañuelos negros que tuvieron gran éxito ya que, a modo de siroquera, todos los Oficiales los habían adoptado. Esta prenda multiuso, pues no solo protegía contra el polvo si no que cubría del sol y del frío, servía para secarse la cara y las manos en el ligero lavado matutino y hasta para sonarse los mocos llegado el caso. La improvisada prenda siguió utilizándose aún después de haber dotado a las unidades saharianas de la cogotera o mal llamada siroquera.

Camiones nuevos: Ford-K

Llegó la orden de reducir las Secciones de fusileros a 24 hombres, es decir, Pelotones de siete, un radio/teléfono y el Oficial con su enlace. ¿Y eso porque?, preguntaban al Capitán, que solo sabia responder que hicieran una selección de personal para quedarse con los más aptos ya que se avecinaba una ofensiva larga y dura.

Costó alguna lágrima, nadie quería quedarse en la retaguardia. Hasta uno que iba al hospital por habérsele detectado un chancro sifilítico se negaba a ser evacuado. Era admirable el espíritu combativo de aquellos hombres. No tardaron en enterarse que no había otra selección que la de reducir peso o mejor dicho espacio, ya que al día siguiente, muy de mañana, aparecieron en Edchera unos recién estrenados camiones Ford-K cuya capacidad de caja y pie era precisamente de 24 hombres. Aquel día lo pasaron subiendo y bajando de los vehículos, primero estacionados y luego marchando. En pocas horas se llegó a un aceptable grado de destreza y rapidez como si de una avezada unidad motorizada se tratase. Cada legionario tenía unos escasos centímetros cuadrados asignados, sabía montarse de salto y salir por los laterales o por detrás, según fuera su puesto.

Hubo que resolver problemas de armamento y equipo. Una vez más verificamos que el mono no era la prenda más adecuada para el desierto y que entorpecía los movimientos. Nos desprendimos del cuchillo bayoneta y del útil de mango corto pues no haría falta para aquella guerra de movimientos que nos prometían.

La travesía del desierto

Desembarazados de impedimenta y con el mínimo indispensable de equipo, la IX Bandera se disponía a recorrer el Sahara de norte a sur, un territorio de más de 300.000 Km2 y sin saber qué había por delante de tantos centenares de kilómetros en un terreno totalmente desconocido y con tan solo un plano E/1:500.000 y una brújula. Todo consistía en no perder de vista al vehículo precedente para no extraviarse, y en caso de salirse de la pista, regresar por las mismas rodadas, nunca intentar atajar. Elemental pero sabio consejo que recibían los veteranos y que serviría no solo para aquella larga marcha sino para siempre.

Aquellos maravillosos Ford-K si que eran vehículos dignos de transportar una selecta tropa que, impertérrita y en pie en lo alto de la caja, aguantaba baches y dunas devorando kilómetros. Y, para no variar, la Sección del Teniente Franco iba en retaguardia haciendo de escoba. Esta función resultaba muy divertida: cuando alguno se rezagaba en un río de arena o por avería era auxiliado por los legionarios de cola y luego a toda pastilla recuperaban la columna. ¡Que gozada ir a más de cien por aquellas inmensas llanuras!. Era como una galopada sin miedo a reventar el caballo. Brincando y agarrados donde podían, los legionarios, de pie en la caja gritaban: ¡más caña mi Teniente! Y es que el Teniente con su carnet de conducir recién estrenado había relevado al conductor so pretexto de que descansara.

La cima: tienda y poncho

Era de noche y noche cerrada, hubo que montar las tiendas a tientas ya que tenían vetado encender los faros de los coches en los estacionamientos. Aquellas tiendas cima, con botones y ojales (de modo que podían empalmarse unas con otras), y con un agujero central que servía de ventanuco o para introducir la cabeza cuando se utilizaba como poncho, era lo único de que disponían para cubrirse de la intemperie. Uno comentó: pues a mí se me cuela toda la intemperie por los ojales. Sorprendía el intenso frío de las noches del Sahara debido a la gran diferencia de temperatura entre el día y la noche, el contraste se acusaba más que en la montaña. Se pasó mucho frío al carecer del equipo adecuado por haberse desprendido de todo aquello que se consideraba superfluo ¿ y quien iba a necesitar mantas en el desierto?.

Un médico-estratega y un barbero-enfermero

El Teniente Rangel, era el médico de la IX Bandera. Rangel, un andaluz que, sin menoscabo profesional, le gustaba más hablar de temas militares que de medicina propiamente dicha. Una de las canciones de la IX Bandera decía así: Tenemos en la Bandera, un médico estratega, pero sí te pones malo, es el Cabo Durán quién te opera.

El cabo Durán, un viejo legionario sordo – no siempre con el mismo grado de sordera- hacía las veces de peluquero y enfermero. Al poco de hablar con él, uno se daba cuenta que era un auténtico zorro, oía lo que quería y la mayoría de las veces se hacía el tonto. Caía bien a todo el mundo y era un verdadero manitas con la navaja barbera, con la jeringuilla y hasta con el bisturí para sacar un forúnculo. Durán se había convertido en la sombra del Teniente Rangel, que descansaba confiadamente en él, por lo que no podía faltar en aquel puesto de socorro de Agracha. Entre las muchas anécdotas simpáticas que se contaban de lo ocurrido al médico una tenía mucha gracia: un legionario de Cabrerizas fue llevado a la enfermería con una herida en el pie izquierdo y al descalzarse le observaron un tatuaje que decía…..: y yo también. Lo que movió la curiosidad del médico que le hizo descalzar el pie sano donde estaba escrito…: estoy cansado. Y también de otro que tenía un tiro en el glúteo y al quitarle los pantalones se encontraron con un guardia civil apuntando su arma.

El 2º cambio de Tercio: del 3º al 4º

El Teniente Franco de la IX, en el libro Sahara 1958 nos describe así como se enteró del cambio de unidad:

«El Tercio 3º, al que pertenecía la IX Bandera, trasladaría su Plana Mayor desde Larache al Aaiun, y el 4º, de guarnición en el Rif (Villa Sanjurjo), se ubicaría en Villa Cisneros. La economía y, fundamentalmente, el no mover a las Banderas de su conocida zona de acción, imponían la ruptura de los lazos orgánicos, lo que obligó un cambio de tercio a la IX. Esto, que en términos taurinos no conlleva más que un toque de clarín, ocasionó más de un pequeño disgusto, y el mando, sabedor de este problema sentimental, dio la oportunidad de cambiar de destino a todo el que quiso.

Recibí un radio cifrado, que me hizo temer una nueva movida de las Bandas Armadas de Liberación (BAL) pero, al pasarlo a lenguaje claro, su contenido era inofensivo; se me preguntaba si quería ser destinado a unidades del norte de Africa, ya fuese la Legión o Regulares, u optaba por quedarme en el 4º Tercio Sahariano. Me hubiera gustado saber las intenciones de mis compañeros, pero en mis planes no entraba el marcharme del Sahara y no tardé en contestar que me quedaba, y, en mi precipitada contestación, probablemente influyó el temor a ceder a la tentación de una vida más cómoda, ya que internamente creía que mi puesto estaba donde estaba, si había acertado o no ya tendría tiempo para comprobarlo.

No sé que ocurrirá en otras profesiones, pero he observado que a los más veteranos no les gustan los cambios, y eso de que la IX cambie de Tercio de un plumazo, parece que ha contrariado a más de uno, y como siempre hay algún instigador de conflictos, se apresuró a decir que serán ellos – los que acaban de llegar de Villa Sanjurjo- los que tendrán que cambiar de mentalidad y adaptarse a las costumbres de la Bandera, que no en vano es la conocedora del terreno y su experiencia le avala para poder llevar de la mano a los recién llegados. No fue una integración traumática pero si un cambio de fisonomía de la IX, cuyos cuadros de mando optaron mayoritariamente por solicitar otro destino. El Jefe de Bandera, Herrera, fue sustituido por un Comandante con muchos años de Legión, al que una bala de la Guerra de España había dejado tuerto; era de carácter abierto, pero de un estilo diametralmente opuesto al de Herrera».

El 3er cambio de Tercio: de IX (4º) a VI (2º)

Del cuaderno de notas del Coronel Pallás se extraen los movimientos de la IX Bandera en los últimos días del Sahara.

«El 19 de noviembre de 1975, llegó a Villa Cisneros la IX Bandera al mando del Teniente Coronel Escribano. El 13 de diciembre de 1975 emprendió su marcha desde Villa Cisneros para Las Palmas el buque Ciudad de La Laguna (K-12) con un Oficial, un Suboficial, 63 de tropa y parte de los vehículos de la IX Bandera. El 16 del mismo mes partió de Villa Cisneros hacia Ceuta en el buque Aragón con 3 Jefes, 14 Oficiales, 31 Suboficiales, 559 de tropa y 60 vehículos.

Iba la IX al mando del Teniente Coronel de Infantería D. Hipólito Fernández-Palacios y Núñez, que había relevado al Teniente Coronel de Infantería D. Carlos García Escribano por retiro de éste el día 13 de diciembre de 1975, llegando a Ceuta, el día 20, siendo ubicada inmediatamente en el Cuartel García Aldave, si bien pronto marchó al acuartelamiento del Jaral».

El día 22 de diciembre se procedió al cambio del Guión de la IX Bandera por el de la VI Bandera. Bandera que a su vez fue disuelta en 1985. En definitiva, la IX, como tal Bandera Franco estuvo tres años (36 – 39) en el 2º Tercio, 18 años (1940 – 1958) en el Tercero y 17 (1958-1975) en el Cuarto.

ANÉCDOTAS DEL CONFLICTO IFNI – SAHARA

El «Cara» sin ginebra

Francisco Romero Rovira más conocido como el Cara era el Cornetín de órdenes de la Bandera. Estando recién llegada la unidad a El Aaiún, el Subgobernador agregó al Pelotón de Castigo de la Bandera a los nativos acusados de complicidad y apoyo al Ejército de Liberación y el Comandante asignó al Cabo la tarea de vigilarlos. Había que ver al Cara, armado de un mango de pico y flanqueado de dos vigilantes armados, manejar a los prisioneros, casi todos ellos comerciantes de El Aaiún. Señor Cara, permiso para mear – decía uno de ellos.- ¡No hay permiso!, gritaba el Cara, que tenía estipulada hora hasta para hacer sus necesidades y además formados y alineados a cordel. En el descanso se sentaban en el suelo y hacían té.- ¿Quiere té, señor Cara?– le preguntaban, y el Cabo por toda contestación, les ponía en pie y les hacía tomar el té a paso ligero, para que la salud no decayera.

Cuando en el año 1961 la fracción de Mohamed el Her se pasó a Marruecos, llevándose un camión conducido por el ex-Cabo Cara, en Tan Tan le hicieron sudar tinta china, aplicándole el mismo tratamiento los mismos marroquíes. Y es lo que decía el interesado, cuando reenganchó con los derechos perdidos: Aquellos cabritos se conocían toda mi vida mejor que yo. ¡No me dieron palos…!. ¿Y no les hablaste de la Convención de Ginebra?- Allí no tenían ginebra, ni moyate, ni nada, respondió el Cara seguro de sí mismo, esta gente sólo bebe té moruno.

Golpe de mano

Corría el invierno de 1957 y en El Aaiún se respiraba un ambiente de guerra, rubricado por los sacos terreros en las ventanas, los disparos por las noches y los innumerables legionarios de la IV (luego transformada en la VIII) y XIII (donde se habría incorporado la 3 Cía de la VII) Banderas que transitaban por las calles. Una Compañía, cuya Sección de Destrucciones equivaldría a las actuales de Operaciones Especiales, también transitaba por las mismas. La mayor parte de las tiendas del zoco se encontraban cerradas y precintadas por la policía. Un buen día tres vehículos del Tercio pararon en la plaza de Zoco; un Cabo colocó legionarios armados en las salidas de la plaza mientras que otra escuadra limpiaba las tiendas requisando todo tabaco. Ante el enfado de la Delegación de Gobierno y de la Policía se pasó revista a las mochilas de todos los legionarios pero no se encontró nada de la mercancía.

Dos días después la Compañía salía al campo para una misión de reconocimiento y el Teniente de la Sección de Destrucciones solicitó un cigarrillo al Cabo Castellote, que iba sentado detrás del jeep. Tome usted, mi Teniente sacándose una caja de Abdullas del pecho, ¡No me fastidies! – respondió el Teniente. – ¿Qué prefiere usted Camel o Craven? insinuó el Cabo mientras sacaba un paquete de cada tipo – ¿Quién os ha enseñado a dar golpes de mano? – Usted, mi Teniente, un grupo hace el trabajo mientras el grupo de protección…- Vale, no me digas más que ya me lo sé – cortó el Teniente.

Tiro nocturno con las granadas al revés

Eran las Navidades de 1957 en El Aaiún y el ambiente no estaba para celebraciones pues la Bandera no tenía más que lentejas, patatas, tocino y poco más para echar a la perola. Por si fuera poco estaba desplegada y el personal dormía en pozos de tirador bastante rudimentarios porque el suelo era roca viva. Era normal que bandas del Ejército de Liberación se acercara en camello por la noche y hostigasen.

Cierta noche el enemigo se infiltró entre las posiciones de 2ª y 3ª Compañía llegando hasta el morabito de Sidi-Buya haciendo fuego a la última Sección mandada el Teniente Paricio y solicitando fuego de apoyo al Teniente Barberá que estaba en el centro del despliegue y tenía los morteros de 50 mm. de la Compañía. Este decidió en persona realizar la operación, colocó a los tres morteros en posición para batir el morabito y a voz en grito empezó la siguiente conversación: – ¡Paricio!, ¿me oyes?. – Sí te oigo, dime. – Tengo aquí los morteros. ¿qué distancia crees que habrá?. – Unos cuatrocientos metros – Ya está apuntado el Pelotón, mi Teniente. – Carga una granada y fuego. – Pero, ¿qué pasa ahora?. – Este imbécil que la ha metido al revés. – «Maldita sea la leche que le han dado, vuelca el tubo con cuidado y la dejas resbalar sin que toque el suelo o la liamos». Carga otra y dispara. A la tercera corrección ya se daba en el blanco y se decidió disparar seis granadas por mortero. – A lo mejor no hemos acertado pero les hemos dado un susto de muerte– comentó un tirador.- El susto me lo habéis dado a mí metiendo la granada al revés– respondió el Sargento.

Sábado legionario en calzoncillos y con gorro

La primitiva posición de Farsia en el interior del Sahara era un infierno, en el sentido caluroso de la palabra. Reinaban temperaturas de sesenta grados durante el día y como el destacamento se encontraba debajo del acantilado, en una hondonada, por la noche tardaba en refrescar y a las doce aún había 30 o 35 grados según el termómetro del botiquín. Los legionarios, en ese caluroso verano del 58 llevaban el horario al revés, por el día dormitaban a la sombra de los escasos arbustos y por la noche trabajaban en acondicionar el destacamento y en las obras necesarias para defenderlo. El sábado, sin embargo, era un día distinto, pues el Capitán exigía que se formara la Compañía, se pasase revista y luego se cantase el Himno y se dieran vivas reglamentarios, es decir como en el Sábado Legionario de Riffien pero en forma abreviada.

El sábado que nos ocupa, el Capitán se encontraba hecho polvo con unas calenturas y el Teniente más antiguo dialogaba con él.- Con este calor no hay quien viva – decía el Teniente con camisa y pantalón corto y sudando la gota gorda.- ¿Y qué quieres que yo le haga? – contestaba el Capitán, acostado en una sombra envuelto en un albornoz, mientras un enlace lo regaba con un botijo como si fuera una maceta.- Podríamos formar la Compañía en calzoncillos para aguantar mejor la solana.- Está bien, pero con gorro y que tengan los calzoncillos limpios – concedió el Capitán. – Así se hizo, y era digno de ver, una fuerza tan aguerrida y barbuda, con gorro, ropa interior y alpargatas blancas formada en pleno desierto y cantando el Himno. Debía de ser un espectáculo tan bueno que vinieron hasta espectadores.

Una Sección de exploración francesa de guarnición en Fort Trinquet, sin duda atraída por el cántico se presentó en el destacamento y aparcando sus coches en fila su Teniente ordenó pie a tierra y saludó muy correcto. El Oficial de la Legión, diciendose por dentro tierra trágame, mandó firmes y correspondió al saludo. Rotas ya las filas, el Oficial francés comentaba con extrañeza de queuna fuerza tan marcial estuviera uniformada de una forma tan estrambótica – Ecuté, mon lintenán – aclaró el Teniente de la Legión intentando salvar la situación -, se tante chande, que vus som eu uniformité de veranó. – Bon, c’est bien – contestó el francés mientras nuestro Teniente pensaba para sus adentros: como domino el francés, me entienden todo.

Hermanos y Cabritos

El Teniente Bernal se encontraba en Villa Cisneros dando teórica a una Compañía. Hacía apenas dos meses que la Bandera llegara a las costas saharianas de Río de Oro y los mandos preparaban a los legionarios para más operaciones que se adivinaban próximas. Era una tarde de octubre y la brisa marinera agitaba las borlas de los legionarios, cuando Teodosio, un argentino de la 1ª Compañía pidió la palabra: «Mi Teniente, hace tres meses, en Marruecos, usted nos decía que los moros eran nuestros hermanos y los franceses unos cabritos. Ahora nos cuenta que los moros son unos cabritos y los franceses nuestros hermanos. A ver si va a resultar que los moros y los franceses son hermanos y los cabritos somos nosotros».

Aquí no pasa nada

Desde el borde de la Saguia, la posición defensiva de la Compañía resultaba muy parecida a las representaciones que los legionarios hacen del Blocao de la Muerte y las detonaciones y explosiones la hacían aún más real. Por ello el asombro del Teniente de la 2ª Sección no tuvo límites cuando distinguió una silueta que andando con el fusil al hombro se paseaba por el borde de la posición tranquilamente, como si disfrutara del fresco nocturno. Dominando el impulso de disparar contra él, el Oficial esperó a que estuviera cerca y reconoció al Cabo 1º Herrero, que mandaba el tercer Pelotón. – «A sus órdenes, mi Teniente; no hay novedad en el Pelotón»- saludó muy correcto. – ¿ Pero qué demonios estás haciendo?- «Estoy de patrulla mi Teniente, pero no pasa nada». – ¡¿Cómo que no pasa nada?! – vociferó el Teniente, a quien por su poca experiencia aquello le parecía la Batalla de Verdún. –No, mi Teniente, porque aunque haya mucho ruido aún no se ha muerto nadie y una guerra donde no se muere nadie, no es una guerra, se lo digo yo que estuve en Rusia.

Cena con el enemigo

El Teniente Comandante de la 6ª Compañía cenaba con el caíd de Izarguiyen Brahin uld Adbelaji y a la misma cena asistía Mohamed el Her, antiguo jefe rebelde, que por razones de la política militaban en nuestro bando. Salió a relucir en la conversación el combate de Edchera, del cual estaban representados ambos bandos y Mohamed el Her se expresó así: – «Al tener enfrente una Bandera de la Legión reforzada, nos pesaba como una losa de plomo, pero no podíamos retirarnos, porque en el Meseied fueron aniquilados casi cincuenta hombres por dejar sus posiciones, ante el empuje de una Compañía de la XIII Bandera, así que nos marchamos en cuanto se hizo de noche; pero lo que más admiró de vuestros legionarios fue que si uno caía, inmediatamente iba otro a sacarlo de allí, y si matábamos al segundo siempre había un tercero para jugarse la vida. Pido a Alá poder mandar alguna vez soldados que sepan morir con la misma dignidad».

Por la noche silencio

Suena un disparo fuera de las posiciones. Al rato se desgarra el velo de la noche con la explosión de una granada de mano. Resulta demasiado frecuente que los escuchas hagan fuego creyendo haber escuchado algo o crean que un papel agitado por el viento es el foggia de un saharaui. Hay que respetar el silencio y el Teniente comandante decide cortar por lo sano. – «Escucha Gallardo, si un escucha hace fuego y no presenta un fiambre, que la patrulla le quite el mosquetón y lo adelante veinte metros. Si lanza una granada de mano le quitáis las granadas y lo adelantáis otros veinte metros, dejándole sólo el machete». Al fin reinó la paz por la noche. Sólo hubo un pequeño pleito con un legionario que después de gastar un cartucho presentó su fiambre correspondiente: un burro que ignoraba el santo y seña.

Las legiones de Nerón: pan y circo

La IVª Bandera expedicionaria en el Sahara, se había convertido en la VIIIª del Tercio D. Juan de Austria, y los componentes de la Bandera destacados en Smara se encontraban como si de repente hubiera empezado el diluvio y tuvieran el arca a medio hacer. Al berenjenal inherente a las circunstancias, se unía el trasvase de personal con otros Tercios. Y la interrupción del suministro directo desde Las Palmas, habían creado un clima en el destacamento que podía de calificarse de acendrado hacia el 2º Tercio, y de recelo hacia el 3º.

En estas circunstancias y apremiado por el Capitán de cocina, el Jefe accidental de la Bandera, transmitió un radio para Mando del Tercio, solicitando una serie de artículos de primera necesidad incluyendo harina, arroz, azúcar, café judías, etc., para el primer convoy que hubiese. Cuando a los pocos días llegaron los camiones, no traían el pedido de víveres, tan solo unos artistas de circo para dar una función. Uno de los antiguos Tenientes de la IV comentaba: como esto siga así yo me paso a las legiones de Nerón, allí les daban pan y circo; aquí solo circo.

Plaga de langosta

Hubo una vez en Sidi-Ifni una plaga de langosta que, según los testigos de la misma, era como una nube que oscurecía el sol.. A alguien se le ocurrió la idea de proteger la granja del Tercio con dos Compañías armadas con palos y latas. De nada sirvió porque devoró todo lo que tuviera color verde.

Lo que más nos sorprendía de aquella plaga es que mientras para nosotros fue una tragedia para los lugareños no lo fue tanto porque con la langosta hacían una especie de harina, comentaba el legionario Martos a sus incrédulos compañeros que le escuchaban en la cantina.

El combate de Edchera

La XIII Bandera había caído en una emboscada, en el oasis de Edchera y luchaba por su vida. En la radio, agolpados en derredor los Oficiales, se escuchaban las órdenes y el ruido del combate que sostenía la Bandera de Mola, mientras la IV expedicionaria ardía en deseos de intervenir. Por fin llegó la orden: La 2ª Compañía, prepárense para salir inmediatamente al completo de sus efectivos. Habíamos tenido ese honor y la satisfacción traslucía en la cara de los legías: Ahora se van a enterar de lo que vale un peine. ¡Al turrón! ¡vamos al turrón!.

El Cabo Primero Flores dió novedades de su Pelotón: Sin novedad, mi Teniente.

¿Y si te matan? Conozco unos cuantos que se iban a quedar sin cobrar, respondió. Ya en Edchera, Flores recibió un balazo en el pecho. Imposible la evacuación hasta la noche, pues el que asomaba la cabeza, recibía casi inmediatamente su ración de plomo.

El legionario Robles en un caso perdido; perdía el paso, y después de dos años aún no había conseguido hacer un movimiento de armas, que satisfaciera ni siquiera a un Cabo de Escuadra, pero se quedó solo con Flores protegiéndole y dándole ánimos, «Con el sagrado juramento de no abandonar a un hombre en el campo hasta perecer todos».

En la oscuridad de la noche se evacuó al Cabo 1º, ya muerto, y al legionario Robles. ¿Cómo ha ido eso? Sin novedad mi Teniente, sólo vino un moro y se quedó a hacerme Compañía. El moro debió de darle poca conversación porque tenía dos agujeros en el cajón de los mecanismos.

Durmiendo en el submarino

Necesito diez hombres de la Compañía para un trabajo, pero no veo a nadie en el dormitorio, solicitó el Teniente al Sargento de Semana. Eso está hecho, mi Teniente, repuso el Suboficial mientras sacudía patadas por debajo de las tablas y banquillos, que tapadas con una manta constituían las camas de los legionarios. Para asombro del Oficial, al momento tenía formado el personal solicitado. Pero ¿qué hacían ahí abajo?. El submarino, mi Teniente, tengo dada orden de que en el dormitorio no quiero ver a nadie- contestó el Sargento.

En el Sahara no existe la marcha atrás

Automovilismo había entregado 50 camiones Ford K a la Bandera y los nuevos conductores estaban formados en la Alcazaba de Smara al lado de los camiones mientras el Teniente delegado de autos los contemplaba pensativo. Por fin pareció decidirse: Navarro, que suba el primero a su camión, ordenó al Cabo de Cocheras, mientras a su vez él subía a la cabina por la portezuela derecha. Vamos a ver, punto muerto, arranca y pon la marcha atrás. ¡Mi Teniente, la marcha atrás no sé ponerla!. ¡Cómo que no sabes poner la marcha atrás! El Teniente Instructor del curso no nos lo enseñó. Dijo que como el Sáhara es muy grande, no hacía falta poner la marcha atrás, que se daba la vuelta al coche en primera. Vale macho, ya puedes bajarte. Otro enterado de West Point masculló por lo bajo el delegado de autos.

Un peso en el estómago

Las Banderas expedicionarias se llevaron al Sahara a sus mascotas, entre ellas un borrego merino de Málaga, que iba de un destacamento a otro. En el caso que nos ocupa estaba en Guelta Zemmur destacado con una Sección de la segunda Compañía, aunque él en realidad se entendía solo con el Cabo Dalan que era quien lo cuidaba. El pobre al no haber fruta, ni verdura, ni pasto se había tenido que acostumbrar a la carne y eso le debía sentar mal, pues pesaba sus buenos cuarenta y tantos kilos.

Una mañana el Teniente de la Sección abordó al Cabo Dalan que llevaba unos días encogido y con cara de dolor de estómago: Me parece que no estás bien de la barriga; si te encuentras mal dímelo y te evacuarán a Smara. Para curarme sería mejor que evacuara Vd. al borrego, mi Teniente. ¿El borrego, que tiene que ver el borrego?. Pues verá Vd., duerme en mi chabola y por las noches se va por ahí a darse un garbeo a las jaimas, a ver si liga, pero como andan por ahí chacales, se asusta, vuelve corriendo a la chabola, se sube encima de mi cama para que lo proteja y como pesa tanto ……

Valor se le supone

Allá por el año 57, la IV Bandera (antes de convertirse en VIII) tenía como mascotas un borrego merino y un mono oriundo de los montes cercanos al Zoco Arbaa de Beni Hasan. Ambos desfilaban con la Escuadra de Gastadores y asistían a las marchas ejercicios y maniobras en que participaba la Bandera, por lo que el mono se había ganado a pulso los galones de Cabo que ostentaba en el uniforme legionario, hecho a medida para él por Pepe el sastre. El mono iba normalmente a caballo sobre el borrego, pero como éste se desbocaba fácilmente y embestía, iba atado a la montura, para que no se bajara en marcha. Como el borrego no tenía freno de mano, el mono descubrió el sólo que tapándolo los ojos con las manos se paraba inmediatamente.

Un día en que el Cabo Balbín, jefe de la Escuadra de Gastadores había ido a Mayoría, el mono se metió en caja y agarrando un fajo de billetes se dio a la fuga. Perseguido por los pasillos acabó subido en el tejado tirando billetes al aire, mientras los legionarios corrían a cogerlos y el Capitán Cajero a punto de explotar, intentaba tirotearlo con su pistola. El Coronel enterado del hecho dispuso que se matara a la mascota. Pero previa solicitud de audiencia se le presentó el Cabo con el mono de uniforme; y al pasar a su despacho saludó la mascota al Jefe del Tercio con la mano en el gorro y un cara tal de pena que el Coronel se echó a reír y lo indultó. Cuento todo esto para demostrar que el mono vivía de milagro y por tanto gozaba de gran consideración en la Bandera.

Pero en el año 57 fue a parar como Bandera Expedicionaria a Villa Cisneros y luego a El Aaiún y se encontraba con la 2ª Compañía cuando empezaron unos tiroteos nocturnos en las posiciones. El furriel de la Compañía una mañana interpeló al Teniente Comandante con la seriedad que el caso requería. ¡Mi Teniente, siento decírselo pero el mono es un cobarde!. ¿por qué lo dices Serrano? Porque cuando hay tiros por la noche se baja de la colchoneta donde duerme y se mete en el saco del pan. Está bien, quítale el galón de Cabo y ponlo en su expediente valor se le supone.

Mascota belicosa

La XIIIª Bandera se encontraba acuartelada en el Aaiún, poco antes de comenzar las operaciones de limpieza del año 1.957. Como muestra de su estilo sahariano, había adoptado como mascota un arruit, animal de la fauna local y ya muy escaso por aquellas fechas. Desfilaba con la Escuadra de Gastadores, que lo cuidaba y con la cual mantenía buenas relaciones. En cambio para nadie era un secreto que el bicho le caía gordo al Teniente Ayudante de la Bandera, y cuando merodeaba por sus inmediaciones solía llevarse algún fustazo en la grupa acompañado de las maldiciones correspondientes.

Enemistarse con una mascota legionaria es peligroso normalmente, pero aún más si tiene cuernos y pesa sus doscientos kilos largos, pues a mayor abundamiento no suelen tener leídas ni aprendidas las leyes penales militares. En el caso que nos ocupa el arruit esperó a una formación de Sábado Legionario y cuando el Teniente Ayudante pasaba muy marcial por delante de la tribuna de honor, le endiñó un viaje de borra (en opinión de los gastadores) y por la espalda, que dio con sus huesos en el suelo mientras el sable salía despedido. Un mes en cama fue el resultado de la malquerencia, menos mal que según el Cabo de los gastadores: ¡El animal es muy chorbo y no tiene mala leche!

Una cama antitiros

El Sargento R. era un tipo muy enterado. En la IV Bandera expedicionaria destacada en Smara se había recibido un radio alarmista de un probable ataque al destacamento y las Cías. estaban desplegadas cubriendo la Alcazaba, el Fuerte y el Hospital. El Teniente Comandante de la 2ª Cía. recorría las posiciones de la Alcazaba, cuando detrás de un muro medio caído se encontró con una cama con su colchoneta, almohada y manta. Interpelado el Sargento R., que mandaba el Pelotón de las inmediaciones acerca del destino de la cama, éste le contestó: ¡Es para dormir yo, porque es el sitio más seguro! Y eso ¿por qué?. Pues verá mi Teniente, porque los tiros tensos pasan por debajo de la cama y los tiros curvos por encima. Está bien Clausewiz continúa, repuso el Teniente, mientras se alejaba.

Un mandril integrado en la vasca

¡No debe acercarse nadie al mono, los mandriles son animales peligrosos y además su mordedura puede infectarse fácilmente…., nadie puede permitirse gastar bromas con ese bicho! Mientras el Jefe de la XIIIª Bandera se alejaba hacia el Mesón, recordaba las exhortaciones del General, pensando lo que se podría hacer con un animal tan peligroso que al fin y al cabo tenía bajo su responsabilidad.

Traspasó la puerta del Mesón y se quedó de una pieza. Sentado en una mesa con unos cuantos legionarios estaba el mandril, atizándose buenos lingotazos de vino, y de vez en cuando le buscaba piojos entre el pelo, afectuosamente, al legionario que tenía más cerca. ¡Cesar!, llamó al Cabo 1º, creo que ese animal es peligroso. No se preocupe mi Comandante, está completamente integrado en la vasca.

El Comandante Mohamed

Mohamed el Mehdi, era conocido en Smara por El Comandante, apodo que le pusieron los legionarios de la XIIIª Bandera, quienes le achacaban el haber sido Jefe de los rebeldes, aunque fue reclutado a la fuerza y no pasó de cocinero. El que esto escribe, se lo encontró en una pista a 30 kms de Smara, allá por el 59 y tras parar el coche, oyó sus explicaciones. El Capitán que va delante ha dicho que me subas. Está bien Comandante, sube a mi coche, ¿De dónde vienes?. De la jaima de un primo mío para allá de Sidi Ahmed Larossi. ¿Estabas de visita?. Sí, cargando las baterías, mi primo tiene una mujer muy buena y él está con el ganado. Menudo sinvergüenza estás hecho.

Así hablaban como amigos, el Teniente y el moro, pues éste tenía un sentido del humor muy español y era hombre simpático. Llegados a Smara el Teniente al romper filas, dio novedades a su Capitán: ……. y me he traído al Comandante como Vd. le dijo ¡Yo!, precisamente cuando paró mi coche le dije que se viniera andando.

Heno de Pravia para la jaima

La Compañía reforzada con una Sección de máquinas y un Pelotón de morteros, aparcó los vehículos frente a las jaimas. Mientras el Capitán y los Oficiales acudían a cumplimentar al Jefe de la fracción de Erguibat que acampaba allí con sus guerreros, mujeres, niños, camellos y esclavos.

En primer término había que descalzarse, a continuación venían los saludos interminables, que por nuestra parte contestábamos con lavas, lavas salik, lavas handulila a las innumerables preguntas a cerca de como estaba nuestra familia, nuestros bienes, nuestro ganado, etc., seguidamente se preparaba el té, con la consiguientes ceremonia y por fin hablábamos de las noticias y ofrecíamos regalos. Este tema resultó de lo más polémico, pues nuestros anfitriones nos mostraron muy orgullosos, un fusil chacobaco (checoslovaco) y unos prismáticos regalados por los franceses, cuyas patrullas andaban por la zona, y nosotros para quedar bien teníamos que hacerles algún regalo, que de ninguna manera podía ser un fusil de asalto Cetme.

¡Entérate que hay en el convoy para dar a esta gente! encargó al Capitán un Teniente. Tras laboriosas gestiones, pudo al fin el Capitán soltar un discurso previo a los regalos: ….. y como prueba del afecto y la hermandad, con el pueblo saharaui al ofrecernos estos regalos, sintiendo mucho no poder daros algo mejor acorde con nuestros sentimientos. Todo esto traducido causó gran impacto entre los notables, cambiando en estupefacción cuando el Capitán les endiñó: 50 latas de sardinas de rancho en frío y 20 pastillas de jabón Heno de Pravia. ¡Pero si esta gente no tiene ni agua ni para lavarse!, decía el Teniente. Para eso estamos aquí, para civilizarlos aseveró otro Oficial. ¡Vaya regalo más chungo! afirmó el enlace de la Compañía, que tampoco era muy adicto al agua.

El Pupas

El Oficial Médico pasaba reconocimiento a la tropa. Uno de los primeros en entrar al despacho fue el Pupas, visitante habitual de botiquín por los más variados motivos y del que el médico estaba hasta el gorro. ¡Vaya hombre! Tú otra vez por aquí. ¿Qué te pasa hoy? Y El Pupas con una cara de pena que tiraba hacia atrás le contestó: Pues nada, mi Teniente, que tengo el estómago hecho polvo y cada cinco minutos me voy de bareta. Vale, vale -le dijo el Teniente-; siéntate ahí en esa silla que ahora mismo te reconozco. El Teniente pasó reconocimiento a todos los legionarios, lo que llevó más de una hora, mientras el Pupas permanecía sentado en el despacho. Al terminar dijo el médico. Bueno, ya te puedes marchar a tu Compañía. Alta para el Servicio. Preséntate al Cabo de Cuartel. Pero mi Teniente, si ni siquiera me ha mirado. Mira, ¡caradura!, dices que cada cinco minutos tienes que ir al servicio y te tengo ahí una hora y pico y no has dicho ni pío. ¡Vuela a tu Compañía antes de que me arrepienta y te mande a la pelota! El Pupas voló y estuvo una buena temporada sin apuntarse a reconocimiento.