ANTECEDENTES: LA VII Y VIII EN LA 2ª LEGIÓN
ANÉCDOTAS DE LOS AÑOS 20
La mayoría de éstas anécdotas, como las de futuros capítulos, pertenecen al libro Anecdotario Legionario del Capitán D. Agustín González Alcázar. Las procedentes de otras fuentes he procurado acompañarlas de su autor. Algunas de estas anécdotas las he incluido más que por su mayor o menor gracia (ello dependerá también de cada lector), por relatar aspectos que nos pueden ayudar a comprender mejor cómo era la vida del legionario en aquellos tiempos.
El carterista (Col. Mateo)
La Legión andaba de operaciones. En Dar Acobba se habían concentrado varias columnas de las que formaban parte tropas de nuestro glorioso Cuerpo y esta coincidencia de legionarios dio lugar a que un nutrido grupo de Oficiales reunieran los modestos almuerzos que así vinieron a quedar sazonados con la imponderable alegría de la charla común. Presidía la mesa – llamemos mesa, al abigarrado conjunto de artefactos que sostenía la variadísima colección de platos, vasos y cubiertos de campaña – el Teniente Coronel Millán. Quien no sepa como eran las comidas de Oficiales legionarios no puede darse cuenta exacta del ingenio, vocerío y animación de aquellas reuniones de hombres que a diario ocupaban los puestos más peligrosos de una guerra en que todo nos era hostil, el enemigo, el viento, la lluvia, el polvo, los caminos y hasta las moscas que nunca fueron neutrales porque jamás atacaron la dura piel de los cabileños mientras se cebaban en la nuestra.
En aquellas comidas se hacía derroche de buen humor y también se trataban temas serios y fundamentales, pero hubo un fruto prohibido que jamás nadie se atrevió nunca a probar: la murmuración. ¿Y cómo se iba a murmurar de jefes y compañeros inatacables dentro del más abnegado ejercicio de la profesión. En la sobremesa se habló de todo lo divino y lo humano y ¿cómo no?, se trató de los hombres de la Legión y del profundo e insondable misterio que rodeaba la vida de muchos de aquellos valientes. Verdaderos personajes ocultaban su pasado con el uniforme legionario mientras otros habían venido a redimir faltas y pecados, que la Patria es madre amorosa y nivela el cariño de sus hijos estrechando con fervor a los más desgraciados.
Un Capitán dijo que en su Compañía estaba alistado el más famoso carterista de toda Europa y describió sus habilidades en tal forma que picó la curiosidad de los presentes. Quiso el Teniente Coronel le presentaran el artista, que bueno es que nos conozcamos todos, dijo, y salió el Oficial de Semana en su busca. Penetró el mozo en la reducida estancia, pasó respetuosamente por detrás del Jefe y se situó enfrente, juntos los pies, fuera el pecho, alta la cabeza y la mano en el primer tiempo de saludo. Millán le miró con aquella profunda mirada que tan bien conocían sus hijos, los legionarios, y le dirigió la palabra en estos términos: me han dicho que eres carterista ¿es cierto?. Lo era mi Teniente Coronel, ahora soy legionario. Bien hijo mío– replicó el Jefe, veo que sabes dignificar tu vida. Pero quisiera ver una prueba de tu antigua habilidad. ¿Puedes dármela?. Titubeó el legionario sin atreverse a mover un dedo, pero el Jefe reiteró: ¿Qué prueba puedes darme? Esta, mi Teniente Coronel, dijo el funcionario sacando de un bolsillo de su guerrera la cartera del propio Teniente Coronel, sustraída al pasar por delante de éste.
A la pelota por un canuto
Hubo dos legionarios que se despistaron por los montes de Afra tranquilamente para fumarse un apetecido canuto. En ésto que varios rifeños, posiblemente los mismos que momentos antes les había vendido la droga, les pillaron despistados en sus quehaceres, y les apresaron, llevándoles al interior de las montañas, allá en sus kábilas, teniéndoles encerrados a pan y agua varios días, y cuando les vieron famélicos y debilitados los presentaron al acuartelamiento atados unos con otros diciendo a los jefes que eran desertores y que querían una recompensa, recibiendo quinientas pesetas, de las de aquella época.
Los legionarios protestaron y negaron los hechos, siendo muy difícil saber quién decía la verdad, si los grifotas o los beréberes. El problema se solucionó con dos meses de pelota con saco incluido a la espalda, que era el castigo que le esperaba a los desertores.
Las patillas
En la época fundacional era frecuente que por carisma o por uniformidad todos los miembros de una unidad adoptaran el mismo tipo de barba, bigote o patillas. Este caso ocurrió en la I Bandera cuando su Comandante Franco apareció un día con unas patillas de boca de hacha y sus legionarios rápidamente le imitaron, moda que luego se extendió al resto de la Legión y ha perdurado hasta nuestros días.
La pelota
A Sección de Trabajos o la pelota era uno de los castigos más severos que se podía imponer a los legionarios de la VII y VIII Banderas. Siempre vigilados, sus vigilantes iban en todo momento armados y suponía que si un arrestado se escapaba, se pasaba de vigilante a vigilado automáticamente. Para diferenciar al arrestado, éste iba en mono de trabajo con las mangas cortadas a la altura de la axila, con el chapiri sin borla (a efectos de degradación). Todo en la pelota se hacía a paso ligero, y si se desplazaban a paso ordinario el braceo era exagerado. Se comía en escaso tiempo y en algunos casos andando, no había descansos, eran los últimos en acostarse y los primeros en levantarse, y estaban todo el tiempo trabajando en el mantenimiento y limpieza del acuartelamiento, no se les permitía hablar entre ellos ni fumar. Dicha sección fue ablandándose con el devenir de los tiempos hasta que desapareció en el año 1985 con la aprobación del nuevo régimen disciplinario.
Primera baja de la VII Bandera (Diario O. VII)
Según el Diario de Operaciones de la VII Bandera, nos menciona que su primera baja bajo el fuego enemigo la tuvo la 28 Compañía y se produjo el 16 de junio de 1925 en la zona de Cuesta Colorada y Meyaba, y curiosamente no se trataba de un legionario, sino de un mulo de nombre Jaquelano y número 171.
Temperaturas extremas (Diario O. VII)
El 8 de junio de 1929, en el vivac de la VII Bandera, situado a 8 kilómetros al SE. de Aukud, se llegaron a alcanzar temperaturas de 56 grados centígrados.Sólo tres días más tarde, durante la realización de una marcha hacia el Zoco de Tezlata, que transcurría en ocasiones por alturas superiores a los 1.850 metros, se registraron temperaturas de cero grados.
El por qué del «chapiri» inclinado
Los rifeños con un fusil en sus manos podían acechar durante dos o tres días a su víctima, alimentándose de higos secos o cecina, esperando a que pasara bajo la mira de su arma el legionario de turno. Sus pesados Remington, calibre 11 mm. provocaban espantosas heridas y producían tras el disparo el característico sonido de los grandes fusiles: pa-cumm. Esta arma dio nombre al paco (tirador emboscado) o pacazo (impacto sufrido por la víctima). Con tan antiguos fusiles (eran de la guerra de Melilla de 1893), podían acertar en la cabeza de un hombre a doscientos metros y alcanzarle en alguna parte del cuerpo a distancias de hasta ochocientos metros, calculando estos moros con rara habilidad, la caída del proyectil (un metro o más) y la deriva del viento.
Cuenta Luis Santa Marín en su libro Tras el águila del César, cómo los legionarios optaron por llevar el gorrillo exageradamente girado, con la borla a la altura de la patilla. Pues bien, la explicación de tan fea colocación del chapiri, se debía a la excelente puntería de los rifeños, puesto que la borla roja les servía de magnífica referencia para una mejor puntería, sobre todo, cuando el legionario se encontraba estático tras el parapeto.
Una mascota gallina.
¿Sabías que la primera mascota de la Legión fue una gallina? Con su gorrillo legionario, su camisa verde y el correaje a su medida fue una gran novedad. Algunos pensaban en desplumarla y acompañarla a la cazuela, otros se la comían con la vista y otros malintencionados no sabían como hincarle el diente. Su inventor fue un Cabo de Gastadores (chileno.) Este Cabo tuvo muchas dificultades para mantener viva a su gallina, que era la admiración de la Escuadra de Gastadores.
Los problemas del Cabo llegaron a oídos del Jefe del Tercio. Con tanta curiosidad y admiración depositada en la gallina, toda ella vestida de legionario, gallarda y bonita, el Jefe pensó en proteger a la que desde ese día sería la mascota de la Legión, y para que fuera respetada se la nombró Cabo interino, asignándole ración de comida.
EL Limpia
En muchas unidades legionarias había un limpia (limpia botas), pero siempre con el consentimiento del jefe de la unidad. Cuando más castigaban al cepillo era los Sábados Legionarios o cuando había algún desfile ante alguna autoridad que nos visitaba. Entonces el limpia se echaba su caja al hombro, se despistaba del fregoteo y se encaminaba a la parte trasera del Mesón y allí esperaba impaciente a los clientes. Desde que se terminaba el zafarrancho hasta la hora de escuadra existía suficiente tiempo para sacarle brillo a varios pares de botas. Había que pagarle en muni o en especie. Se buscaban bien la vidilla legionaria, tenían su propio territorio y no consentían que otro de la competencia se metiera en su terreno.
En la caja del limpia había de todo, desde una venda sucia hasta agujas y botones, desde un calcetín sudado y maloliente hasta unos gallumbos sucios, desde quimitas de grifa hasta cigarrillos hechos a mano (diez pitillos de picadura a una peseta), desde albayalde para pintar las alpargatas de blanco, hasta un frasco de sidol barato; de todo eso sacaba buenas ganancias. Cuando se terminaba la caja de betún no había problema, escupitajo viene, escupitajo va; el caso que las botas fueran bien lustrosas, lo demás no importaba. Pero… lo que no debía faltar en su caja era el botellón de coñac made in Spain, coñac barato de las más distinguidas alcoholeras del Mesón de los Tercios. Bueno, el botellón de coñac nunca se vaciaba; cuando el nivel bajaba, se arrimaba el botellón un poquito al grifo de agua con disimulo y problema solucionado. Los limpias fueron siempre unos carroñeros.
«Don Manué», el estafador (Gral. de la Torre)
En el año 1927 conocí en la Legión a un tipo bastante vulgar en la forma, borracho empedernido, que a todas horas se le veía con los ojos saltones del hombre que se encuentra en ese momento bastante bebido y su pulso siempre temblón. Me fijé en él por ser el Secretario de Causas de los Oficiales de la Bandera y me extrañaba ver sus escritos, pues las diligencias que practicaba eran de una corrección y un estilo admirable. Pronto supe que aquel legionario, de una buena familia, abogado y casado con una mujer que no tenía tacha, se aficionó a la bebida y un día, no sé si con lucidez o sin ella, la caja del Ayuntamiento de donde era Secretario fue desfalcada.
La Legión, siempre hospitalaria, acogióle con simpatía, y a los dos meses se destacaba por su inteligencia despejada, por ser un buen legionario y por ser también un borracho. Me llamó la atención al ver que su Juzgado lo plantaba en la primera tasca que encontraba, pedía una botella de vino y allí, entre vaso y vaso, evacuaba un exhorto o elevaba a causa unas diligencias; lo más castizo es que se marchaba sin abonar la consumición y el dueño lo despedía con mucho respeto, diciéndole: Hasta otra, Don Manué. Luego me enteré que a todos los cantineros del poblado les redactaba instancias, les arreglaba sus asuntos con la justicia… y los estafaba. Por aquella época andaba mi Bandera destacada en las Torres de Alcalá y recibimos orden urgente de guarnecer la posición de Baldú (Ketama). Al día siguiente emprendimos la marcha, dejando como recuerdo grato las deudas que todos los que componíamos la Bandera clavábamos a los cantineros.
Durante la marcha, atendía a todos con su gracejo peculiar. Tan pronto contaba un chiste que por su ingenio hacía reír, como narraba un cuento capaz de sacar los colores a un Sargento de Caballería de esos antiguos, de largo mostacho y curtido por los años y las lides cuarteleras. En los descansos a nuestro Don Manué le caía el sudor a montones, y no se explicaba de cómo bebiendo vino se sudaba agua.
Establecidos e instalados en la posición de Baldú, Don Manué, a todos los cantineros del pequeño poblado que al amparo de la Bandera se formó, les hizo creer la publicación de un Decreto por el cual no podía ningún paisano continuar en nuestra zona del Protectorado si no poseía un documento de libre circulación por África, y como buen amigo de ellos les daba cuenta del Decreto que entraba en vigor inmediatamente, y comprendiendo que serían expulsados si no adquirían dicha documentación, se brindaba a proporcionárselos con todos los requisitos, visados por la autoridad competente, etc. Todo por una módica cantidad. Y aquí fue ingeniosa su actuación. A troche y moche extendía papeles acreditando que su portador podría con toda tranquilidad y seguridad permanecer en nuestro Protectorado por reunir todas las condiciones que el imaginario Decreto disponía; él estampaba firmas imaginarias, simulaba correspondencias con Tetuán y, al final, les hacía pagar a los incautos las pesetas producto de su estafa ingeniosa.
Un saludo legionario (Gral. de la Torre)
Tenía de Cabo de Banderín a un portugués llamado Germán Dos Santos, fuerte, alto, muy disciplinado. Cuando le llamaba, se cuadraba rápidamente y, con verdadera marcialidad, llevaba la mano al primer tiempo de saludo. Siempre me daba el posesivo de mi Alférez; sí, mi Alférez; no, mi Alférez; y jamás bajó la mano hasta la repetida indicación mía. Este Cabo ha sido quien me dio la primera lección de tratamientos militares y de clásico saludo militar que durante toda mi vida castrense he practicado.
«Jase» falta tener mucho corazón (Gral. de la Torre)
En una de las operaciones de 1927 tuvimos que pasar por encima de unos cadáveres ya descompuestos que despedían un hedor insoportable. Con el pañuelo puesto en la nariz logramos amortiguar un poco sus efectos, pero el caballo se negaba a pasar, hasta que a fuerza de espolazos y con la ayuda de mi fiel ordenanza, llamado Lozas, pudimos hacerlo. Yo me encontraba nervioso (era muy joven) y, por si fuera poco, a los cinco o seis minutos un disparo enemigo hería a mi caballo y ambos caíamos a tierra. Otra vez, Lozas, acudió en mi ayuda y consiguió liberarme de la cabalgadura, pero yo debía estar temblando y blanco del susto y de lo empastado del lugar donde me encontraba, porque mirándome fijamente, me dijo: ¡Para estar en la Legión, mi Alférez, «jase» falta tener mucho corazón!.
Dominus Vobiscum (Col. Mateo)
El Zoco-el-Arbáa ha sido testigo de muchas acciones legionarias, heroicas, ingeniosas… Pero lo más gracioso que se pudo ver en este zoco fue la singular manera de ayudar a misa por un legionario. Era día de fiesta, y las Compañías, al toque de escuadra, pasaban en los dormitorios la revista que precedía a toda formación. De pronto apareció un Cabo que preguntó: ¿hay alguien que sepa ayudar a misa?. Como un meteoro cruzó el Cabo el frente a la Compañía sin que ninguno de los oyentes se decidiera a realizar una misión tan sencilla. Indudablemente debió ocurrir lo mismo en las restantes Compañías de la Bandera pues al poco rato volvió el mismo Cabo reiterando desesperadamente la petición de voluntarios para ayudar a misa. Un legionario, Antonio Galván, de la 9ª Cía, animado por sus compañeros dio un paso al frente. De su nuevo cometido no tenía más noticias que las obtenidas de los legionarios que estaban más cerca: Haz cuanto veas hacer al sacerdote.
Sonó el toque de llamada y sobre la misma carretera formó la Bandera con esa exactitud, brillantez y prestancia que sólo pueden encontrarse en la Legión. En el altar, al lado del Capellán, surgió la picaresca figura de Galván, más firmes que un palo. Y así iban las cosas hasta que el oficiante bendijo por primera vez al público y dijo Dominus vobiscum, momento en que Galván se adelantó hacia las tropas –cansado sin duda del modesto papel desempeñado hasta entonces – y con el brazo en acción de bendecir a los fieles, exclamó, muy serio y con voz estentórea y potente: Dominus vobiscum. Ni la rígida disciplina legionaria, ni la seriedad del acto, fueron suficientes para contener la más homérica carcajada que resonó jamás en Zoco-el-Arbáa. Nadie pudo reprimirla, ni los mismos Oficiales, siendo al final el propio Jefe quien terminó de ayudar la misa.
Nombres curiosos
Al inicio de La Legión, la guerra de Marruecos exigía mucha sangre legionaria. La paga era sin embargo excelente y la posibilidad de llegar a ser Oficial era uno de sus alicientes. Por aquel entonces muchos que querían rehacer su vida recalaban en esta emergente y carismática fuerza dando apellidos falsos, dado que con los medios de la época era difícil de comprobar. En un Banderín de enganche se produjo la siguiente situación: Nombre y apellidos. – pedía el escribiente- Rodrigo Díaz de Vivar. – respondía el sujeto. – ¿El Cid Campeador?. – preguntaba el reclutador. – Simple coincidencia. – Bien, que pase el siguiente. Tú, ¿Cómo te llamas? – Soy José Nuez Moscada.
No es de extrañar que cuando fueran a cobrar las sobras (recibía este nombre el dinero que diariamente recibía el legionario) alguno se olvidara del nombre que había dado al afiliarse y tuviera que acudir a mirar la nota escrita que llevaba en el bolsillo.
Primer sueldo
Las primas de enganche que tenía un legionario en los primeros años de la Legión eran muy atractivas concretamente en mayo de 1925 al crearse la VII Bandera eran de: 150 Ptas. al ingresar. Si firmabas por tres años eran 83,33 Ptas. por año. Si firmabas por cinco cobrabas 116,66 Ptas. por año y a partir del quinto 400 Ptas. Entre otros aspectos, los carteles propagandísticos indicaban la posibilidad de conseguir medallas, una carrera militar rápida y de porvenir, una comida sana y abundante, un uniforme vistoso…. Los Suboficiales cobraban más que sus compañeros de otros cuerpos y lo mismo ocurría con los Oficiales (por ejemplo un Capitán legionario cobraba anualmente 897,75 Ptas.). Los mencionados carteles se pegaban en las paredes de los lugares donde la gente más aventurera pudiera leerlos, como en las estaciones, puertos, comisarías, consulados, etc.
Módico remedio
La labor de los médicos en campaña era muy meritoria, pues con escasos medios y a veces con gran riesgo en sus vidas salvaron a muchos legionarios. En los inicios de la VII y VIII Banderas, llevaban sobre mulos el equipo, artolas y literas para evacuación de heridos. Se puede el lector imaginar la dureza de su trabajo. Por otra parte eran personas con una gran bondad y con un ojo clínico envidiable que detectaba con facilidad al maula (legionario que alegaba o exageraba una dolencia para evitar el duro trabajo). A uno de estos Oficiales médicos , de gran capacidad profesional, excelente humanista y con un gran sentido del humor, le ocurrió en cierta ocasión que un Capitán de Compañía le envió un legionario con el siguiente mensaje: Dile al Capitán médico que te dé algo para el constipado que tengo. El médico le envió sencillamente un pañuelo.
Zarzuelas legionarias
La Legión en los años veinte estaba de moda, todo giraba alrededor del carismático Cuerpo.
Muchos comerciantes lanzaban productos para un público varonil, con el nombre relacionado con el mismo, desde marcas de tabaco, bebidas alcohólicas, colonias, prendas de vestir masculinas, tarjetas postales, novelillas de poca envergadura, etc. Incluso siguiendo esta corriente nacieron dos zarzuelas: La Flor del camino y El corneta de los legionarios, aunque lo cierto es que tuvieron poco éxito.