CREACIÓN DEL TERCIO Y PRIMEROS AÑOS: LARACHE, 1940 – 58

CUARTELES Y DESTACAMENTOS EN MARRUECOS

Larache: un balcón en el Atlántico

El 1 de enero de 1940 se organizó el 3er Tercio en un acuartelamiento de la barriada de Nador en Larache, así como en el cuartel de zapadores de esta ciudad, con la VIII Bandera procedente de Tahuima (1er Tercio), la VII Bandera destacada en Auamara, campamento próximo a Larache y la IX Bandera en el campamento de Aox próximo a Arcila, ambas procedentes del 2º Tercio, según lo dicho. La Plana Mayor del Tercio compartía parcialmente el Cuartel de Regulares de Caballería en Larache. Además de los citados destacamentos, el Tercio mandaba de guarnición a sus Banderas al campamento de T´Zenín de Sidi Yamani, donde en ocasiones llegaron a estar reunidas las tres Banderas simultáneamente sobre todo al principio, en los primeros cinco años hasta que se construyó el Cuartel del Krimda. El destacamento del Krimda, que significa tierra roja, próximo a Larache y rodeado de grandes alcornoques, encinas y madroños fue, con el tiempo, donde se concentró todo el Tercio, tras dejar la barriada de Nador con la excepción de la Representación y la Sección Música que quedaron en Larache.

¿ Cómo era Larache, ciudad cuyo nombre está asociado al Tercio Tercero en su primera época? Esta ciudad está en la costa atlántica de Marruecos, más al sur de Tánger. Tiene puerto de mar, la desembocadura del río Lukus y hasta unas salinas. Este es el testimonio del Tte. Girona cuando llegó destinado al Tercio:

 

 

«Mi llegada a Larache fue como la de un pueblerino; todo me llamaba la atención ya que casi todo me era desconocido. Las primeras chilabas, escasas, las había visto en Algeciras, más tarde aumentaron al llegar a Ceuta y también los jaiques de las moras; ya comenzaba a ver fajas rojas o azules de los Regulares, algún gorrillo legionario y al llegar a Tetuan la primera de las diferencias, la gorra de la Policía Armada no tenia la cinta roja como en Ceuta o la Península, la tenían verde. Ya me daba cuenta de que los lugares no eran idénticos en todo. Sorprendente para mí era desde luego la mezcla de olores que percibía. Por una parte, aromas; por otra pestilencias. Los aromas procedían de las esencias y tintes de uso por las moras y las pestilencias, primordialmente, por lo que iban fumando los moros, el kiffi.

Desde el lugar que ocupaba en el autobús Ceuta – Tetuan – Larache, podía apreciar perfectamente todo lo que iba apareciendo por delante. A la derecha, poco visible, las ruinas de Lixus, la primitiva y romana Larache; inmediatamente las salinas, acto seguido el puente sobre el río Lukus, al fondo el perfil de la ciudad extendida sobre un espolón con caída al Atlántico. La cuesta, con un % de pendiente notable, llamada del Aguardiente, ya que a su vera existió una fábrica de éste licor, finalizaba en la plaza Cuatro Caminos. A su izquierda continuaba la carretera hacia Alcazarquivir y, más lejos, la frontera con el Protectorado Francés. A su derecha aparecía una hermosísima avenida, tal era la primera impresión que causaba, pero posteriormente te apercibías de que no era así, pues le venía muy bien el nombre popular de Avenida del camelo. Luego se llegaba a la Plaza de España, centro de la vida de la población, donde se encontraba la entrada al Zoco Chico, y el punto inicial de las principales calles. Cerca estaba ya el famoso y bello Balcón del Atlántico, desde el que se contemplaba el inmenso océano, y fin del viaje.

En la zona de Cuatro Caminos, empezaban a verse los cuarteles de Artillería, Automovilismo e Ingenieros. Al marchar por Larache resaltaban los jaiques blancos o coloreados de las moras, todas con la cabeza cubierta y bastantes con el velo por la cara tapándose el rostro. Los moros, fumando su pequeña pipa de kiffi, con chilaba o sin ella y los zaragüeyes, con los pantalones abombados. No faltaban los indios, cetrinos, serviciales, como buenos comerciantes afincados en el territorio desde mucho antes. Ellas, las mujeres indias, vestidas con sus llamativos saris y llevando multitud de pulseras o brazaletes refulgiendo su oro sobre el negro de sus brazos. No exentos de admiración estaban los hebreos, la mayor parte sefarditas descendientes de los que, siglos antes, vivían en España.

En la ciudad de Larache los Oficiales y Suboficiales vivían en Casinillos hasta que se construyó una Residencia de Oficiales, muy bonita por cierto, pasando a ocupar los Suboficiales los dos Casinillos. Además en la playa que había al otro lado de la desembocadura del río Lukus, existía una Caseta de la Legión junto al resto de casetas militares de la guarnición (Grupo de Regulares de Caballería, Artillería, Ingenieros…), siendo la de la Legión la mejor (según los visitantes asiduos). El único problema era que para cruzar el río había que hacerlo en una barca a remo (también legionaria). Por su parte la tropa contaba con un poblado legionario al lado del cuartel del Krimda, donde existían sus correspondientes cantinas y calle de las barraganas.

Ir diariamente desde Larache al cuartel de Krimda suponía atravesar el río Lukus, ver a la izquierda algo del puerto, la zona de la barra del río y contemplar las salinas. Al llegar a las ruinas del Lixus nos acercábamos al comienzo de las cuestas y curvas hasta ascender y entrar en la zona de la kabila del Sahel. La carretera pasaba por el poblado de Jemis nombre que se le daba porque los jueves se celebraba allí el semanal Zoco y al pertenecer a tal kabila era El Jemis del Sahel».

La Representación sita en lo que fueron los primitivos Cuarteles de Nador, en Larache, se mantuvo como tal hasta la marcha a Aaiún. Al frente de ella se encontraba el Capitán Legionario Torreiro, y de él dependía tanto la granja del Tercio como la vaquería, la unidad de Transportes, la de Automovilismo, etc. todo lo allí situado. Recibía a los legionarios que se incorporaban al Tercio; era el lugar de la primera instrucción de reclutas a partir de su procedencia de los Banderines de Enganche, sitos en los diferentes Gobiernos Militares; allí se controlaba la ida y venida de los legionarios con hoja de marcha y allí se facilitaban las listas de embarque para los que disfrutaban permiso o se licenciaban.

La Representación cumplió un papel fundamental al solucionar los asuntos relacionados con la plaza. Una vez trasladado el 3º Tercio a Aaiún, se hacía necesaria mantener en Las Palmas una Representación a semejanza de lo que se había tenido en Larache. Este cometido lo realizó durante mucho tiempo el Capitán Luis Martín Benito. Más tarde tales cometidos se fueron ampliando y competían también al 4º Tercio, ello dió origen a la creación de la Bandera de Depósito, antecedente de la Unidad de Instrucción de la Legión que, dependiendo de la Subinspección como la anterior, se instaló en Facinas (Cádiz).

El Comandante CL Rafael García Chica que fue legionario en la época de Larache nos describe con más detalle las dependencias de la Representación que la Legión tenía en esta ciudad:

«Desde la Plaza de España, salían los autocares que tenían paradas en las entradas de los acuartelamientos de Krimda y T’Zenín de Sidi Yamani. Estos autobuses pertenecían a las empresas de la Valenciana (empresa española) y la CTM (empresa francesa que hacía, regularmente, los trayectos Tetuán ó Tánger a Rabat y Casablanca y en ambos pasaba por Larache), los primeros de color rojo y los segundos de color amarillo. Como antes decía, la Representación estaba ubicada en las inmediaciones de la barriada de Nador, pero en una zona totalmente militar, ya que a sus espaldas se encontraban los cuarteles de Caballería de Regulares, y frente a ellos las casas militares, donde vivían Suboficiales y tropa. La Representación era un pequeño cuartel cuadrado. A su entrada, el cuerpo de guardia, a cargo de un Cabo. En su interior el despacho del Sr. Capitán. Por aquellas fechas, mandaba la Representación el Capitán D. Modesto Torreiro, y su Auxiliar era el Sargento D. Ramón Fernández Cabito. Además estaba el Juzgado de Instrucción del Tercio, siendo el Juez Instructor del 3er Tercio el Teniente D. Francisco Parra González.

También se encontraba el depósito de víveres, donde además de a las cocinas, se suministraban a las familias. Casi todas las ventas eran mediante vales (el famoso vale por… a favor de…) que luego, mediante una carpeta de cargos contra pagas, se descontaba en Caja del sueldo. Por último, en la Representación estaba la Peluquería (recuerdo al Cabo Bella, peluquero, que tenía a todos en perfecto estado de revista). El personal allí alojado eran los asistentes, machacantes, servicios de mantenimiento del cuartel, personal de las Residencias de Oficiales y Suboficiales, personal del barco de pesca, y por último repartidores de leche y fruta (que lo efectuaban por las casas de Jefes Oficiales, Suboficiales y tropa, previo pago de su importe, aunque éste fuera contra pagas)».

 

 

Tierra roja: el Krimda

Las Banderas del Tercio se mantenían repartidas por los diferentes destacamentos y especialmente en el campamento de T’Zenin de Sidi Yamani, con su Plana Mayor en Larache, hasta que en 1945 se inició la construcción del nuevo campamento en Krimda, un proyecto del General de Ingenieros San Juan, aprobado por el Alto Comisario Teniente General Orgaz Yoldi, siendo inaugurado en 1946 (noviembre). La Plana Mayor en Larache compartía parcialmente el acuartelamiento del Grupo de Regulares de Caballería.

Lo cierto es que después de plasmar esta información, yo personalmente visité el antiguo cuartel del Krimda (julio 2003) donde aún permanecía una placa de mármol incrustada en una pared que decía: Por orden del bilaureado Teniente General Excmo.Sr. D. José Varela Iglesias comenzaron las obras de este acuartelamiento en marzo de 1947. Luego ante esta contradicción me atrevo a decir que con independencia de que el Krimda se utilizará desde un principio como un destacamento, las instalaciones últimas se construyeron a partir de 1947, acoplándose unidades a medida que se fueron edificando barracones hasta que en 1952 se trasladó la PLM del Tercio, inaugurándose oficialmente este acuartelamiento, base del Tercero en su época de Marruecos.

Pegado al cuartel del Krimda se inició la construcción del poblado legionario con sus correspondientes cantinas donde los legionarios se tomaban el té y el vinillo peleón. Asimismo, frente al Krimda estaba el chalet del Chirimoyo que al parecer debió ser el pabellón del Sr. Coronel pero que a mitad de los años 50 no estaba ocupado. El entonces Tte. D. Rafael Girona Olmos, en sus Apuntes para la historia del 3er Tercio, nos describe así el Krimda del Sahel, también conocido por Krimda city por los legionarios:

 

«A 15 Km de Larache, dirección a Tánger, en una zona arbolada de eucaliptos y que precedía a la de monte bajo, la gaba, aparecía a la izquierda la entrada de un camino, no asfaltado y si de tierra roja, roja, roja, que nos llevaba a nuestro acuartelamiento ¡estábamos en el Krimda!. Conforme se ascendía por el citado camino ya se iban dejando ver las edificaciones del acuartelamiento, de una sola planta, cubiertas de teja también roja. Paredes encaladas, arcadas ante el pasillo de acceso a los locales y, en algunos casos, dado lo no uniforme del terreno, escalones. Lo que se contemplaba era un cuadrado pero sin cerrar por la parte próxima a la carretera.

Al lado derecho lo primero que se veía era el cuerpo de guardia; acto seguido los despachos y oficinas de mando del Tercio, a continuación la Mayoría, después los almacenes de vestuarios y armamento. Detrás de este lado derecho aparecían los locales para la Compañía de Plana Mayor y las oficinas de la Subayudantía. Unas calles laterales comunicaban con las edificaciones traseras. En la parte central, paralela a la carretera, estaban los comedores, uno a cada lado de un amplio zaguán que daba acceso a la parte posterior. En esta zona donde se encontraban primero las cocinas y las oficinas de la Bandera Mixta y luego, atravesando la segunda explanada, se llegaba a los locales de la Mixta, esto es, la 16, 17 y 18 Compañías de ametralladoras antiaéreas, de contracarro y de cañones de 75 mm., los de acompañamiento. Detrás de éstos locales estaban las cuadras.

Ya en el lado izquierdo y en la parte delantera, que daba al patio de armas o patio central del acuartelamiento, estaba la VIII Bandera. El local más alejado lo ocupaba la 6ª Compañía, seguidamente la 7ª, a continuación la 9ª, que era la Plana Mayor de la Bandera, con las oficinas del Comandante. Seguían los locales de la 8ª Cía, la mía, y terminaba con los de la 10ª, la de ametralladoras y morteros. En la parte posterior, y en idéntica disposición, se encontraban los locales que en ese momento ocupaba la VII Bandera ya que la IX Bandera estaba en el destacamento de T´Zenin de Sidi Yamani a punto de cumplir su tiempo y ser relevada por la VII».

Al concederse la independencia a Marruecos, se entregaron todos los cuarteles al Protectorado. Y así, el 28 de febrero de 1961 la IV Bandera, última unidad de la Legión que quedaba allí, entregó el poblado de Riffien con todas sus dependencias a las Fuerzas Reales Marroquíes. Todo el Segundo Tercio se trasladó a Ceuta. Así mismo, los acuartelamientos que ocupaban los Tercios Tercero y Cuarto, en Krimda (Larache) y Villasanjurjo (antigua Alhucemas) fueron entregados muchos antes al ser transformados los Tercios en saharianos y trasladados al Aaiún y Villacisneros, respectivamente.

T´Zenin de Sidi Yamani

El campamento de T´Zenín, disponía de barracones y era un auténtico cuartel que como ya he dicho llegó a albergar a las 3 Banderas simultáneamente, especialmente durante los primeros cinco años tras la creación del Tercio. Más que un campamento, T´Zenín era un verdadero acuartelamiento con edificios de dos plantas, comedores, cuadras,….pues se fue construyendo con la idea de ubicar allí no solo a todo el 3er Tercio sino también se hablo de trasladar la Bandera de Depósito y desembarazar a Dar Riffien de algunos de sus cometidos. Como curiosidad fue en T´Zenin en el año 1956 o 57 cuando se llamó por primera vez el Mesón del Legionario a lo que antes era la cantina o el hogar. El antiguo legionario José Figueredo Arjona que estuvo en el 3º Tercio en 1951 – 1955 nos describe así el destacamento y el poblado de T´Zenin:

«A unos dos kilómetros de la carretera general Tetuán – Larache una pista de cantos rodados, traídos sabe Dios de donde y por qué, con un piso arcilloso de color rojo con abundantes prados y huertos y el campo cubierto por el tomillo y el poleo, se levantaba este maravilloso poblado moruno de T’Zenin donde el hechizo de esta raza se daba cita con toda su fuerza, los buhalis (brujos) y las gitanas moras que quizás por ser moras, conocían los trucos y las brujerías mejor que ninguna otra gitana. Junto al poblado existía un gran bosque de eucaliptos rodeado por grandes chumberas, higueras, granados y naranjos; con rebaños de gordos borregos que en nuestras cercanías se perdían con la rapidez y la magia que ni el más avispado pastor podría imaginar.

Allí estaba el T’Zenin con una floreciente industria de palmitos donde trabajaban un centenar de moritas, asegurando así ampliamente el problema del sexo, pues muchas de ellas después de su quehacer diario, se sentaban en las soleadas casas de Las Maravillas y Los Mogollones, regentados por la Tanque y la Güisa, algo así como dos robustos armarios, pero con faldas, con las que hacían conjunto, la mayoría de las veces, llevando puesta una camisa legionaria. Y allí se podía ver a Manolo, el del bar Cante escuchao, donde vendía unos bocadillos de mantequilla a los cuales denominaba kimitas, con poca o mucha taba, que oscilaban entre cinco o seis puntos (o sea, 1’25 o 1´50 pts).

La Concha, una de esas mujeres que no son inmortales pero si inmóviles, con su Joro, regentaba el bar más importante, donde sólo pagaban los viejos y feos, presumiendo de haberse cepillado a cuantos legionarios chorbos llegaban al T’Zenin. El Cuesta, el del estanco, tenía frente al mostrador un gran cartel, en el cual podía leerse: aquí se venden cigarrillos de alta calidad y de un aroma incomparable, elaborados con ramas procedentes de la Habana, Brasil, Santo Domingo y el Huerto. Pero este pomposo cartel se daba patadas con el tabaco llamado Lepanto, que tenía más hoja de patata que de tabaco. Alberto, el Rubio, el Maño y el Jamido, eran los prototipos cafetineros, que lo mismo te sacaban una muela que te preparaban un té Buhalí, con el que trincabas un colocón de espanto.

El lumeras o lunes era el día clave en T’Zenin. Ese día se engalanaban las calles (si así se podían llamar) a primeras horas con el multicolor de chilabas, tenderetes, aguadores, borriquillos y un bosque de guayetes, los cuales tenían, tienen y tendrán la sana costumbre de estirar la mano y decir aprieta. Se bailaba, se cantaba el famoso Gri-Gri, se corría la pólvora, se comía y se tomaba infinidad de teteras acompañadas con largas pipas (o simisis) del que aspiraban el ketama.

Y en ese maravilloso marco, en vanguardia, apuntando hacia Arcilá, estaba el cuartel de la Legión, cuatro bloques de dos pisos, donde las Compañías cabían holgadamente, con servicios, oficinas, cuarto de armamento y furrielería. Dentro de la nave había un comedor para más de mil hombres, unas hermosas cuadras con capacidad para doscientos mulos con sus pajeras y basteras, así como cuarto para el Cabo de cuadra. La pista de aplicación, con su muro, con su puente telesférico, y carro de combate incluido, cerraban la parte izquierda del cuartel. La enfermería, cuerpo de guardia, prevención y por que no, Sección de Trabajos ó Pelotón de Castigo ó Pelota, acotaban la parte derecha. En medio, una inmensa explanada de tierra de botijo donde se le quitaban las malas ideas al más listillo. Reglamentariamente dos pasos atrás y a la izquierda estaban el cuartel de Regulares.

Nuestra vecindad, por lo tanto, no era del todo mala, pero no era extraño que el día que no encontraras a un karibe con quien pelearte, o a quien engañar, lo hicieras con un Regular. El legionario estaba por encima de toda sospecha, el legionario era el amo y señor de cuanto hubiera a su alrededor, por lo que nos agasajaban y nos brindaban lo mejor que tenían. Pero siempre hay un pero y como te cogieran en un fallo te las daban todas en el mismo carrillo, y así no era extraño encontrarse con una nube de piedras al atravesar cualquier barranco o con un garrotazo al salir de la chumbera.

En el cuartel T’Zenin siempre había una Bandera permanente que se relevaban cada seis meses entre el Krimda y T’Zenin. Por su parte, en el Krimda permanecían el resto de unidades del Tercio, esto es, las otras dos Banderas, la Agrupación Mixta (antiaéreas, cañones de Infantería y cañones contracarros), más la Plana Mayor y Cía de Destinos. Todas casi al completo. Cada Bandera tenía su propia Banda de Tambores y Cornetas repartidos por distintas Compañías que ascendían a 18 ó 20 componentes por Bandera con sus Cabos correspondientes. Cada día, después de finalizar la instrucción, se juntaban las Bandas para entrar las unidades desfilando, o sea que cuando se presentaba algún desfile del Tercio al completo, por algún motivo especial, la Banda sumaba un total de sesenta, que acoplada también la de la Música, eran más de un centenar, envidia de todos los Cuerpos.

Por regla general, casi todas las expediciones de reclutas haciamos allí el periodo de instrucción para luego ser destinados a las distintas Banderas. Casi siempre se juntaban hasta tres expediciones, cada expedición se componía de 90 hombres.

Hoy recordando aquella hermosa tierra, donde parece que Dios puso su mano para deleite de la Legión, no puedo por menos que cantar aquella coplilla del Príncipe Gitano que decía: Yo que anduve, por tierra del moro, sirviendo a la España mía. Aún conservo el recuerdo de un canto, que escuché por aquella tierra, tierra de la morería. T´Zenin, un lugar de Marruecos que tan buenos recuerdos me ha dejado».

Toque de marcha: kimitas, arguilas y simisis

En Marruecos entre la población nativa no estaba prohibido el consumo de drogas. El fumar kiffi era equivalente a fumar tabaco en España. Esta planta se cultivaba por los moros sin ningún problema. Por otro lado los musulmanes, al no tomar bebidas alcohólicas, su vida social en lugar de girar alrededor de una copa o vaso de vino, como ocurría entonces en la Península, transcurría compartiendo una argila. No es de extrañar que estas costumbres morunas fueran adoptadas por los legionarios. En definitiva, el concepto de la droga de entonces en nada se parece al de ahora pues no había pinchazos ni droga dura. Simplemente era una costumbre de aquel pais. No obstante, conviene aclarar que el hecho de que algunos legionarios fumaran droga no quiere decir que ello estuviera permitido. Todo lo contrario, su consumo estaba perseguido y severamente castigado pues, según se tratase de la primera vez o se fumara reincidente, el correctivo impuesto oscilaba entre 15 y 60 días en el pelotón de castigo.

El kiffi (en Larache) y luego la grifa en el Sahara se fumaba, dentro de un rito especial. Había dos formas fundamentales: en pipa y en argila. La pipa, se componía de dos elementos: el simisi, que era el palo de la pipa, generalmente de confección artesanal y muy decorado por el propietario y el eskai o cazoleta. La argila era un recipiente con agua o una cantimplora la más de las veces, con un orificio en un lado, por donde se introducía una goma. La grifa se colocaba en la boca de la cantimplora, se llenaba ésta de agua y se inhalaba el humo. El nombre procede del narguile árabe que puede verse hoy en muchos países afro-asiáticos.

La grifa se llevaba colgada al cuello sobre el pecho, en un saquito de piel, llamado metue, que el sudor hacia que se mantuviera en buenas condiciones de humedad. Los que fumaban grifa, eran conocidos como vacilones y kies y la grifa más famosa era la llamada pura de Ketama. Los que perseguían a los vacilones, eran llamados cazakies. Los dos juegos principales de cartas (no sé si también en Larache pero si al menos en la época del Sahara) eran el cané y el gilei, ambos de envite, existiendo siempre alguien vigilando, para dar el agua si se aproximaba algún mando. El antiguo legionario Figueredo nos cuenta como ocupaban algunos legionarios (él con sus amigos pues de todo había lógicamente) el tiempo libre en la época Larache:

«El acuartelamiento del Krimda no estaba tapiado, por lo que se podía salir por cualquier sitio, pero como era natural estaba protegido con sus correspondientes centinelas en los puntos estratégicos. Es decir, que antes del toque de marcha no resultaba fácil escaparse a no ser que un centinela hiciera la vista gorda. El poblado legionario anexo al Krimda era demasiado pequeño para tanta gente, dos Banderas más la Mixta permanentes, casi al completo. Por tal motivo la distracción en las horas de paseo estaba casi siempre en la gaba, un territorio poblado de grandes encinas, un bosque con muchos kilómetros alrededor hasta la playa. También había muchos riachuelos, lo que aprovechábamos para lavar la ropa.

Allí cada vasca teníamos nuestros garitos de ocio. En el Krimda podíamos salir con la ropa de faena. Distinto era el caso de T’Zenin, un poblado algo más grande, en donde había otro colorido, sobre todo de uniformes pues nos juntábamos la Legión, Regulares, Caballería, la Mehala, etc. y al salir por la puerta principal lo hacíamos con traje de paseo brillante, pasando previamente una revista en el cuerpo de guardia. Pero volviendo a la gaba aquello era una maravilla. Allí formábamos nuestros corros o vascas, en donde corría el juego, entonces, la carteta, el cané, los montones, etc. mientras en otros garitos hacíamos el té, grandes chocolatadas, picábamos nuestras kimitas de buen kiffi y nos fumábamos buenas arguilas y simisis, pues entonces no tenía la peligrosidad que hoy falsamente le han dado. Siempre con algún colega para dar el agua o alarma por si se veía venir algún Oficial a caballo, como ocurría muy a menudo. Entonces si nos pillaban desprevenidos volaban las cartas y casi todo el dinero, especialmente los billetes de peseta pues algunos se perdían por el aguililla de turno.

Por aquellos tiempos, el jugar y fumar no estaba tan castigado, pero si perseguido. Si te pillaban in fraganti te hacían romper las barajas carta a carta y pisar con el caballo la tabla donde tenías el costo. Si decías mi Teniente o mi Capitán nos ha dado usted el día, entonces te podían caer algunos días sin marcha con un arresto de prevención o sin salir de la Compañía, las dos horas fregando el suelo o barriendo y nada más. No quiero terminar sin acordarme de la huerta del moro Chivani (que significa viejo) en donde algunos colegas y yo teníamos casi siempre nuestro punto fijo. Esta huerta era una pequeña granja en donde había grandes chumberas, higueras, buenos bancales de lechugas y otras hortalizas, atravesada por una gran acequia de buena agua. En las orillas florecía la hierbabuena y el té, y un poco más abajo nos dejaban lavar la ropa. Este Chivari, ya metido en años, siempre lo respetábamos y le dábamos algunas pesetillas a cambio de la kimita y el té que allí mismo nos hacía. Eramos una vasca formal y poco crecida. Si era el tiempo de los higos chumbos también nos poníamos morados.

Desde todos estos contornos de la gaba se escuchaban los toques de ordenanza del corneta de guardia, así que te daba tiempo para estar siempre para el toque de retreta y pasar lista. Lo único que podías perder era el de fajina y así casi siempre en verano, no íbamos a cenar, pero el de la lista de retreta y el de silencio era imperdonable, con su arresto correspondiente, si no pasabas el control».

 

 

De Alcazarquivir a Aumara

Además del campamento fijo de T´Zenín, en la última etapa del Tercio en Larache también mantuvo destacada una Bandera en Alcazarquivir al objeto de que existiera presencia de tropas españolas en esta plaza guarnecida por Regulares. La razón fue la siguiente. La población española de esa ciudad, no tan numerosa como la de Larache, se encontraba bastante desamparada ya que allí no había guarnición española. Si que existía un Grupo de Regulares de Infantería y un Tabor de Regulares de Caballería, destacado del Grupo de Larache, pero el porcentaje de indígenas sobrepasaba del 90% y los españoles eran pocos, tan solo los mandos y algunos soldados de reemplazo. Hay que tener en cuenta que se acababa de dar la independencia a Marruecos y el Ejército español en el antiguo Protectorado tenía los días contados.

Por tal motivo, con el fin de dar seguridad a la población así como mantener el orden, si era necesario, el Alto Comisario decidió, puesto que no se podía alterar el status quo de todas las fuerzas sitas en el Protectorado, que una Bandera del 3er Tercio fuera destacada a Alcazarquivir y un Tabor del Grupo de Regulares pasara a Krimda, sede del Tercio. Como las unidades eran iguales o equivalentes, no había alteración alguna en el equilibrio de fuerzas en ambas. De este modo los residentes en Alcazarquivir respiraron al ver aparecer a la VIII Bandera que fue la designada para cubrir este destacamento. El entonces Capitán Fernández Tenreiro nos cuenta su llegada a Alcazarquivir:

«El acuartelamiento de Alcazarquivir, era un antiguo hospital, en las afueras de la población y colindante con el cuartel del Tabor de Regulares de Caballería. Los Oficiales se fueron alojando donde buenamente pudieron, yo por ejemplo, que mandaba la 7ª Cía, y estaba con mi mujer e hijos, vivíamos en el hotel España, desplazándome al acuartelamiento a caballo que me traía el enlace a la madrugada. Nuestra presencia en Alcazarquivir, disgustó a unos y alegró a otros. Los españoles (pocos eran), se veían más protegidos, pero, los moros… Era gracioso observar como los primeros días de hacernos cargo del destacamento, al vernos salir a instrucción, pensando en que nos íbamos, se iluminaban los rostros árabes, y como, a nuestro regreso, se les acababa la alegría.

Un buen día, no recuerdo cual, recibí orden de salir con la Compañía y apostarme a pie de la muralla del cuartel del Grupo y esperar órdenes por si tuviera que entrar a disolver un levantamiento moruno. Me dieron orden expresa de hacerlo sin pegar ni un tiro. Ante mi postura de que si veía echar sangre a uno de mis legionarios respondería como creyera necesario, me prohibieron esta decisión. Ante la insistencia de no pegar ni un tiro pedí orden por escrito, que me fue negada, quedando todo a mi albedrío. Felizmente, no ocurrió nada.

Cabe señalar que cuando llegamos a Alcázar se estaban organizando las Fuerzas Reales de Mohamed V. Como un hecho curioso, en aquellos momentos un legionario captado por los moros, ascendía inmediatamente a Sargento. Estando yo de Jefe de día (alternábamos con los Capitanes del Grupo de Regulares), capturé a un Cabo que pretendía pasar la frontera. Ese día nos visitaba nuestro Coronel Asúa y ante su interés por enterarse como se efectuaban las deserciones, le dije, mi Coronel, ¿me permite que interrogue al Cabo aprehendido?. Me dió carta blanca para ello. Transcurridas un par de horas me presenté para informarle de todo el proceso: se van al Zoco, a ver al que los capta (normalmente del Istiqlal), éste ya tiene preparada una chilaba y un jeep y sencillamente lo pasa por la frontera francesa así vestido (la carretera que venía del Marruecos francés al español se dividía en dos quedando a un lado la aduana francesa y al otro la española)».

Por su parte Auamara, donde también estuvieron destacadas unidades del Tercero era una zona situada al sur de Larache, casi a mitad camino entre esta ciudad y la de Alcazarquivir. Extensa llanura, donde estuvo situado el Campo de Aviación guarnecido por el Ejército del Aire; disponía de una pista alternativa para aterrizar aviones en el caso de no poderse utilizar la de Sania Ramel, en Tetuán. A su servicio había una unidad de tropas de Aviación, así como un destacamento de meteorología. En la misma zona se encontraba la Yeguada Militar.

Al compás de los tambores

Cada año en el mes de mayo ó junio se celebraba en las principales ciudades donde había guarnición militar el Desfile de la Victoria. Ese día las calles de Larache se abarrotaban de gente para presenciar la parada militar de los Regulares, Mehala,… y del 3er Tercio cerrando el vistoso y colorido desfile. Esta mezcla de unidades tan diferentes (todas ellas ya desaparecidas menos el D. Juan de Austria) junto con el ambientillo del público asistente bien merece un apartado de este libro que nos ayude a comprender mejor como eran aquellos tiempos del Tercio en Marruecos. Así nos lo cuenta el entonces Tte Girona:

«A los sones de las músicas militares dió comienzo el desfile. El ritmo era el reglamentario y adecuado a la tropa de línea o guarnición del Ejército español en Larache que desfilaban a pie; igual ritmo para acompañar el paso de lo motorizado, parte de la Artillería, Automovilismo y Servicios. Cesaba la música para dar paso a los clarines, timbales y demás instrumentos propios de la Caballería de Regulares. Era maravilloso el ver como iban enjaezados los caballos, como eran sus arneses, la belleza del perfil de estos animales, lo largo y cuidado de sus colas y crines y, sobre todo, la gallardía con que montaban al aire del trote que dejaba más sueltos aún las capas, el sulhan que vestían. Primero los batidores, con sus lanzas y caballos tordos; seguían los clarines, dejando escuchar sus sones; cada uno de los Escuadrones que constituían un Tabor recibía aplausos, flores y gritos ululantes emitidos por las moras.

Con su paso lento, más despacio que el normal de la Infantería, comenzaba su desfilar el esperado Grupo de Regulares de Larache que estaba de guarnición en Alcazarquivir. Había que verlo, y cuanto más cerca mejor, para poder describir lo que era el paso de cada una de esas unidades. El colorido de los atuendos, la cantidad de abalorios que llevaban y lucían; todos con su turbante blanquísimo y entrelazado en él la cinta del color distintivo del Grupo, como el de la faja; las polainas, las botas etc. todo era llamativo y más que nada la gran majestuosidad en la forma de caminar, ese desfilar a un aire que parecía cansino pero que, sin embargo, era resuelto. Después de los Regulares desfilaba la Unidad de la Mehala nº 3, la que correspondía al territorio de Larache, la fuerza del Majzen dependiente del Jalifa de la zona de Protectorado que contaba con mandos indígenas y con instructores españoles.

Si el paso de los Regulares al desfilar era lento, el de las Mehalas, lo era más aún. A los sones de sus chirimías, tambores y timbales, con ritmo propio de esos territorios, con sus cadenciosas melodías, así desfilaban. El entusiasmo era más inaudito. La plasticidad grandiosa y el colorido deslumbrante. No era de extrañar que toda la Avenida fuera un clamor continuo y ensordecedor. Terminado el paso de la Mehala se creó un espacio vacío en la avenida. Poco a poco se iban perdiendo, por la lejanía, los sones de las músicas, bien fueron las chirimías, clarines o trompetas. Solamente se oía el ululuar de las moras o el continuo murmullo de las conversaciones en voz alta.

De repente se hizo el silencio más absoluto. Se oyó fuerte, pese a la distancia, el sonido que emitía el cornetín de órdenes del Mando del 3er Tercio. Con sus notas musicales dejaba en el aire la consigna de la Legión: Legionarios a luchar, legionarios a morir, y a continuación la orden de iniciar la marcha, la que la voz popular ha traducido como Marcha de frente, Ramón catalán...Como un solo hombre, arrancamos todas las Compañías de las Banderas VII, VIII, IX así como la Mixta. A excepción de los cañones de 75mm, cuyas cargas iban sobre los mulos, todas las armas marchaban sobre el hombro o eran arrastradas por los legionarios.

Así, las ametralladoras y los trípodes se apoyaban en los hombros que no llevaban almohadillas. Los cañones contracarro de 45 mm, con sus cuerdas de tiro enganchadas a las ruedas y en bandolera, cruzando el pecho de sus sirvientes legionarios pasaban perfectamente alineados en su formación, lo mismo que las ametralladoras antiaéreas, bien fueron las ZB o las Oerlikon. Nada se quedaba sin el movimiento que imprimían los legionarios al son de su Canción que iba desgranando la muy numerosa Banda de Cornetas y Tambores. Las notas del recio …soy valiente y leal legionario… al ritmo del paso habitual de la Legión nos iban precediendo y acompañando en nuestro rápido pasar ante la gente, Autoridades y quienes nos presenciaban. El entusiasmo era clamoroso, a los gritos de ¡bravo!, ¡Viva la Legión!, se unían los fortísimos y continuos aplausos que servían para que nadie mirase a ningún lado, solo al frente y con la cabeza más alta que nunca».