CREACIÓN DEL TERCIO Y PRIMEROS AÑOS: LARACHE, 1940 – 58

ANÉCDOTAS DE LA ÉPOCA DE LARACHE

La generala del Perejil (P. de la Torre)

Cuando ya estaba a punto la independencia de Marruecos, en los cuarteles había cierta tensión debido a los acontecimientos que se producían entre ellos en el de larache. Un día un corneta de guardia, apellidado Pérez- Gil, al que todos llamábamos Perejil, se apostó 25 pelas de la época a que aquella noche tocaba generala. Efectivamente, en la madrugada de aquel día se tocó generala, que por cierto fue todo un éxito, pues en pocos minutos estaba todo el Krimda formado, el personal correctamente vestido y pertrechado, los mulos embastados y cargados… Los últimos que se incorporaron fueron los Oficiales de Semana de las Compañías y ello tenía una explicación. El éxito se debió a que Perejil se dedicó a recorrer todas las Compañías avisando (como favor particular) a los Sargentos de Semana de la hora en la que se tocaría generala, de modo que los Sargentos, una hora antes, ya tenían todo preparado. Se tocaba en los dos patios del Krimda, por el mismo corneta, pero el preaviso hizo que al segundo toque en el patio de atrás, donde se encontraban las Compañías de Especialidades, ya estaba todo el mundo formado… Imagino que le meterían un buen paquete pero de la generala del Perejil se estuvo hablando un montón de tiempo. Perejil vive actualmente (2003) en Algeciras y tiene muchos nietos algunos de más edad que la suya pues se casó en Ceuta con una viuda bastante mayor que él y cargada de hijos de su anterior matrimonio. Pintoresco Perejil…

La moda del uniforme blanco (P. de la Torre)

La Compañía de cañones de Infantería de la Agrupación Mixta la mandaba el Capitán Balaca (chulo donde los haya) que protegiendo el dinero de la masita de sus legionarios, no les sacaba ropa del almacén, les obligaba a lavar sus prendas continuamente, de modo que con tantos lavados se quedaban blancas completamente, perdiendo el color verde legionario. Esto estableció una moda, de forma que a propósito metíamos los uniformes (a excepción de la camisa) en polvo de gas y quedaban blanquísimos. Yo siendo Cabo, me he paseado por Larache con guerrera y pantalón completamente blancos, camisa verde, gorro ídem y botas de media caña (sin hebillas) negras y lustrosas. Era una chulería. Otras veces, en lugar de las botas de cuero, llevaba zapatillas de tela hasta media pierna, blancas, blanquísimas.

Marcha con capote a 35 Cº (P. de la Torre)

Los traslados se hacían a pie entre Larache – T’Zenín – Krimda. Cuando las Compañías llegaban a su punto de destino, había cierto relajamiento, como llevar el capote (en invierno) al hombro, etc. A pesar de que reglamentariamente las marchas debían realizarse perfectamente equipados, hasta con manta, los Jefes eran algo tolerantes. Sin embargo, yo vi estupefacto en un mes de marzo, que oficialmente era invierno (pero con más de treinta grados), llegar a la 5ª Compañía del Capitán Andrade, completamente uniformados todos, con el capote abrochado hasta el cuello, la manta en bandolera, y el correspondiente armamento, marcando el paso con Andrade al frente, con una alineación que parecía hecha con regla y cartabón… Ese era el Capitán Andrade, Capitán pintoresco donde los haya.

El Cabo más joven del 3er Tercio (P. de la Torre)

En aquellos tiempos un Cabo era una verdadera autoridad. Yo fui Cabo en el año 46 con 19 años. No me afeitaba (aún no me crecía la barba), fui en aquel tiempo el Cabo más joven del Tercer Tercio y creo que de los cuatro Tercios, esto me lo dijeron, pero no lo pude comprobar. Y si el Cabo era alguien importante, no digamos ya un Cabo 1º, con derecho a gorro de Suboficial y un machacante para llevarles la comida, etc.

El Ingeniero (P. de la Torre)

En cierta ocasión, visitó un General las obras del campamento de Krimda, que estaban finalizando. Este General preguntó por el ingeniero. Rápidamente un enlace localizó al ingeniero que era un legionario muy pintoresco, un poco borrachín y cuyo aspecto no era precisamente los más parecido a un técnico superior de formación universitaria, pero ese era el apodo por el que todos conocíamos al ingeniero. La cara del General y los mandos que le acompañaban fue todo un poema al ver la pinta del supuesto arquitecto y el jolgorio que se armó fue comentado durante bastante tiempo en las cantinas y en la gaba cuando se reunían los mandos o la tropa.

Las novedades del comedor (P. de la Torre)

Siendo yo Cabo1º (Pérez de la Torre) precisamente en el Krimda, había un Teniente que estaba un poco sordo y tenía muy mala leche. Al acercarnos en el comedor a él para darle novedades los Sargentos y Cabos1ºs de Semana, cada uno iba diciendo el número de los que formaban para comer. Llegado mi turno yo siempre le soltaba una serie de epítetos y frases sin sentido que no quiero reproducir aquí, finalizando, eso sí, con el número de legionarios que asistían por mi Compañía, procurando siempre dar la novedad el último. El Teniente, que simulaba haber entendido todo, me respondía: muy bien De la Torre. El cachondeo de mis compañeros y de los legionarios cercanos pendientes todos ellos de mi actuación era patente hasta el extremo que en un par de ocasiones el Teniente preguntó a un Cabo 1º ¡tú de que te ríes cabronazo… !. Menos mal que nunca se enteró de la broma que yo a diario le gastaba en las novedades del comedor.

La Batalla entre Legionarios y Regulares (Cte. Cruz)

El director de la película Zarak Khan, superproducción americana sobre guerras coloniales en la India, había solicitado 400 legionarios para que trabajaran como extras en el rodaje y con la correspondiente autorización del mando, allá se trasladó la VII Bandera, cuyos componentes, luciendo uniformes ingleses, atacaban a los insurrectos indios en Zarak Khan, que en realidad eran soldados moros de la guardia del Jalifa y de un Tabor de Regulares de Caballería. Estábamos acuartelados en el Krimda y siempre iban al rodaje los mismos puesto que los destinos de la Bandera como escribientes, vigilantes, rancheros, enlaces, etc., nos teníamos que quedar en el acuartelamiento, pero, en las ganancias participamos todos, según un baremo que estableció el Comandante Villalobos (a mí me correspondieron setecientas y pico de la época, ¡una fortuna!).

Todos tenían instrucciones aproximadas sobre el lugar en que habían de simular la muerte en el combate, pero es el caso que la mayoría morían nada más empezar el movimiento. Cuando al fin el equipo técnico logró cierta coordinación, se produjo otro problema, los muertos de pacotilla aprovechaban para tomar el bocadillo, lo que vino a popularizar en el Tercio el grito de ¡ese muerto, que se esté quieto!. Las chicas del equipo de atrezzo, según la generalidad de los legionarios, estaban que estallaban, así que todos los días, o casi todos, tenían que reponer los botones dorados en las casacas rojas, porque se habían caído, mire que cosas.

El Capitán jefe de expedición y los Tenientes de la Bandera contemplaban preocupados al lado del Director el avance de sus ingleses de pega entre las explosiones y el humo de los hornillos de pólvora que simulaban los impactos de artillería y, posteriormente, la batalla campal entre legionarios y regulares que se sacudían estopa para parar un tren. El Director daba gritos en inglés entusiasmado. ¿Qué dice ese tío?. Interrogó el Capitán. Que nunca ha visto a los extras pegar tantas leches como aquí, tradujo a la pata llana un Teniente políglota. ¡Nos vamos a quedar sin Bandera!. Exclamó el Capitán preocupado. Imposible, mi Capitán, intervino un Alférez, ya el Jalifa se ha quedado sin escolta y los Regulares de Larache sin un Tabor.

Frases legionarias (Cte. Cruz)

No me resisto a transcribir aquí algunas de las frases que aprendían de memoria los reclutas allá por los años cincuenta y que aún recuerdan los que fueron viejos Cabos instructores después de treinta años. Legionario, ¿dónde está tu puesto?. En vanguardia o donde más peligro haya. ¿Cuál es la principal misión del legionario?. Confiar en su Jefe y seguirle, ser buen camarada, sembrar optimismo y, en caso de duda, obrar como manda el propio honor y espíritu. ¿Qué frases están prohibidas en el vocabulario legionario?. En el vocabulario legionario están prohibidas las frases: no sé, no puedo y no quiero. ¿Qué debe hacer un legionario ante su superior?. Exigirle con su obediencia.

La picor en la frente

En el T´Zenin de Sidi Yamani durante el verano de 1957 el Cabo E. estando nombrado de retén abandonó el acuartelamiento para acercarse al poblado moro al objeto de controlar a su compañera de la que desconfiaba; la encontró alternando muy sentimentalmente con otro hombre y se organizó la correspondiente trifulca interviniendo la vigilancia. El Capitán del Cabo E. al tener conocimiento, se lamentó de lo ocurrido ya que se veía obligado a imponer un arresto al buen Cabo por haber abandonado momentáneamente su servicio.

Lo que más me molesta le dijo al Sargento de Semana es que esto se debe a un chivatazo que han ido chismorreando. El Sargento le respondió con algo de sorna: «No, mi Capitán; en la Legión no hay chivatos; el buen legionario tiene un sexto sentido que le avisa donde está el peligro. El Cabo E. estaba muy inquieto porque su sexto sentido le indicaba que las cosas no iban bien y la picor en la frente le ha llevado donde estaba el peligro».

El caballo de cartón

Corrían los años 55 o así, el Brigada Tobío se encontraba destinado en el Krimda, como Auxiliar del Almacén de Prendas. Por aquellos tiempos, recordarán los antiguos, que las Compañías de Armas tenían caballos para los Oficiales a la hora de salir a instrucción. Llegó destinado a una Compañía de fusiles de ese Tercio un Alférez de Complemento de la IPS (Instrucción Premilitar Superior, y que los legionarios traducían al revés por Sin Idea).

Al día siguiente, por la mañana, formaron las unidades en el Patio de Armas, para salir a instrucción y como viese el Alférez que a los Oficiales de otras unidades (las de plazas montadas), se les presentaba el enlace de cada Oficial trayéndole el caballo preguntó al Capitán de la Compañía, cómo era que a él no le traían caballo. El Capitán, con mucho de sorna, como buen castellano que era, le respondió: ¡Joder!, ¡Los de Complemento venís acarajotados!, ¿Tú has hecho un vale al Almacén de Prendas, pidiendo un caballo?, o ¿Te crees que en el Almacén de Prendas pueden saber los Oficiales que quieren salir a instrucción con caballo o sin él?. El Alférez debió de tomar notas mentalmente y se calló.A la hora de descanso para el bocadillo, el Alférez llamó a su enlace y le dio un vale en el que decía: «Vale para el Almacén de Prendas de este Tercio por un caballo para el Alférez que suscribe. Fecha y firmado Fulano de Tal y Tal».Era por entonces el mes de diciembre y en el Almacén se vendían los juguetes de reyes, al fiado, para el que no podía o quería comprarlos en la calle y recordaremos que en este Almacén se encontraba destinado el Brigada Tobío. LLegó el enlace del Alférez, le presentó el vale y el Brigada le preguntó de qué color lo quería.El enlace no supo que responderle y le dijo: Es igual, mi Brigada. Entonces el Brigada mandó a uno de los legionarios del Almacén que le diera un caballo; el caballo era de juguete, de los que entonces había de cartón.

LLegó el enlace al campo de instrucción y le hizo entrega al Alférez del caballo de cartón; y allí empezó la chacota de todos los Oficiales, riéndose del Alférez, el cual montó en cólera y dijo que le iba a meter un paquete al Brigada Tobío. Intervino el Capitán y todo terminó sin incidente alguno. El mencionado Alférez, se casó y tuvo hijos, seguramente el primer juguete que les compraría sería un caballo de cartón.

El celebre Leiva (Cor. Rodríguez Moreno)

La vida legionaria está llena de anécdotas, vivencias, curiosidades y un sin fin de testimonios que, en muchas ocasiones, no nos resistimos a comentar por su especial interés unas veces, y otras simplemente por su originalidad. Este es el caso del legionario Joaquín Leiva, de la 10ª Cía de la VIII Bandera, era un autentico manitas a la hora de hacer cualquier reparación en la unidad y no había avería ni interrupción en material o armamento que no resolviera puntual y correctamente el célebre Leiva. Esto de célebre se le atribuía, no por su habilidad reparadora, sino por su desmedido afán de estar siempre empinando el codo. Era un bebedor empedernido y se puede afirmar que sus borracheras eran permanentes. Se desayunaba con coñac o anís, empalmaba con vino y durante todo el día su inseparable compañero era la botella. Pues bien, después de este preámbulo, paso a lo anecdótico del personaje, referido a un hecho concreto y vivido por el que suscribe.

Un día, impreciso, del mes de junio del año 1985, encontrándome de Capitán de Cuartel en el campamento del Krimda fui a dar una vuelta por el poblado civil, sito en las inmediaciones del referido campamento. En aquellos tiempos, estos poblados lo conformaban, además de las casas de los legionarios casados, un grupo de cantinas, tascas y casas de mala reputación que alegraban las horas de paseo de los legionarios. Lógicamente siempre se producía con el correspondiente jolgorio, excesos y otras cosas que, en ocasiones, terminaban en alborotos, frenados solamente por la intervención del Servicio de Vigilancia nombrado a diario. Aquel día, en una de las cantinas se encontraba el legionario Leiva con la correspondiente trompa, discutiendo con el cantinero porqué éste no quería servirle más vino, mientras no le abonase el que ya se había bebido.

Al verme llegar, nuestro personaje se encaró, se colocó en el primer tiempo del saludo y haciendo un verdadero esfuerzo por no perder el equilibrio y mantenerse en correcta posición de firmes, me dijo mi Capitán, estoy sin una lata y con la caló que hase, no me aclaro con la sed que tengo. Bueno, Leiva, tú tranquilo, yo te pago unos vasitos, le respondí yo. Seguidamente, salde la deuda con el cantinero y entonces el tal Leiva, con todos los respetos y la máxima corrección militar, sacó del bolsillo una foto sucia y arrugada, reflejo de una hermosa melopea anterior. La puso sobre el mostrador y como pudo firmó a su respaldo un vale por un litro de vino, en compensación del que yo le había pagado al cantinero. No pude convencerle para que desistiera de pagarme lo que él consideraba una deuda de honor y recogí aquella fotografía considerando que aquel gesto era para mí una reliquia anecdótica que, un día como hoy, tendría ocasión de contar a alguien.

Espero que algunos contemporáneos de aquella época recuerden aquel legionario que un día fue víctima de su propio vicio al apostarse con otro legionario a que se bebía una botella de coñac, después de ir ya bien enganchado de vino. La apuesta se llevó a cabo y al terminar la botella de coñac, que se bebió sin respirar, cayó fulminado al suelo perdiendo la vida en la apuesta.

Legionarios curiosos (Coronel Girona)

Legionarios muy conocidos lo fueron la pareja formada por Leiva y «el Guaje», ambos inseparables, pese a ser de distintas unidades y también ambos muy amigos del «tinto». Del » Guaje» podemos decir que era asturiano, procedía de buena familia, muy hábil; durante mucho tiempo fue el «enlace» del Tte. Pérez Padilla. Hecho distintivo suyo fue que con ocasión de encargársele a su Teniente la administración del «Mesón Legionario», el Teniente le puso al frente de todas las actividades. Dada su amistad «tintorera» había muchísimas dudas sobre el resultado de su gestión. La desarrolló impecablemente, no hubo queja alguna, se pasó todo el mes sin «visitar a sus amistades tintas» y una vez que su Teniente efectuó la liquidación le preguntó si todo había salido bien y al ser la respuesta afirmativa, le pidió un «poco de permiso»…¡ durante tres días o más seguidos se entretuvo «tintándose» y sin saber de él nada de nada ¡…

Muy conocido tanto en Krimda como en Aaiún fue José María, que tenía por sobrenombre «La Rebeca» dadas sus aficiones, pero que llegó a ser la persona imprescindible en el Casino de Oficiales de Aaiún. Celeberísimo era «El Guineas», llegó a Cabo; su mote era debido a que fue policía de la Guardia Colonial en Guinea. Zapatero maravilloso, pero timador de los de clase. Un Capitán de su Bandera le encargó unas botas altas, mientras iba trabajando el Capitán estaba presente, cada día al concluir el trabajo, el Capitán lo guardaba todo, materiales, utensilios, etc. Al tener terminadas las botas, probárselas el Capitán y apreciar que eran como un guante, le felicitó y en ese momento le dijo «El Guineas» o mi Capitán, voy a enseñarle las botas al Capitán Fulano que me ha dicho que si las suyas le gustan me encarga que le haga unas a él». Salió del cuarto y cuando le encontraron, al poco tiempo, de las botas nuevas ¡ ni se sabía dónde estaban ya!. Otra de las suyas fue que llegó al Mando del Tercio un comunicado de la Comandancia de la Guardia Civil de Zaragoza sobre el cumplimiento del arresto por parte del Brigada D. Tal y Tal impuesto por el Teniente Guineas al no saludarle correctamente al cruzarse con él en el Paseo de la Independencia. En efecto, «El Guineas», estando de permiso se había puesto un par de estrellas en la manga de su guerrera verde y tan pancho, iba arrestando por Zaragoza a quien se le cruzaba.

Contigo no vuelvo. No vuelvo contigo (Cor. Fdez Tenreiro)

El también entonces Capitán Fernández Tenreiro, hoy Coronel retirado, nos habla del Capitán Andrade. Para mí, Andrade, era el Capitán perfecto de la Legión, su espíritu, su trabajo, su dedicación plena a la tarea que se tiene encomendada desde que entramos a formar parte de este Cuerpo así lo acreditaban. No recuerdo bien el año, sería el 53 o 54, un legionario de su Compañía que, supongo no había asimilado bien nuestro Credo, consiguió desertar a Tánger, ciudad que por su proximidad a Larache facilitaba la operación. Pues bien, una vez allí podíamos oír por radio Tánger en su sección de discos dedicados, tan de moda en aquellos años: Dedicado al Capitán Andrade de uno de sus legionarios e inmediatamente, se oía aunque me pase la vida llorando, contigo no vuelvo, no vuelvo contigo.Pero el legionario volvió, fue procesado por deserción, estuvo en su Bandera, la VII, mientras se tramitó la causa, sólo que en la 5ª Cía no se le admitió por aquello de alejarlo de la instrucción de la unidad, fue plantilla de la 4ª, pero con frecuencia pasaba por su anterior Compañía a visitar a los amigos, nunca nadie, ni aún el Capitán, le echó nada en cara recordándole su acción.

Escribientes con escobas

Un Suboficial, encargado de la oficina del Tercio, formó a los reclutas y preguntó con voz recia: ¿Quién quiere ser escribiente?. Cinco o seis reclutas dieron el paso al frente, y en el acto, fueron dotados en lugar de plumas para escribir de grandes escobas para barrer la Plaza de Armas del acuartelamiento.

El pintor de Obras Públicas

Aislado sobre una loma, el destacamento del Fondak de Ain Yedida, antigua posada en el camino de Tánger, relucía al sol, pero el Tortuga no podía apreciar el paisaje, porque el vigilante del pelotón no le quitaba el ojo de encima y había mucho que blanquear. El Oficial, recién llegado de Tetuán, sentía curiosidad y previo permiso del Cabo jefe se acercó a los arrestados. – ¿Cómo te ha ido Tortuga? – ¡No me ha dao na el Capitán cuando he vuelto!, pero eso sí he vacilao lo mío en Tánger. – ¿Y cómo pasaste la frontera? – Pues verá mi Teniente, me fui con el mono, un cubo de cal y una brocha, blanqueando los pilares de la carretera y los picoletos creyeron que era de Obras Públicas. – De Obras Públicas pareces ahora.- Se me nota la práctica mi Teniente.

La guerra de los zócalos

El zócalo como es sabido es una franja alrededor de un edificio, desde el suelo hacia arriba, que puede tener de altura desde un palmo a un metro, más o menos. En la época de los cuarteles de la Legión construidos en destacamentos de Bandera o Compañía, se pintaban los zócalos del fondo del Guión de la Bandera como señal de identidad, aunque a veces no resultaba muy artístico. Recién evacuado Riffien a primeros de 1961, la VI Bandera, primero, y la IV, después, coincidieron en el acuartelamiento de García Aldave, en barracones antiquísimos y destartalados (según hemos visto, dos años y medio antes, en octubre de 1958, la VIII se convirtió en VI y la VII en IV al transformarse el Tercero en sahariano).

Ambas Banderas se pusieron a trabajar para mejorar aquellas ruinas, incluyendo en ello blanquear y pintar los zócalos. Mientras el pintado iba por los alojamientos respectivos no hubo problemas, pero llegó un momento en que los edificios comunes, comedor, mesón, etc., amanecían con el zócalo azul (VI Bandera) por la mañana, y de color rojo burdeos (IV Bandera) por la tarde. Era la famosa guerra de los zócalos que amparaban, bajo cuerda, ambos Jefes de Bandera y que acabó, prácticamente, cuando se marchó la VI Bandera al cuartel del Serrallo.

Botas sin llave

Nos encontramos en Alcazarquivir, primavera de 1956 con la VIII Bandera allí destacada. Al finalizar el horario de instrucción de la mañana, algunos jóvenes Oficiales, si su servicio se lo permitía, solían montar a caballo. Uno de ellos dirigiéndose al legionario ordenanza de la Sala de Oficiales le dijo: «Vete a la Residencia de Oficiales y le dices a Botos (pues así se llamaba el encargado de los dormitorios), que te dé la fusta del Teniente De la Llave». El emisario tardó en regresar más de lo que hubiese deseado el Teniente, cuando lo hizo traía unas botas en la mano que entregó al Oficial, al tiempo que le decía: «Las botas deben ser éstas, mi Teniente, pero la llave no la he encontrado».

La cuadra del Cabo Baldomero

La cuadra de los mulos de una Compañía podía ser un infierno, o un sitio ordenado, agradable y hasta cómodo. El Cabo Baldomero había convertido la cuadra de su digno mando en este último lugar y ello de una forma sencilla, aplicando en la cuadra las costumbres de la Compañía. Por ejemplo, la cuadra estaba siempre limpísima, por el lomo de los mulos se podía pasar la mano enfundada en un guante blanco sin mancharlo, todas las guarniciones brillaban y los mulos tenían un paseo diario, su ración de paja y cebada junto con heno recién cortado diariamente. Baldomero, había sustraído la radio de su casa, con el consiguiente disgusto de su mujer, y la tenía puesta en la cuadra para que los mulos oyeran música. Por el contrario, cuando el cuartelero decía Cuadra el Cabo, semovientes se ponían firmes y atiesaban las orejas. El único animal que allí se permitía faltar a la disciplina, o hacer alguna alegría era el mono Manolo, mascota de la Bandera que vivía en la cuadra.

Cierto día a la hora del pienso, al entrar en la cuadra el Oficial de semana, el mono oculto en una viga del techo agarró el gorro del Oficial y huyó saltando sobre los lomos de los mulos, que empezaron a cocear. El Alférez, pillado en aquel tumulto y sin gorro, no sabía que hacer. El Cabo Baldomero sin perder la compostura, dio un par de gritos al ganado, que se calmó inmediatamente y ordenó a los conductores del ganado a detener al infractor, mientras le decía al Alférez: No hay novedad en la cuadra, mi Alférez, con su permiso arrestaré una semana a Manolo por robarle el gorro. Y así la disciplina quedó restablecida.

No confundir herraduras con alpargatas

El Capitán de la Compañía de cañones de infantería de la Agrupación Mixta, realizando la instrucción de evoluciones un día que estaba de mal humor, advirtió a los legionarios para que no perdieran el paso: «Voy a mandar de frente y como aquí tenemos legionarios y mulos no quiero que haya confusiones, los legionarios tienen que marcar el paso y los mulos no. Si alguno ignora si es mulo o legionario, que se mire a los pies, si lleva herraduras es mulo y si lleva alpargatas es legionario. ¡Que no tenga que advertirlo otra vez!».

El zapatero «choriso»

En el Cuerpo de Guardia del T’Zenin de Sidi Yamani, se había extraviado la llave del armario que daba acceso a los cajetines de las Compañías, donde cada Capitán dejaba a la custodia del Oficial de Guardia los fondos de la unidad. Se precisaba abrirla y al no haber ningún cerrajero reconocido en la Bandera, el Oficial mandó a uno de la Guardia en busca de algún legionario que entendiera de esos asuntos. Tras un buen rato de recorrido por las distintas Compañías y dependencias, apareció un veterano legionario, precisamente de la Sección del Teniente, con unos cuantos alambres y otros medios de fortuna. Tras un rato no demasiado largo de hurgar en la cerradura, consiguió abrir la puerta del armario. El Oficial sorprendido por su habilidad le preguntó: «¡Oye Fulano! En tu ficha dice que eres zapatero. ¿Cómo es que entiendes de cerrajería?» A lo que sin darle importancia el legionario contestó: «Ahora que ya tenemos más confiansa le diré mi Teniente, que mi ofisio principá fue siempre er de choriso«.

Alucinaciones antirreglamentarias

En Alcazarquivir, el Cabo Nicolás de la VIII Bandera había cobrado los atrasos de su conseguida paga de Sargento y siguiendo la costumbre, invitó a beber a todo el personal con galones en el Mesón Legionario con la debida autorización del Jefe de la Bandera, que se abstuvo de asistir. Este tipo de reuniones se solía efectuar después de silencio y a puerta cerrada. Los vasos de vino peleón corrían que daba gusto. Un Oficial recién llegado al Tercio bebió algo más de lo que permitía su medida y tuvo que ser acompañado a su dormitorio para reposar la mona. Otro Teniente y un Cabo hicieron las veces de porteadores y mientras le ayudaban a desvestirse, apareció en la puerta el Comandante que en silencio y en la semioscuridad, contemplaba muy serio la escena; el indispuesto Oficial, al verlo, intentó ponerse firmes y soltó un cansino a sus órdenes mi Comandante. El Cabo que no vio al Comandante por estar de espaldas a la puerta, comentó como se la ha cogido mi Teniente, que hasta tiene alucinaciones… Al día siguiente, el Teniente, recibió una atenta nota del Comandante en sobre reservado que decía: Por tener Vd. alucinaciones antirreglamentarias cumplirá 24 horas de arresto en su domicilio…

Una partida de cané

En el Tercio D. Juan de Austria, de madrugada, el Oficial de Guardia recorrió los puestos e imaginarias. Al llegar a las cuadras sorprendió una partida de cané que en el cuarto-almacén de pienso estaban jugando los acemileros; levantó la partida y ordenó a los jugadores del prohibido que le siguieran al Cuerpo de Guardia. Por el camino cada uno de los sorprendidos iba pensando en el correctivo que le esperaba: el Pelotón de Castigo. El Teniente, llegados a su despacho, inició con ellos una conversación en tono amigable para distender el ambiente y que llegó a ser de confianza. De pronto le preguntó a uno de ellos: «A ti ¿qué carta te gusta más?, Fulano. ¡El As de oros, mi Teniente! Pues ¡Cómetelo! Uno a uno se fueron comiendo su carta preferida. Después los mandó a dormir con el encargo de no repetir velada semejante. Se fueron satisfechos porque el insólito bocado les libró de 15 días en la pelota.

El servicio de fusilamientos

En el destacamento de Alcazarquivir, en un atardecer de invierno habían llegado dos Alféreces de la I.P.S. (uno de complemento médico y otro abogado) que se incorporaban para realizar sus seis meses de prácticas. Durante la cena (todos en la misma mesa redonda presidida por el Comandante Jefe) alguien lanzó la broma: Mi Comandante, el Oficial de servicio de fusilamientos del lunes se ha dado de baja; ¿ a quién se nombra para mañana? El Jefe, encajando la broma, respondió: «Los Alféreces recién incorporados y así hacen prácticas; el abogado que mande el piquete y el médico que certifique la defunción.. Terminada la cena los Oficiales se retiraron a descansar; los nuevos Alféreces hicieron sus maletas y se personaron en la habitación del Comandante: ¿Da usted su permiso, mi Comandante? ¡Pasen! «Mire, mi Comandante (dijo el letrado) nos vamos al Hotel España, denos usted por no presentados porque aún nos quedan unos días de plazo que nos dio el Diario Oficial; yo no tengo costumbre ni pistola y éste (señalando al médico), no está colegiado en Marruecos».

El toque de merienda

En un Cuerpo de Guardia, el corneta de servicio, veterano legionario, pidió permiso al Teniente, recién salido de la Academia: «Mi Teniente con su permiso ¿puedo tocar merienda al ganado?. El de novatada, respondió: Sí, toca ahora delante de mí; después le dices al de cuadra que te prepare un bocadillo de paja con pan de cebada, cuando te lo hayas comido te presentas de nuevo a mí y charlaremos un rato. El vino ya lo pongo yo».

De primero, ratón con patatas

Me contaron con nombre y apellidos qué pasó en el Tercer Tercio y si no los nombro es por la debida discreción. En una de sus habituales revistas a la cocina de tropa el Teniente Coronel Mayor del Tercio inspeccionaba el rancho que se iba a dar a la tropa ese día. La verdad es que la presentación de la comida era lo suficientemente agradable si no fuera por un pequeño ratón que flotaba entre las patatas y demás carnes en una de las perolas. El pobre bicho debió caer en ella cuando se estaba preparando el condumio y ya era ratón cocido. Por supuesto, el Teniente Coronel, que tenía fama de muy duro, puso el grito en el cielo, llamando de todo al Sargento de cocina que le acompañaba en la inspección al tiempo que gritaba ¿Qué es esto, qué es esto?. El Sargento, veterano ya en todas estas lides, con la mayor naturalidad, cogió el ratón por el rabo y dijo: Esto, mi Teniente Coronel, es carne. Y se lo comió.

Un tatuaje para el barbero

En los marineros y legionarios es frecuente la afición a los tatuajes. Entre los muchos que he conocido los ha habido de verdadero mérito artístico, poético, melancólico y otros a los que no les faltó el humor. De estos últimos contaré dos. R. B. legionario de la VIII Bandera cuando iba a la ducha (común y obligatoria en maniobras) descubría debajo del ombligo una leyenda tatuada en arco de medio punto que decía: oro de ley. sólo para ti Carmina. Otro legionario, al que le contrariaba que el barbero le apurase el corte de pelo, se había tatuado en la parte alta del cogote (dedicada al fígaro que se pasase) la siguiente leyenda: mierda para el barbero.

¡ Oye Melón!

Un Oficial de la VIII y su novia paseaban en 1957 por una calle de Alcazarquivir. Por la acera contraria se pasó un legionario que saludó correctamente. Nada más cruzarse, el Oficial recordó que tenía que mandar una nota al cuartel y llamó al legionario: ¡legionario!, ¡legionario! Éste, que ya se encontraba un poco lejos, no escuchó las voces y siguió caminando. Entonces el Oficial gritó: ¡Oye Melón! El legionario se giró y al ver al Teniente corrió hasta donde se encontraba y se cuadró ante él: ¡A sus órdenes, mi Teniente! Mira, cuando llegues al cuartel le das esta nota al Oficial de Guardia. ¡A sus órdenes! Nada más marcharse el legionario, la novia le soltó al Teniente una auténtica bronca: «¿No te da vergüenza? Me parece muy mal que llames Melón al legionario, y mucho más delante de mí… ¡no hay derecho!¡vaya forma de tratar a la gente!». El Teniente aguantó sin inmutarse el chaparrón y dejó que su novia se despachara a su gusto hasta que le dijo: ¿Has terminado? Ese legionario se apellida Melón, Federico Melón; ¡no querrás que le llame López!.

Compañía de Comandos

Explicaba el Teniente en el campamento la forma como debían presentarse los reclutas, una vez dados de alta en sus respectivas unidades de destino. «A la orden de usted mi Capitán, se presenta el Caballero Legionario… perteneciente a la Compañía de su mando.» Así fueron preguntados uno por uno hasta llegar al recluta José Molina (Pepito), quien, de aquella forma peculiar de mirar y expresarse, contestó: A la orden de usted mi Capitán, se presenta el Caballero Legionario José Molina perteneciente a la Compañía de Comandos. El cachondeo fue sonoro y mayúsculo y Pepito no muy ducho en ésta y otras materias, se vio obligado a repetir campamento.

Millán Astray en persona

Al campamento de T’Zenin, llegaban los nuevos Tenientes G.G.G. y A.G.B. En aquella Bandera allí destacada había mucho humor y compañerismo. El Comandante F. se brindó a la novatada y se puso tabardo y gorrillo de un Teniente; éste se convirtió en Comandante y, en general todos los que eran desconocidos para los nuevos se cambiaron de empleo, menos algunos Capitanes que no se prestaban mucho a esta clase de bromas. Llegaron los nuevos Tenientes en el autobús La Valenciana, se presentaron al pseudo-Comandante que comenzó echándole una filípica: » El autobús de la línea ha llegado con retraso y ustedes, señores Oficiales, no lo han evitado…» Mal empezamos, señores… «Además, aquí a la Legión se viene a sufrir y morir y no veo en sus caras indicio de que ustedes estén dispuestos a ello…» Esta tarde me recitarán los Espíritus. Después en el pequeño bar del destacamento, se descorcharon unas botellas y se fue presentando la gente con el empleo y nombre cambiado. Llegó la hora de la comida y (por orden del Comandante) cada uno adoptó su verdadera personalidad. El verdadero Comandante (antes Teniente en ficción) dio unas palabras de bienvenida, ahora ya en serio. Soy el Comandante F., Jefe de esta Bandera y… en esto el más antiguo de los incorporados, G.G.G. le interrumpió diciendo. «¡Venga ya hombre! Y yo soy el Coronel Millán Astray. Esta tarde os quiero a todos en mi despacho. A ti, Comandante, te veré a las cuatro».

De memoria

Acababa de terminar la teórica de moral a un grupo de reclutas y el Cabo les encargó: Para mañana, preguntaré de la ficha 1 a la 6. ¿Inclusive, mi Cabo?, preguntó un recluta enterado. Ni inclusive, ni exclusive, recaló el Cabo enérgicamente, de memoria.

Siesta en la Junta

Se celebraba Junta Económica en el acuartelamiento del Tercio, presidida por el Sr. Coronel. Entre otros asuntos se hablaba de la conveniencia de poner pasas de postre por su contenido en azúcar y gran cantidad de calorías. En este momento fue cuando el Capitán «X», en el sopor producido por la digestión de la comida y el ambiente cálido de la sala, dio unas cabezadas. Terminado el asunto de las pasas, se pasó al tema de utilizar los monos para instrucción, como lo hacían otros Tercios hermanos, o bien seguir haciéndola con camisa y pantalón como hasta el momento. El Capitán «X» se sobresaltó al encontrarse con la pregunta directa del Coronel: ¿Tú que opinas, «X»? Pensando que se seguía hablando de pasas, contestó: Yo creo, mi Coronel, que dependerá de que sean con rabo o sin rabo.

Gimnasia

El Teniente acababa de llegar del curso de Gimnasia y estaba muy orgulloso de sus conocimientos, especialmente en lo que se refiere a defensa personal. Por ello no es de extrañar que encontrándose a gusto en Casa de la China hiciera una demostración de sus aptitudes volteando a varios legionarios que tomaban tranquilamente unas copas. Cuando más cerca estaba en su pensamiento una superhumanidad compuesta exclusivamente de atletas, se le presenta un legionario bajito, con pinta de esmirriado y le dijo:

¡A sus órdenes, mi Teniente!, yo también se algunas llaves de esas. No me digas – contestó el Oficial condescendiente- Vamos a ver si eres capaz de hacerme una a mí. – No me atrevo, mi Teniente, no vaya a hacerle daño.- No te preocupes; además, es una orden. Como usted mande, mi Teniente – repuso el legionario; acto seguido lo volteó por un costado, derribando al caer una mesa, que se rompió con estrépito. – ¡Muy bien!, ¡pistonudo!, afirmó el Teniente, levantándose del suelo – a ver, ponle un vino a este legionario- dijo el Mando, incluyéndolo «ipso facto» entre las razas selectas. – Y a mí ¿quién me paga la mesa?, terció la China, con evidente desprecio hacia la gimnasia.

Castellano en 5 segundos

En Alcazarquivir y durante los tensos momentos anteriores a la independencia del Protectorado, un legionario de la VIII Bandera dió conocimiento a sus superiores de que un musulmán le había propuesto la compra de un arma y, si lo deseaba, le prestaría auxilio para que desertase. Para obtener la mayor información posible y cazar in fraganti al susodicho se preparó un montaje con la participación del legionario y éste aceptó el trato con el moro. Llegado el momento de la entrega del arma y ocultos en las inmediaciones, varios Oficiales y Suboficiales contemplaban la escena hasta que, a una señal, el legionario agarró al elemento no dejándole escapar.

Inmediatamente comenzó el interrogatorio y desde ese momento el musulmán contestaba a todas las preguntas con ana m’an araf (no entiendo, no se…). Se le preguntaba en Sherja y él sigue contestando ana m’an araf, ana m’an araf; y entonces alguien en un arrebato de cólera cogió al musulmán y le metió la cabeza en una alberca para animarlo a colaborar… y cuando a los cinco segundos sacó la cabeza del agua, el caribe soltó en castizo castellano: Me c. en tu padre…, ¡que me estás ahogando!.

Cristóbal Colón en T’Zenin

Al T’Zenin de Sidi Yamani llegó una expedición de voluntarios y un Cabo veterano era el encargado de pasar lista: ¡Francisco Fernández!… ¡Presente! ¡Jorst Plazt!… ¡Presente! ¡Mohamed Hasef!… ¡Presente! ¡Cristóbal Colón!…¡Presente! El Cabo interrumpió la lista y medio cabreado, en medio del cachondeo le dijo Con que Cristóbal Colón, ¡eh! Ese nombre me suena, ¿has estado otra vez en este Tercio? A lo que el voluntario le respondió: Yo no mi Cabo, fue un antepasado mío al que le fueron mal las cosas por América y se enganchó en la Legión. El Cabo que era un poco bruto pero que le sonaba el nombre de Cristobal Colón se calló astutamente y prosiguió pasando lista.

Brioso caballo

El Capitán de una de las Compañías de la Agrupación Mixta era un hombre con un trato demasiado duro hacia sus subordinados. En cierta ocasión que la Compañía tenía el desfile del Sábado Legionario donde los mandos iban a caballo, el Capitán autorizó a fumar en un descanso. Pero a los breves instantes ya estaba ordenando apagar los cigarrillos y ponerse en descanso. Un Sargento que estaba hasta el gorro de su Capitán, no pudo resistir el momento y acercó el cigarrillo al culo del animalito, que ni siquiera espantaba las moscas de lo viejo que era, apretó la cola y aprisionó contra su esfínter el pitillo aún encendido. El caballo emprendió un galope que ni en su juventud hubiera logrado.

Ante la inesperada huída del Capitán el Teniente más antiguo se puso entonces al frente de la Compañía y desfiló impecablemente. Pasada la hora de comer apareció el caballo sin jinete. El Capitán lo hizo ya el lunes, cojeando, sorprendido por la reacción del cuadrúpedo y con la intención de encontrar otro más tranquilo.