LA VII, VIII y IX EN LA GUERRA CIVIL

GENERALIDADES

Introducción

La guerra que hubo en suelo español entre 1936 y 1939 no deja de ser, como toda guerra civil, un episodio desagradable y triste de la historia de España, una lucha entre hermanos en la que las unidades de la Legión, al igual que el resto de Regimientos existentes y al igual que todos los españoles en edad de combatir, tuvieron que tomar parte en uno de los dos bandos enfrentados, el nacional y el republicano. Sin duda, el hecho de que las Banderas de la Legión, como fuerzas de élite constituyeran unas magníficas unidades de choque y resolutivas en manos del bando nacional, fue decisivo para que éste alcanzara finalmente la victoria. No obstante, se trata de una historia aún muy reciente en la que hubo muchas víctimas en ambos contendientes, y por supuesto en la Legión tambien. En efecto, según veremos el número de bajas legionarias fue enorme al estar siempre en primera línea de fuego y en los lugares de mayor riesgo y fatiga. Algunos de estos lugares son muy conocidos como la Ciudad Universitaria de Madrid, o el Barrio de Usera, Getafe, Ciempozuelos,… pero al redactar estos hechos ocurridos tan solo hace unos años (a la hora de escribir este libro en el 2003 aún viven muchas personas que participaron o fueron testigos de la guerra), lejos de herir susceptibilidades lo que pretendo es simplemente exponer unas actuaciones puntuales de la VII, VIII y IX Banderas en las que destacaron algunos de sus hombres, unidades, o incluso toda la Bandera en su conjunto, por su valor heroico, luchando y muriendo por unos ideales.

El estilo de combate «africanista»

Para la VII, VIII y IX Banderas que el 1 de enero de 1940 se incorporaron a Larache (Marruecos) para constituir el 3er Tercio, la principal diferencia entre la guerra de Marruecos y la civil es que en la primera participaron al final de la contienda (la IX ni eso pues aún no se había creado), mientras que en la segunda fueron protagonistas prácticamente durante todo el conflicto. Además, aquí hubo muchos combates y muchos caídos. Comparativamente, estadísticamente, no existe proporción entre el sacrificio en vidas de los legionarios de las VII, VIII y IX durante la guerra civil y en el resto de contiendas, bien sea de Marruecos, bien de Ifni o Sahara.

Como muy bien se resume en el libro la Infantería de los tiempos modernos, cuando nos habla de la guerra civil mantuvieron, en general, las características señaladas en cuanto a la creación de nuevas Banderas, su articulación para el combate, su empleo preferentemente ofensivo, la rapidez en la cobertura de bajas, el estilo de combate y la magnífica escuela de mandos, de forma similar a lo señalado para la guerra de África. Sin embargo, ahora se trataba de un enemigo que fue exigiendo, progresivamente, más y mayores esfuerzos. En poco más de año y medio el número de Banderas se triplicó, pasando de seis a dieciocho, lo que significó el esfuerzo, no ya por el número de hombres puestos en juego, sino porque esta multiplicación se realizó con la exigencia de mantener el mismo alto grado de preparación moral y el estilo de combate de las viejas Banderas. El procedimiento de extraer de las existentes personal de todos los grados, que asegurase la pureza de la Bandera a crear, unido a la urgencia de su instrucción (semanas) y a la prioridad absoluta de cubrir bajas en las veteranas, acercó a la perfección el sistema empleado.

La articulación de las unidades legionarias respondió, desde el principio al fin de la guerra, a la necesidad de que los mandos de las Columnas, Divisiones o Frentes, contasen con fuerzas especiales para resolver papeletas en lenguaje tan militar como explícito. El empleo de las Banderas fue, en general, en acciones ofensivas. Sin embargo, muchos de los hechos y cotas heroicas de la Legión se alcanzaron en resistencias a todo trance. Ello fue debido, en gran medida, al empleo como recurso y sacrificio de las Banderas contra las grandes iniciativas del Ejercito Republicano: Brunete, Teruel, El Ebro…; contra otras más locales y, también, con motivo de los combates para sostener el entorno de Madrid; circunstancias en las que la sangre y el temple fueron prodigados por las unidades legionarias.

El estilo legionario nacido en África se pudo sintetizar en la forma de combatir (no mirar atrás en la ofensiva y sostenerse en baluarte durante la defensiva), pudiendo afirmarse que en la contienda española se sublimó este estilo por la calidad del adversario y la eficacia de sus fuegos de apoyo. Si el estilo lo resumimos en el cumplimiento del Credo Legionario (combate, altruismo, victoria o muerte), el escueto relato de la andadura de sus Banderas y el frío recuento de escenarios y resultados, subrayan una fidelidad asombrosa a los espíritus legionarios, no empañada por la multiplicación de las unidades ni por la obligada sustitución de sus hombres.

Finalmente, la escuela de mandos, basada en el ejemplo, en el impulso y en el destierro de todo tipo de dudas se cimentó en la permanencia de las personas en los puestos clave: Tenientes, que a lo largo de la guerra alcanzaron sucesivamente el mando de Compañía o Bandera, y legionarios, que lograron responsabilidades de Pelotón o Sección por méritos en campaña; en medio, unos Oficiales provisionales decididos y con ideales que aprendieron pronto o cayeron en el empeño. Signifiquemos, a este tenor, que el porcentaje de muertos o heridos entre mandos y tropa alcanzó la descomunal proporción de uno a diez. Lo dicho, un ejemplo de escuela de mandos.

La simple lectura del itinerario operativo de las Banderas, da una idea de la presencia universal de la Legión (en fechas, acciones, lugares y resultados) a lo largo de todo el conflicto. Lo que no perdió nunca esta fuerza durante toda la campaña fue su espíritu, su disponibilidad, su eficacia, su prestigio y su calidad, pese a las tremendas sangrías en los veteranos que salieron de los recintos africanos, la multiplicación de sus Banderas, la reiterada renovación de sus mandos y tropa, y el agotamiento de tantos meses de lucha.

Carlos de Arce nos describe muy bien, en su libro Historia de la Legión española, como eran y como luchaban aquellos legionarios de la guerra civil. Cuando los veteranos de la guerra de Marruecos; soldados curtidos en mil combates, hombres sin escrúpulos, sin auténtica filiación, pero con disciplina de hierro y bajo el mando de Jefes y Oficiales más duros que ellos, aún estaban combatiendo en Illescas, ya empezó a llegar la joven savia, el relevo, los que iban a luchar codo a codo con las glorias de otras batallas y otras tierras. El Cuartel General del Tercio se estableció en Talavera y allí, con más intensidad que en Dar Riffien, las noches se encendían con el Himno de La Legión. El toque de cornetín de Perico, una especie de institución en la Legión, electrizaba a las gentes en el silencioso pueblo. Luego los legionarios, barbudos templados aun por el combate, entonaban su canción favorita: Soy el novio de la muerte… Tras ocho días de instrucción recibida en Talavera, los reclutas eran enviados al frente.

Les habían enseñado a disparar el fusil, agachar la cabeza cuando era preciso y a convencerse de que en el Tercio lo mismo operaba un veterano con veinte años de milicia que el recién llegado. Y si el recluta no se moría al día siguiente, al entrar en combate, rápidamente se convertía en un buen legionario. Alguno de ellos aún iría a Dar Riffien, tras los dos meses reglamentarios de combate, para realizar los breves cursillos para Oficiales. El británico Peter Kemp, que el 26 de octubre de 1937 se afilió al Tercio, nos cuenta como en todas las Banderas, con la excepción de la Jeanne d’Arc, integrada completamente por voluntarios franceses, los hombres eran españoles en un noventa por ciento. Los restantes eran en su mayor parte portugueses, buenos soldados, aunque incluso a los españoles les era difícil comprender su idioma. Había algunos alemanes, algún ruso blanco y algún turco. Los turcos eran más difíciles aún de comprender que los portugueses, pero aquello no tenía importancia, porque casi nunca hablaban.

Al igual que los Oficiales, los legionarios eran todos voluntarios. Algunos les atraía las posibilidades de aventura y peligro que ofrecían aquellas fuerzas de choque; a otros les interesaba la mejor paga y comida, otros más se alistaban impulsados por el espirit de corps y la amplia libertad que se concedía a los legionarios cuando estaban francos de servicio; pero la mayor parte se enrolaba por una combinación de todas estas circunstancias. Algunos se habían enganchado por cinco años, otros por tres, y la mayoría por la duración de la guerra.

Las tropas legionarias, bien mandadas y debidamente disciplinadas, poseían soberbias cualidades de valor y resistencia. La Legión se enorgullecía de fomentar plenamente esas condiciones. Desde el mismo momento de su alistamiento, se hacía comprender al recluta que pertenecía a un Cuerpo distinto, la mejor fuerza combatiente del mundo; a él correspondía demostrar ser digno de semejante privilegio. El combate había de ser propósito de su vida; la muerte en campaña, su mayor honor, la cobardía, la suprema desgracia. La divisa de la Legión era: ¡viva la muerte! Fácil era para naciones más flemáticas burlarse de ese culto a la muerte, que está completamente de acuerdo con el carácter español, y produjo los mejores soldados de la guerra civil, hombres virtualmente insensibles al frío y al hambre, al peligro y a la fatiga.

El aspecto y comportamiento del legionario, tanto al estar en su Bandera como al disfrutar de licencia, se esperaba que fuera, y así era, muy superior al de los demás soldados. Enseñábale a sentir orgullo de su individualidad; y su designación oficial era de Caballero Legionario. Por contraste, la disciplina durante el servicio y en campaña era extremadamente severa, incluso comparándola con la inglesa.

Parque del Oeste

De la forma de combatir de aquellos legionarios, Carlos de Arce relata algunas escenas de la lucha en el Clínico de la Ciudad Universitaria (donde, según veremos, estuvieron la VII, VIII y IX Banderas), realmente interesantes:

«En el Clínico se luchó cuerpo a cuerpo, de las frondosidades del Parque del Oeste saldrían enjambres de hombres que trataban, a bombazos, de disputar las alturas conquistadas por el enemigo. Regresaban a sus puestos, pero antes quedaban sembrados de cadáveres los prados, los caminos de arena y la cascada. Aun de noche, continuaba la lucha en el Clínico. Las bajas eran numerosísimas en todas las Columnas. Bajas incluso de Jefes de Tábores y de Banderas.

Para los defensores de Madrid también había sido un día durísimo. Toda la tarde se había combatido con extraordinaria dureza, principalmente en la Ciudad Universitaria. Las fuerzas de la defensa, que durante varios días tuvieron la iniciativa, la perdieron, pues la ruptura del frente por el lado de la Universidad obligó a orientar todas las reservas a la detención del avance en esta zona. Eran más de 40.000 hombres, más de 80 piezas, innumerables ametralladoras y fusiles ametralladores, los que estaban dispuestos para defender Madrid. Se trataba de las fuerzas internacionales, las Brigadas Mixtas, gente de refresco, gentes curtidas. Muchos habían peleado en la Gran Guerra. Sabían aprovechar los accidentes del terreno, manejar las granadas de mano, colocar las ametralladoras, distribuir los hombres. Tenían, además, un magnífico material, como hasta ahora no lo tuviera ninguna de nuestras Columnas.

Pero la verdad fue que no les sirvió de nada. El 6 de noviembre los nacionales habían llegado a las puertas de Madrid. Disponían de seis Banderas del Tercio, once Tábores, siete Batallones, alguna Compañía suelta, nueve Escuadrones, veinticinco Baterías, tres Compañías de tanquetas y una de blindados, pocos zapadores y la indispensable intendencia y sanidad. En total, 15.000 hombres para atender un frente de cien kilómetros y ocupar una ciudad como Madrid. El 18 estaban diezmados, clavados, pero con un pequeño grupo dentro de la ciudad. Salvar la vaguada del Parque del Oeste era automáticamente imposible.

Cada contingente que se enviaba era exterminado; pero por el flanco izquierdo los nacionales sí conseguían progresar, y a fuerza de coraje y de hombres, los legionarios desalojaron a los internacionales del Palacete de la Moncloa y varias viviendas próximas. En el Clínico se consiguió entrar el 17, pero el edificio era grande, tenía ocho pisos, y los que allí se encontraban vendían caras sus vidas. Los soldados se perseguían por los largos pasillos, por las amplias salas, por las escaleras, de piso en piso, de habitación en habitación. La sangría del desgaste continuaría sin tregua y con empecinamiento hasta que el día 23 de noviembre, reunidos en Leganés, decidirían Franco, Mola, Saliquet y Varela, con sus Jefes de Estado Mayor, abandonar la toma de Madrid, y proseguir la guerra en otros frentes».

Columnas y Batallas

Mucho se podría hablar de la gran cantidad de combates mantenidos por la VII, VIII y IX Banderas a lo largo de esta guerra pero, como ya dije anteriormente, ese no es el objetivo del presente libro. Por tanto, voy a relatar algunos combates puntuales que nos sirvan de referencia para hacernos una ligera idea de cómo fue este conflicto. Para hilar estos hechos aislados de las Banderas en diferentes puntos geográficos y fechas, a continuación voy a intentar, a modo de resumen, sintetizar como fue en términos muy generales el desarrollo de esta contienda y la distribución de las distintas Banderas de la Legión entre las Columnas (luego ya llamadas Brigadas) que actuaron en cada frente.

Al inicio de la guerra, el Coronel Yagüe tomó el mando de una Columna formada por tres Agrupaciones, la Asensio, la Castejon y la Tella en la que se encuadraban las Banderas IV, V y I respectivamente, con presencia inicial en Sevilla, Cádiz, Huelva y Granada (julio 1936), tras su traslado desde el norte de Africa. Luego vino la toma de Badajoz (agosto 1936), Mérida y el avance hacia Talavera de la Reina y Maqueda. En un mes la Columna Madrid había recorrido 450 Km, pero fueron necesarios 18 días para avanzar 43 Km hasta alcanzar Talavera. Coincidiendo la unión a la Columna Yagüe de la Agrupación Barón entró en escena la VI Bandera. Días después se incorporaron las Banderas III, VIII y más tarde la VII para participar en el avance sobre Toledo, siendo la V Bandera, junto con el I Tábor de Regulares, la que liberó el Alcázar de Toledo. Así nos lo cuenta Alonso Baquer en el libro citado anteriormente de la Infantería en los tiempos modernos:

«En el avance hacia Madrid, en la línea Maqueda-Toledo, terminó en razonable medida la guerra de Columnas. Subrayemos que hasta aquí, muy pocos, entre ellos la Legión, hicieron mucho. El número de Columnas aumentó a cinco a partir del 6 de octubre de 1936. Combatían sobre los ejes que definían las carreteras de Extremadura y de Toledo. La actuación de las Banderas no fue ni rígida ni lineal; la evolución se imponía; se movían en frentes amplios pero convergiendo sobre los objetivos ya organizados defensivamente y en profundidad. Las VII y VIII Banderas, incorporadas a finales de octubre, progresaron por la carretera de Toledo en la Columna Tella y, en su bautismo de fuego, se cubrieron de gloria avanzando por el flanco sur (Pinto, Seseña, Valdemoro, Cerro de los Angeles) del despliegue.

Todas las Banderas constituyeron, dentro de sus respectivas Agrupaciones, peones básicos en la progresión hasta alcanzar la línea Boadilla, Retamares, Campamento, Carabanchel, Villaverde, y posteriormente hasta las puertas de Madrid: Pozuelo, Hipódromo, Garabitas, Puerta del Ángel, Puente de los Franceses, Ciudad Universitaria, Clínico… Aunque la marcha sobre Madrid pudo darse por finalizada, hubo un intento de ensanche del frente por la carretera de La Coruña en la que participaron cinco Banderas, – la V, VI, VII, VIII y IX, esta última al mes de su organización y en cuyo bautismo murió su Jefe, el Comandante Niño. En esta maniobra, en parte fallida, aparecieron sin embargo unos nombres unidos a la historia de la Legión por su sacrificio y conquista: vértice Munilla, estación de Pozuelo, Monte Cansino, Remisa, Casa del Pinar, Cuesta de las Perdices, Cerro del Águila.

En el Jarama se cerró la actuación de la Legión, calificada de cierto carácter protagonista, con la ultima ilusión de envolvimiento y conquista de Madrid frenada en el río. Inicialmente participaron todas las Banderas disponibles salvo las empeñadas en otros frentes -II y III- y la IX que defendían el Hospital Clínico. Como siempre, se distribuyeron en las Columnas, ya Brigadas: la VII en la Brigada Rada, la IV en la Brigada Burruaga, la I en la Barón, las VI y VIII en la Brigada Asensio y la V en la Brigada García Escamez. La Legión tomó parte en todas las acciones de la batalla: ruptura, avance, paso y cabeza de puente sobre el Jarama, alcance de la divisora del Tajuña, detención y resistencia final. La batalla, calificada de choque brutal y poco técnico por el General Vicente Rojo, hizo famosas a determinadas casas, hitos kilométricos, puentes, espolones… Las Banderas registraron en sus Diarios de Operaciones estos puntos cruciales y sangrientos del combate o la toma del mando, por sucesión, de un Alférez de la VIII Bandera durante la defensa de un espolón del Pingarrón. Todo ello consecuencia del bárbaro forcejeo en la primera batalla en campo abierto que acabó en tablas, en palabras de Martínez Bande. El sacrificio de treinta y cinco Batallones – ocho de ellos eran Banderas legionarias – frente a ochenta adversarios obraron el milagro del equilibrio final.

A partir de la batalla del Jarama ambos contendientes, convencidos ya de que el conflicto se iba a prolongar, se prestaron a formar dos auténticos Ejércitos. Las unidades africanas fueron distribuidas entre las Grandes Unidades (no siempre con carácter fijo), pero manteniendo sus características de fuerzas de choque. Ya en el año 1937 en la batalla de Brunete, participaron directamente en el escenario las Banderas I, VIII y XIII. En el ataque secundario (sector de Villaverde) la VI Bandera. En el entorno de Madrid, fin último estratégico de la ofensiva, desplegaron las Banderas V, VII, IX, X y XII. Las primeras citadas, implicadas en el centro de la batalla, actuaron como peones básicos de la contención en las direcciones norte – sur (la I Bandera) y este – oeste (las VIII y XII); direcciones que apuntaban a la carretera de Extremadura y al río Guadarrama, respectivamente.

La VII, junto con la V que pasaron a pertenecer al Cuerpo de Ejército (CE) Navarra se incorporaron en enero de 1938 a la batalla de Teruel. Luego en el avance sobre el Mediterráneo intervinieron la II Bandera, del CE Aragón; las IV, VI, XIII, XIV, XV, XVI, XVII Banderas del CE Marroquí (las cinco últimas formando Agrupación), y del CE Navarra las Banderas III, V y VII. La I Bandera mientras tanto permaneció destacada en Tremp.

En el otoño de 1938 la batalla del Ebro resultó decisiva para la destrucción de las mejores Grandes Unidades del Ejército Republicano. Se desarrolló, en líneas generales, en tres fases: detención, desgaste y contraofensiva final. En las tres participó la Legión con un importante número de Banderas. Durante el mes de septiembre (días 3 al 13) tuvieron lugar dos nuevas ofensivas sobre Corbera y Sierra de la Vall, en las que participaron las Banderas IV, VI, XVIII y V, VII y XVII, respectivamente. Del 15 de septiembre al 14 de octubre (el principio del fin) todo el frente se activó hasta la extenuación, tomando parte en el sector central, las Banderas I, II, III, XVI. Las Banderas mencionadas, excepto la IX, que volvió a Andalucía a primeros de este mes, y la IV, prácticamente desaparecida en Gandesa, junto a la XIV (incorporada desde Seros), intervinieron en la extinción de la bolsa que comenzó el 30 de octubre para dar fin a la batalla.

Entre 1938-39, en la ofensiva de Cataluña, se realizaron variaciones impuestas por algunas maniobras locales. La Legión intervino en la ofensiva de Cataluña con los Cuerpos de Ejercito siguientes: Urgel: Banderas XIII, XIV, XV, XVI, XVII y XVIII Maestrazgo: Banderas III, V y VII. Marroquí: Banderas IV, VI, XII. Aragón: II Bandera. Destaquemos, en un esfuerzo de síntesis, la presencia de las unidades legionarias en todos los puntos de ruptura que significaron la clave de la batalla, y en la progresión sobre Artesa de Segre, Falset, Besalu, Cervera, Manresa, Berga, Barcelona y la frontera francesa».